Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Por gentil envío del poeta y ensayista salvadoreño Alfonso Velis Tobar (1949) he disfrutado la lectura de su último libro de poesía titulado “Prodigiosa Blasfemia”, que apareció recientemente bajo el sello “La Fragua Ediciones”, que dirige el escritor Mauricio Vallejo Márquez.
El texto se encuentra antecedido por un poema-prólogo del poeta hondureño Gael Cárdenas; y dividido estructuralmente en cuatro poemarios: “De dioses, ángeles y demonios”, “Ritual del amor”, Conversación con fantasmas” y “Las arenas del tiempo”.
El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, define en su primera acepción el vocablo blasfemia, de la manera siguiente: “Palabra o expresión injuriosa contra alguien o algo sagrado”.
En este caso la injuria, el cuestionamiento, el reclamo, es hacia lo injustamente establecido sobre la faz de la tierra. Una poesía donde los ejes temáticos se fundamentan en el país, la niñez, el amor, abordados con un tono lírico, y elegíaco, por momentos, que revelan una gran intensidad emocional.
Se advierte en la intención poética, más que una blasfemia orientada a lo divino – tradicionalmente entendido- un enjuiciamiento acerca de la construcción que sobre lo sagrado ha hecho la humanidad, sobre todo en su aspecto más negativo.
Como toda auténtica blasfemia, cuyo destinatario es aparentemente la divinidad, la poesía de Velis es un acto de fe, que desde el desasosiego, el desencanto, la frustración ante una realidad circundante -infernal, asfixiante y caótica- aún cree en la intervención salvífica de la luz. Por ello, como un hijo abandonado, clama, a la manera de los antiguos salmistas: “Yo solo blasfemo con mis prodigios infernales!/ ¿Dios si estás ahí en mi camino habla?/ ¡Interpone tus ojos tu justicia divina!/ (¡Si es que existes!) ¡Ay Dios mío!/ ¡Dios mío! ¿Qué te has hecho?/ ¿Dónde estás padre mío? /¡Haz algo en la conciencia del mundo!/ ¡Has algo tú que dicen que mueves hasta montañas/ ¡Tan solo mueve un dedo mi Señor/” (Poema: La noche de los cuchillos largos).
Es el país-niño, al que se vuelve con el ansia de recuperar el verdadero y auténtico paraíso perdido: “Los recuerdos de una infancia ganada/Que sabíamos blasfemar/Con la inocencia de matar arañas peludas en el patio/ Una casa llena de aire fresco con huellas perdidas / De los padres que la edificaron con el barro de su mano/ De su honradez los sacrificios viven con nosotros/Esa madre abnegada que derrama ternura/ Inclinada a su lavadero remojando su alma” (Poema: Monólogo de la muerte y el espejo).
El Salvador y el irrenunciable yo, emergen entre las cenizas de la guerra civil, los embates naturales y la oscura noche de la violencia actual. Al final somos sólo polvo en el camino. Todo absolutamente todo, pasa, como en los versos de Manrique y en la soledad de don Francisco de Quevedo. Alfonso canta: “De mis instantes sólo cenizas quedarán/De estas tantas galaxias imaginarias volando/De los fuegos en millones de partículas atómicas/Tienes que deshacerte de todo/ De tus chips digitales librarte del registro/De los archivos perdidos o renovados” (Poema: “De lo inesperado”).
La poesía de Alfonso Velis, en este libro, es la del eterno retorno. Odiseo, que vuelve a su isla soñada, recreada, mítica. Y luego, ¿qué se hicieron todos?, ¿qué fue de la sangre derramada en pos de los nobles ideales?, ¿dónde está la comunidad anhelada? ¿Por qué la desunión, el imperio del crimen y de la corrupción? El poeta exclama: “En mi propia casa de infancia/Llena de recuerdos sombríos/Sólo quedan sus resplandores/Casa derruida aguardando despojos/Abandonada por el orín del tiempo/Mapas de moho en las paredes/ Ocho ombligos enterrados en el patio/Bailando su son de niños locos/ Aun ni el agua que corre/Torna hacia su manantial/Todo llega a un final eterno/La vida de los hombres se pierde/ Como dejan huellas las aguas de los ríos/Que pasan a perderse en el mar” (Poema: Regreso al lugar natal).
Alfonso se horroriza frente al actual país: “Todo aquí es violento/Desde el tráfico mismo agresivo/Echándose a la fuga/ Cuando atropellan a un pobre cristiano/Hora de sobrevivencias infernales/Al caminar por estas calles ¡cuidado!/ Alguien sin hígados a mansalva mata/De repente parado entre la gente/Pistola arma cortante en mano/ Se paralizan tus nervios” (Poema: Hora de circunstancias atroces).
La oposición entre la nación del primer mundo -donde habita el poeta- y El Salvador, se manifiesta aquí, descarnadamente: “Aquí la sonrisa se ha perdido/Vengo de donde todo se bota/ Y aquí todo se recoge” (Poema: No es este el camino en que se vuelve a la patria).
Así es, Alfonso, se recoge la ropa, los vehículos, la maquinaria. Todo, todo, se recoge aquí. Se trafica, se vende, se revende. Se usa, una, dos, tres veces, las que sean necesarias.
Pero, ¿cuándo recogeremos en realidad la vida, que botamos día a día? ¿Cuándo la flor de la comprensión y la tolerancia se abrirá de par en par en el alma de los salvadoreños? Por el momento, estas preguntas parecen no tener respuesta; sin embargo, aquí está la poesía, y ella es ya, la inequívoca señal, que aún debemos seguir empeñados en atizar el fuego de la esperanza.
¡Felicidades al poeta y a La Fragua Ediciones por este nuevo libro!
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