Luis Armando González
En un país en el cual la investigación social –y también la natural— tiene severas limitaciones para despegar, medicine siempre es estimulante encontrarse con esfuerzos investigativos que exploren problemas relevantes para la gente. Qué duda cabe que la violencia social es un desafío no sólo para la reflexión teórica y la elaboración empírica, hospital sino también para la intervención pública en los planos coercitivo y preventivo. En estos momentos, viagra precisamente, uno de los asuntos que está en la mesa de discusión en El Salvador es la integralidad de la respuesta estatal al desafío de la violencia criminal, especialmente en lo que se refiere a las pandillas (o maras), sus orígenes, evolución y articulación con el crimen organizado.
Es claro que un conocimiento riguroso del problema, en todas sus dimensiones y aristas, es el supuesto que debe estar en la base de los esfuerzos de solución que se emprendan. Hay ya, en nuestro país, un buen bagaje de conocimientos sólidos sobre la violencia social y sobre las pandillas. Pero no se conoce todo, obviamente.
Pues el conocimiento (científico) siempre es aproximado y provisional. Queda mucho por conocer sobre la violencia en El Salvador; queda mucho por investigar. Pero el punto de partida deberá ser, necesariamente, lo ya conocido, con todas las limitaciones que pueda tener.
Entre otras un área de enorme importancia es interés es la que se refiere a las representaciones de la violencia que se hacen quienes participan (como agentes) de la misma, lo mismo que las que se hacen sus familiares. En el caso de las pandillas (o maras), en sus orígenes, la madre fue un símbolo de enorme peso como referente de vida. “Por mi madre vivo y por mi barrio muero”, se podía leer en algunas paredes en los años noventa, cuando el fenómeno de las pandillas (o maras) tenía un fuerte componente cultural y territorial no necesariamente criminal.
Indagar las representaciones de la violencia que se hacen las madres de miembros de pandillas privados de libertad nos acerca a una arista del problema de la violencia social pocas veces explorado de manera sistemática y siguiendo procedimientos de investigación social probados en otros campos de las ciencias sociales, particularmente la psicología social.
Esa es la tarea que emprendieron estos dos investigadores –Douglas Marlon Arévalo Mira y Ángela Ma. Bersabé Pacheco— de la Universidad Capitán General Gerardo Barrios, de San Miguel.
Se trata de dos inquietos investigadores, interesados en dar sus aportes, desde sus capacidades intelectuales y profesionales, para un mejor conocimiento de los problemas sociales. En el caso particular de Ángela Pacheco, su interés por la investigación social es una de sus cualidades que –en lo personal— celebro, pues no es algo común entre nuestros académicos, volcados como están hacia la docencia.
Esta obra, que es fruto del esfuerzo y dedicación de ambos investigadores, merece ser leída y meditada. Nos acerca a un tema que necesitamos conocer más, como tantos otros. Para eso, no sólo se requieren buenos marcos teóricos, sino también buenas herramientas y técnicas de recolección de los mejores datos (cuantitativos y cualitativos) y un soporte institucional que dé cabida y apoyo a la investigación social y natural.
Lo dicho en ese párrafo me distancia en un aspecto importante de ambos investigadores, pues a diferencia de ellos –y de los autores en los que se apoyan— no creo que haya investigación (natural o social) sin conceptualizaciones previas. Y eso no sólo porque las conceptualizaciones son un requisito de cualquier esfuerzo por conocer científicamente la realidad, sino porque no podemos liberarnos de las ataduras del lenguaje (fuente inagotable de prejuicios = juicios previos).
En realidad, tanto la investigación cuantitativa como la cualitativa (de hecho, la primera puede darse sin segunda, pero no a la inversa) necesitan bases conceptuales (teóricas firmes) como punto de partida para encontrar problemas pertinentes para la investigación, formular hipótesis provechosas y determinar qué datos (cuantitativos o cualitativos) son los requeridos para “falsarla” (Popper) o para sostenerla con cierta firmeza (positivismos moderados).
Ni modo, creo que el deductivismo empírico (Popper) es el procedimiento correcto de investigación científica, refiriéndose lo empírico a los datos (cuantitativos o cualitativos) particulares que se exigen, por implicación, de una formulación hipotética general.
Pero esto es epistemología. No investigación, que es lo que Ángela y Douglas nos ofrecen, probando en cierto modo –sin ellos darse cuenta— mi argumento epistemológico. Así sucede. Para investigar hay que investigar; de poco sirven los manuales o las elucubraciones filosóficas.
Mi felicitación para ambos. También para su casa de estudios, la Universidad Capitán General Gerardo Barrios, que dedica recursos financieros, institucionales y humanos para potenciar la investigación social en El Salvador.