José M. Tojeira
Estamos acostumbrados en El Salvador a que los grandes empresarios jueguen un papel claramente político. Cuando ARENA pasaba por una crisis interna en las últimas elecciones presidenciales fue un empresario el que convocó a otro grupo de fuertes adinerados para insistir en apoyar económicamente a dicho partido. Y por supuesto este partido ha tenido incluso en su comité de dirección a los máximos representantes del capital en El Salvador en algunos de sus momentos históricos recientes. Y no está nada lejos el momento en que el Banco Cuscatlán o DIDEA ponían la bandera de ARENA en la cima de sus edificios. Recientemente ARENA dio a conocer su lista de donantes, y de nuevo se ve la relación entre gran capital y partido. Este mismo año un connotado miembro de este mismo partido afirmaba que el papel que debía haber jugado ARENA en los últimos años lo había jugado en la práctica la ANEP. El FMLN, a través de las empresas ALBA no se ha quedado atrás y ha mezclado también política y propaganda empresarial. Aunque todavía no ha dado información sobre sus donantes es de esperar que siga el ejemplo de ARENA y no ande con mayores secretismos que su rival.
Tal vez a causa de las críticas ciudadanas a esta propaganda en la que se une y se coaliga lo comercial-empresarial con lo político, se están buscando formas supuestamente más sofisticadas de unir propaganda política y comercial. Las críticas de observadores internacionales eran generalmente unánimes en elecciones pasadas señalando “el desequilibrio en los medios de comunicación durante la campaña electoral”. El propio jefe de la misión de observadores de la Unión Europea decía hace no muchos años que en las primeras elecciones en las que ganó el FMLN el control del Ejecutivo, hubo “un desequilibrio muy notorio entre los apoyos mediáticos e incluso del aparato del Estado a un candidato y con la crítica y ataque a otro”. Por supuesto se refería al apoyo recibido por ARENA y las críticas relanzadas contra el FMLN. Hoy, fuera del tiempo electoral, pero preparando camino para el futuro próximo, se ofrece otro panorama y otra forma de manipulación de los flujos de la información. Los jóvenes empresarios exitosos son ahora los que se trata de exaltar mientras se compara su éxito con las debilidades estatales o políticas. O bien por sus cualidades de gestión, si están ya involucrados en política, o bien por sus actividades de promoción social a través de fundaciones, lo importante es tener empresarios jóvenes en las propias filas. Aunque esta táctica muestra lo desgastado que está el liderazgo clásico de la política, presenta también unas dimensiones de manipulación y exaltación exagerada de personas que pueden acrecentar negatividades y conflictos. Poner toda la esperanza de futuro en el dinero y el éxito empresarial no sólo pueden mantener a El Salvador en la desigualdad y la conflictividad tradicional, sino que le puede llevar a un nuevo desastre. Los países no son una empresa ni pueden funcionar con la verticalidad con la que funcionan muchos negocios.
Uno de los casos más impresionantes de manipulación de la información uniendo propaganda y política la hemos visto la semana pasada. En la edición de La Prensa Gráfica (LPG) del viernes primero de Julio se mezclan diecisiete páginas de propaganda comercial de rebajas en la cadena de Supermercados Selectos, junto con otras tres páginas más y tres fotografías dedicadas al vicepresidente del grupo que controla esa cadena de supermercados, Carlos Calleja. En contaste con la generosidad y creatividad del joven empresario aparecían cinco páginas de fuertes críticas al aumento gubernamental de la energía eléctrica. El contraste era clarísimo. Y si alguien anda buscando salvación para los problemas nacionales, el camino que muestra LPG es más que evidente. Con la ventaja que no se dice vote por fulano y se da esa apariencia de objetividad de la que gustan presumir muchos medios.
Ciertamente no se trata aquí de atacar a personas. Es importante que el país tenga buenos empresarios. Y es importante que los buenos empresarios sean cada vez más y promuevan la propia responsabilidad empresarial. Pero la mezcla de empresa privada a niveles de gran capital con política no suele dar buenos resultados. Porque el capital busca siempre la ganancia, con demasiada frecuencia sin tener una idea clara de cómo redistribuir la riqueza que se crea tanto con el capital como con el trabajo. Sin ir más lejos, podemos recordar la situación actual de Ricardo Martinelli, empresario de éxito y presidente de Panamá entre 2009 y 2014, y ahora perseguido por la justicia tanto por corrupción como por espionaje electrónico. Aunque en El Salvador no ha habido expresidentes encarcelados por corrupción, las acusaciones contra un buen número de ex mandatarios no han cesado desde finales del siglo XIX hasta la actualidad. Algunos se hicieron grandes empresarios mientras eran presidentes o políticos, y otros llegaron a la presidencia desde el autoritarismo militar, favoreciendo también la corrupción. No vamos a decir que todos hayan sido corruptos, pero sí que el éxito económico no ha sido nunca signo automático de capacidad política.
Mientras la empresa privada no reconozca con claridad que las necesidades del país no se resuelven solamente con crecimiento económico, y mientras los empresarios no se muestren favorables a una reforma fiscal seria, progresiva y capaz de enfrentar los retos educativos, de salud y de seguridad del país, será muy difícil confiar en la capacidad política de los empresarios y del gran capital salvadoreño. Las manipulaciones de los flujos informativos, que en su máxima expresión veíamos reflejados en la edición mencionada de la LPG, no ayudan a confiar en la empresa privada. Al contrario, acaban por hacer daño a personas que pueden tener excelentes intenciones y acciones, pero que se ven envueltas en este modo de hacer política tan salvadoreño, en el que la prepotencia del poder del dinero y del grupo social se manifiestan con demasiada intensidad. Es cierto que necesitamos nuevas generaciones en la política, demasiado desgastada por líderes muy vistos, poco creativos y excesivamente cerrados en ideologías o en costumbres no demasiado sanas. Pero el exhibicionismo de la riqueza en un país pobre como el nuestro nunca es el mejor camino para lograr los cambios. Aunque se hagan algunas cosas buenas desde la riqueza.