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Producir conocimiento emancipador

Oscar A. Fernández O.

El conocimiento es una capacidad humana y no una propiedad de un objeto como pueda ser un libro. Su transmisión implica un proceso intelectual de enseñanza y aprendizaje. Transmitir una información es fácil, sovaldi sale mucho más que transmitir conocimiento. Esto implica que cuando hablamos de gestionar conocimiento, case queremos decir que ayudamos a personas a realizar esa actividad.

El desarrollo humano se ha convertido el conocimiento en un paradigma que afirma la necesidad de promover la interacción de los principios de equidad, participación, y sustentabilidad, para reafirmar la necesidad de reconfigurar la sociedad sobre el imperativo de la justicia social y la solidaridad colectiva. El desarrollo humano no limita el crecimiento sino que busca liberarlo de sus propios límites conceptuales y fácticos, que lo extravían al hacer una dicotomía entre progreso material y progreso humano, así como preservación del ambiente y utilización de los recursos disponibles.

Hoy, las grandes corporaciones empresariales que manejan el mundo para su beneficio sin dar nada a cambio, se están innovándose a través de la llamada “gestión del conocimiento” y la información con el objetivo de dominar los mercados. En el orden político, la información y la comunicación se han vuelto tan o más importantes que las decisiones partidarias o los actos de gobierno. Quién no esté bien informado y no comunica adecuadamente es invisible, afirma Pérez Lindo, sociólogo y pedagogo (Universidad, política y sociedad)  Tal afirmación suena lapidaria y un tanto determinista, pero hemos de considerarla en el contexto de las grandes masas excluidas de toda información y que por lo tanto, son fácilmente manipulables. La información veraz y oportuna hoy es un derecho humano. De tal manera que ya no basta que las Universidades estén  acreditadas o como en el caso de los partidos políticos, ya no sólo es suficiente obtener votos es necesario, que estas instituciones sean evaluadas constantemente sobre su ética, capacidad y eficacia educativa y política de cara al pueblo.

Actualmente, el flujo de los nuevos saberes supera los contenidos de los planes de estudio de las Universidades, siendo en El Salvador y muchos países de la región, un déficit gigantesco. La ciencia y la tecnología eran factores del desarrollo mundial en las décadas pasadas. Ahora son “agentes” del crecimiento económico, sin que éste tenga efectos positivos en el progreso de los pueblos. Llegamos a la era de la llamada “sociedad del conocimiento”, que en casos como el nuestro se convierte en “sociedad del consumo del conocimiento producido por otros”  De cualquier forma, este concepto señala la centralidad que detentan la ciencia, la educación y la tecnología. Esto significa dicen los expertos, que hoy se debe tener en cuenta el modo de articular el Estado, los agentes económicos, los actores sociales y el pueblo, con los que producen el conocimiento.

Al entender este panorama, también comprendemos cuando los sistemas políticos tradicionales, insisten en mantener un modelo económico que nos produce estancamiento social, marginación y pobreza, decapitando la inteligencia y el conocimiento científico con sus políticas educativas para formar una sociedad de obreros calificados y un pueblo dócil, huérfano de información e intoxicado de propaganda consumista y mentirosa. “Hay momentos de la historia en que el progreso es reaccionario y la reacción es progresista”, plantea el literato argentino Sábato.

Existe entonces un reto enorme para la estrategia del cambio estructural: generalizar el conocimiento y la información en la sociedad, para permitir al pueblo des-alienarse y configurar su propio futuro, situación que las oligarquías políticas y económicas tradicionales no desean.

Ha surgido un entorno complejo, con una nueva estructura tecnológica que altera las funciones de la memoria, de la inteligencia y del trabajo humano. El escenario mundial es más ambiguo y catastrófico que optimista. La situación de desempleo de centenas de miles de salvadoreños y de muchos millones en el mundo es el “pan” de cada día. La marginación, la miseria y la violencia estructural no tienen precedentes en la historia moderna. Mil cien millones de personas en el mundo no tienen acceso a agua potable; 2,600 millones de seres humanos carecen de servicios de saneamiento; más de 800 millones son analfabetos y 115 millones de niños no van a la escuela primaria; 1020 millones de seres humanos pasan hambre todos los días, según datos de la FAO y la PAM, es decir una sexta parte de la humanidad. Cada 3,5 segundos una persona muere de hambre en el mundo, el 75% son niños menores de cinco años, según el Proyecto del Milenio. El agua y los alimentos escasean por el acaparamiento y los altos precios. El clima planetario muestra ya evidentes signos de extravío. Todo esto indica que debemos cambiar inmediatamente el modelo de desarrollo, si queremos frenar lo que la UNICEF describió como un “extermino silencioso”.

Después de setenta años de dictaduras militares y veinte de delinear un débil intento de democracia, el Estado salvadoreño todavía no alcanza a dar prioridad a la educación universitaria de alta calidad y las universidades son administradas irracionalmente y de forma elitista, la altura académica y calidad de los profesores es en muchas ocasiones realmente decepcionante,  los salarios de los catedráticos y la infraestructura están muy por debajo de la mediocridad.

Nos encontramos así, frente a paradojas que constituyen situaciones perversas. Sobran médicos pero la salud de las mayorías es frágil aún; se producen abogados en cantidades industriales y la situación de la justicia es lamentable; abundan arquitectos e ingenieros y faltan miles de viviendas populares; se producen miles de profesores y la educación, en contenido y cobertura es deficitaria. Esta perversa situación nos demuestra que los poderes tradicionales nunca pensaron en  políticas de cómo administrar  y democratizar el conocimiento. La situación se nos complica cuando nos encontramos globalizados (engullidos) por el gran capital y sin disponer de un  modelo de desarrollo tanto social como cultural.

Sostiene Enrique Oteiza (2006) “Las intervenciones universitarias retrógradas, el menosprecio a la ciencia y una  pobre política de recursos humanos para la investigación, han destruido la capacidad de producir pensamiento  científico de alto nivel en muchos de nuestros países”

Hoy, a la entrada del siglo XXI, tenemos que preguntarnos si hemos sido capaces de superar el modelo de educación y formación del pensamiento estratégico configurado en el siglo XIX.

¿Podemos afirmar categóricamente, que los esfuerzos realizados por tantos teóricos y profesores en la ciencia y filosofía educativa y en las aulas, han permitido realmente un avance significativo en la educación en general y en especial en el nivel superior de la academia? ¿Estamos cumpliendo con el cometido histórico social, que nos demanda enseñar a pensar, a crear y a difundir el pensamiento científico, crítico y ético? ¿O sólo continuamos reproduciendo una enseñanza instruccional, memorística y supeditada al statu quo? ¿Estamos logrando la emancipación y la autonomía de los futuros profesionales? ¿Continuamos reproduciendo las viejas reglas del juego, cuando la exigencia del desarrollo se fundamenta en romper esquemas mentales y operativos e implica al mismo tiempo redefinir los conceptos de desarrollo y progreso?

El mito del progreso actual es irracional, pues vivimos con una explicación fantasiosa de un modelo teórico de prosperidad que no ha demostrado su basamento científico y en la realidad se evidencia con cara de tragedia humana. Es una “verdad falsa”, sostiene el pedagogo venezolano Roberto Donoso (Mito y Educación), pues es incapaz de resistir los criterios de veracidad históricamente válidos y queda descubierto como lo que es: una fábula, un  producto de la imaginación, que se nos ha infiltrado en silencio para acallar la frustración y el desaliento de las mayorías.

Aquí y en muchos otros países se han iniciado, a principios y mediados del siglo pasado, procesos de reforma. Estas reformas de los sistemas educativos y de los procesos de enseñanza-aprendizaje abren una serie de expectativas que habrá que analizar, hasta que punto y en qué grado llegan a materializarse. Hay que reflexionar un momento para contestar algunas preguntas, que sin duda están en la mente de aquellos que queremos enseñar y desarrollar el pensamiento científico en beneficio de la sociedad y su crecimiento integral: ¿Realmente se cambia algo cuando hay reforma? ¿Son estas más cosméticas que de fondo? ¿Hay cambios metodológicos, conceptuales y de actitud en profundidad?

La mayoría de las reformas plasmadas en los textos legales, manifiestan como objetivo mejorar la calidad de la enseñanza, lo cual debería implicar la necesidad y la tendencia de una trasformación profunda  ¿Estamos dispuestos y en capacidad, Estado, universidades y maestros a impulsar unos y protagonizar otros este cambio? o ¿solo se intenta transformar el sistema escolar en una mera inversión de recursos y capitales, para obtener mayor productividad y ganancia en un afán mercantilista?

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