En relación a esta fecha de tanta trascendencia por su significado histórico, es un gusto presentarles dos capítulos de una pequeña novela, aún inédita, de lo que pudo ocurrir ese miércoles 30 de julio de 1975, sé que la realidad supera estas pequeñas líneas; dedicadas a los que ofrendaron sus vidas y que esta semana, la Universidad de El Salvador esta conmemorando.
San Salvador, julio de 2017.
Armando Díaz.
PROLOGO
El Regreso de Paula, es una novela que muestra a grandes rasgos las vivencias de la comunidad universitaria de la Universidad de El Salvador, en las décadas de los años setenta y ochenta, del Siglo XX, caracterizadas por intervenciones violentas y ocupación militar. Años consecutivos de represión gubernamental, con la secuela de daños en todos los órdenes.
En esta realidad, se enmarca la historia de Paula Sabatini y Julio Pineda, protagonistas principales de la ficción, Paula estudiante de Arquitectura, Julio estudiante de Ingeniería Civil, inician un noviazgo a finales de 1971, comparten sueños propios de sus edades, además de sus estudios participan de toda actividad que las autoridades, los académicos, o los estudiantes promueven.
La relación de Paula y Julio, se rompe, no por voluntad de ambos, sino por los mismos acontecimientos derivados de la represión, que tiene su cúspide con la manifestación de los estudiantes, el 30 de julio de 1975, por la masacre de estudiantes ejecutada por cuerpos de seguridad en combinación con unidades del Ejército, en la 25 Avenida Norte, en el lugar llamado paso a dos niveles.
En el transcurso de los hechos, Julio se va a la cabeza de la marcha y Paula queda protegida por otro estudiante. Julio, es herido en una pierna con un machete, lo atienden en el Seguro Social, compañeros estudiantes de secundaria lo trasladan a lugar seguro y su recuperación tarda algunos días. Paula llega a su casa y a la semana siguiente toda la familia parte para Italia.
Se les ofrece a los lectores del Suplemento 3000 del Diario Co Latino, de esta obra inédita, dos capítulos importantes, para comprender los hechos del 30 de julio de 1975.
FIESTAS JULIAS (Desfile Bufo)
En la ciudad de Santa Ana, el 25 de julio de 1975, los estudiantes del Centro Universitario de Occidente de la UES, tenían preparado pancartas, símbolos, disfraces, mensajes, por medio de representaciones alegóricas, con el objeto de ridiculizar, al propio presidente Molina, o a funcionarios públicos. Esta simbología, debía de explicarse con facilidad a los ojos y oídos del pueblo, que a falta de una libertad de expresión, los estudiantes querían expresar desagravios al gobierno, en el día principal de las fiestas, por medio de una marcha llamada Desfile Bufo que, con lo cómico o burlesco, se ridiculizara al gobierno.
Mientras tanto, la segunda brigada del Ejército, Guardia Nacional y Policía de Hacienda, tenían órdenes de impedir que los estudiantes salieran en marcha con su acostumbrado desfile. Invaden el Centro Universitario de Occidente, mantienen un cerco de muchas cuadras a la redonda, destruyen el material preparado para la marcha, capturan y golpean a estudiantes que en ese momento daban los toques finales al material que utilizarían en el desfile. Los estudiantes indignados, deciden realizar la marcha sin los implementos e improvisan pancartas y carteles denunciando el atropello y la toma de las instalaciones del Campus Universitario. Son reprimidos con lujo de barbarie.
Los tres días siguientes, en la UES, fueron de debates y de preparación. La AGEUS en reunión permanente sopesaba hasta el último momento los riesgos a tomar, si efectuaban la marcha de repudio y de denuncia contra el régimen militarista. Después de varias intervenciones, la comunidad universitaria decide efectuar la marcha, el día treinta. Desde temprano del día 26 comienza la información de lo sucedido, con altavoces instalados en las azoteas de los principales edificios:
«A toda la comunidad universitaria, estamos informando, que el día de ayer, los esbirros del gobierno, enemigos del pueblo salvadoreño, de la cultura y de la ciencia. Nuevamente han atropellado con violencia, esta vez el Campus del Centro Universitario de Occidente, en la ciudad de Santa Ana, capturando, golpeando y vejando a alumnos y docentes, de nuestro centro del saber. Los compañeros estudiantes se alistaban con lo necesario para salir con su Desfile Bufo, que año con año se ha realizado, en el marco de las fiesta julias; pero la intolerancia mayúscula del desgobierno de Molina, alias culo con dientes, por medio de los cuerpos represivos invadieron con armas de grueso calibre, despliegue de tanquetas, apoyados con varias camionadas de efectivos militares de la segunda brigada del Ejército, de la guardia nacional y de la policía de hacienda, irrespetando a lo que constitucionalmente tenemos derecho, que es nuestra autonomía universitaria y nuestros derechos humanos. Por tales circunstancias condenamos la intervención militar que esta vez sufrimos, y les pedimos a la comunidad universitaria y al pueblo salvadoreño, estar atentos a las directrices que emanen de esta magna organización estudiantil que representa el sentimiento y la convicción de todo el conglomerado universitario. Hacia la Libertad por la Cultura. ¡Viva la UES!»
Las clases en las aulas continuaban casi normales, cada Facultad hacía lo pertinente. Las sociedades estudiantiles, recolectaban recursos, visitaban las aulas, discursaban sobre los acontecimientos de Santa Ana. Los megáfonos repetían los hechos y llamaban a dar respuesta. Grupos de estudiantes se movilizaban de un lado a otro. En los locales de las sociedades de estudiantes, en actividades de producción de hojas volantes, el sonido inconfundible de los mimeógrafos era incesante, alumnos apilando resmas de papel en blanco, cortando los tirajes recién elaborados, redactando el boletín informativo en las máquinas de escribir sobre hojas de estencil. Ya era día 28, y ahí estaba Paula en la máquina de escribir dando su colaboración desde temprano; Julio acomodaba los nuevos tirajes, guardaba con cuidado los estencil perforados para los siguientes tirajes, o simplemente aseaba el local, para volverlo más funcional.
Llegaban grupos de estudiantes, a recoger los volantes, para llevarlos a calles y avenidas, a repartir a los automovilistas, o subían a los autobuses y entregaban a los pasajeros. Era una actividad frenética, incansable, decidida, valerosa, justiciera, enérgica, que solo la juventud es capaz de emprender, con su fuerza y voluntad; como el escalar montañas, atravesar desiertos, capaz de tirarse a nado al río más caudaloso, que monta corceles indomables; solo la juventud que ha nacido viva, es capaza de llevar a cabo las empresas más riesgosas, de entregar su vida, cuando sus valores y principios sobre los que fundamenta su existencia, han sido ultrajados, esa es la nueva juventud salvadoreña hijos legítimos de la UES. Los indiferentes algún día despertarán, y los que no puedan despertar es porque han nacido dormidos, o porque les han picado ayotes.
Llegan rollos enteros de tela de manta, pintura, brochas, pinceles. Algunos materiales son donaciones de comerciantes consecuentes con la UES, la mayoría de las compras con las contribuciones de los estudiantes. Ya tenían dos días continuos, de medio dormir, de medio comer y de estar en esas labores.
El Gobierno ordenó vuelos de avionetas y helicópteros, para sobrevolar el Campus Universitario, vuelos de reconocimiento, y para lanzar propaganda de advertencia. El cielo sobre el Campus, plateaba con las hojas volantes que caían, con sus mensajes amenazantes e intimidatorios, advirtiendo con su discurso trillado, con la frase: «que actuarían con todo el peso de la ley, en contra de toda alteración del orden público», anticipadamente justificaban su posición no de Homo Sapiens, sino de su antecesor más lejano, con el cinismo que no escondían esas palabras escritas, como si fueran los dictados de un Dios o de un Rey, y con falso patriotismo, a la ultranza del siglo diecinueve.
Como respuesta, se hicieron infinidad de razonamientos grupales, en los auditorios, en los jardines, en áreas libres, con tanta intensidad, creándose un ambiente combativo y de lucha para defender el derecho a ser autónomos. Las advertencias continuaban por radio, televisión, por los principales periódicos, cuales dictadores neofascistas, al estilo hitleriano. La doctrina del Martinato afloraba en las esferas castrenses y de los escribientes a sueldos, articulistas vende patria. Con su concepto de siempre «la conspiración comunista», que siempre usaban cuando la Universidad reclamaba sus derechos.
Cada vez, acudían los voluntarios a realizar tareas como las de elaboración de mantas, panfletos, carteles alusivos, a señalar el atropello a la autonomía universitaria. Horas enteras de trabajo, daba satisfacción a los organizadores. Ese mismo día recibieron la delegación de los estudiantes de secundaria donde acordaron acciones de coordinación, los cuales recogieron materiales e hicieron lo que les correspondía.
Los estudiantes de ingeniería, dirigidos por Julio, elaboraron un esquema de la distribución de los bloques en la marcha, designando encargados para conservar ese ordenamiento, y por el propio presidente de la AGEUS, designó a los responsables de disciplina, para evitar actos espontáneos que ocurren al calor del entusiasmo y para controlar a los infiltrados. Repartieron instrucciones escritas. El fragor del trabajo proveía un entusiasmo sin precedente, desde luego estaban siendo espiados por los orejas del gobierno, que informaban a sus superiores.
En un descanso bien merecido Julio y Paula, intercambiaron algunas apreciaciones sobre lo que vendría y sobre la experiencia que esos días estaban acumulando.
-Paula, ven, vamos a sentarnos en esas gradas, –señalando Julio, las mismas gradas donde le dio el primer beso.
-Julio, esto me parece curioso, te acuerdas, es el mismo puesto el tuyo y el mío, donde estamos sentados, y es la misma hora, ¡dame un beso mi amor! -le dijo Paula, con una ternura que destilaba miel.
-Paula, son casi cuatro años y te digo con toda sinceridad, que te amo.
-Lo sé mi tesoro -contestó Paula.
-Cuando nos sentamos la primera vez en estas gradas, dijiste que, en la Escuela de Arquitectura era mencionado, por los compañeros con quienes estuve en Áreas Comunes.
-Fueron cosas sencillas, porque de todo se platicaba, éramos recién llegados a la Facultad, con gran interés de conocer, en ese ambiente, en todo tema te relacionaban.
-Quizás lo más sobresalientes, es cuando íbamos al estadio Flor Blanca a dar apoyo al equipo y gritábamos ¡UUUU!, o cuando hacíamos trabajos voluntario en las nuevas construcciones de la UES, trabajo social en las comunidades pobres, siempre fui coordinador de grupos de estudiantes. Bueno, acciones de esa naturaleza.
-Eres un líder.
-En ese tiempo estábamos asimilando ser responsables como estudiantes, cuando el estudio nos exigía, había que dedicarnos a estudiar, sin descuidar la participación en otras actividades.
-Entiendes ahora, porque no fuiste una sorpresa para mí.
-Por mi parte, ese día te vi tan radiante, me diste toda tu confianza, no creía lo que en ese momento estaba viviendo, tan cerca de ti, hasta sentí vergüenza, no entendía nada, y tu sonrisa me contagiaba, me hacías feliz, y te besé.
-Di mejor, y nos besamos.
-Así es Paulita, otro punto fue cuando te pregunté si había que pedir permiso a tus padres y tú fuiste categórica en tu respuesta.
-Si Julito, en ese sentido, mis padres me enseñaron a ser responsable. En su debido momento la mujer decide, no necesita orientaciones ajenas, muchas veces perniciosas, no necesitamos que nos anden cuidando, si nosotras queremos, así se hará. Ante todo somos seres humanos, que sentimos, que queremos y experimentamos; lo demás es inmundicia y prejuicio.
-¿Y las consecuencias de decidir con tanta libertad?
-El mundo sigue girando y la humanidad a su destino, y en los dos no hay perfección, solo los y las idiotas, en este campo, buscan la perfección.
-Yo creo en el matrimonio.
-Yo también, pero tal, no garantiza nada.
-Bueno Paulita, se nos va ser tarde.
-Sigamos platicando mi querido Julio.
-A veces pienso en nuestro futuro, espero sea bueno y normal, te prometo una casita con jardines y muchas flores.
-¿Es una propuesta?
-Me parece que vamos en ese rumbo, mi corazón divino.
-Sí mi cielito.
-Cenemos. ¿Qué te parece?
-Buena idea mi amor.
-Preciosa mía, esta noche es nuestra.
Al día siguiente continuaron con las tareas en la Asociación de Estudiantes de Ingeniería y Arquitectura de El Salvador (ASEIAS), lo mismo en la AGEUS. En todas las Facultades, se observaba el denuedo, en actividades incesantes de ir y venir, como las abejas obreras de una colmena.
Los compañeros estudiantes por la mañana del día treinta, ya tenían ordenado, todo el material de la marcha: mantas, pancartas, carteles, megáfonos, hojas volantes, bicarbonato para contrarrestar los gases lacrimógenos, botiquines de pequeños auxilios, diagramas del recorrido.
MANIFESTACION DEL 30 DE JULIO DE 1975.
Las personas tienen derecho a olvidar. Los pueblos no lo tienen.
La Canícula de julio de 1975, proveía un cielo despejado, ese día miércoles, no había señales de nubarrones, al Poniente, pequeños jirones bermejos con tonos rosados, puntitos rojizos dispersos, anunciaban algo diferente, no identificable, el cielo es el mismo en esta época del año, a excepción de los bermellones. Al igual que las superficies placidas de las lagunas, esconden abajo de pocos metros corrientes vertiginosas. En lo cotidiano, San Salvador en su actividad normal, los rostros silentes, ansiosos, autómatas, realizaban sus quehaceres, un rumor callado que frenaba la expresión, las gargantas callaban los gritos que deseaban externar, el pueblo presentía un mal presagio.
En todo el Recinto Universitario, alumnos iban y venían, de un lugar a otro, asegurando los preparativos de la marcha de repudio y denuncia al régimen, que una vez más con su intervención en el Centro Universitario de Occidente estaba confirmando su autoritarismo su intolerancia, su incapacidad de democratizar al País. Los vuelos de los aviones de guerra a ras de los edificios, querían intimidar a la comunidad universitaria, vuelos de helicópteros dando seguimiento a las actividades relacionadas con la marcha.
La AGEUS comenzó a convocar, eran como la una y treinta de la tarde. De todos los rumbos del recinto universitario, los estudiantes empezaron a movilizarse, cual hormiguero humano, caminaban al parqueo de la Facultad de Humanidades, y a la entrada principal de la Facultad de Derecho; megáfonos en mano dando indicaciones. Los encargados de los bloques señalando como ordenarse y en pocos minutos se colocaron en cuatro filas. La animación a lo largo de toda la Avenida Don Bosco, al costado Poniente de la UES, la cabeza de la marcha ya estaba en la Calle San Antonio Abad y seguían sumándose más estudiantes, a lo largo de cuatrocientos metros de calle. Estudiantes de todos los estratos sociales, en su mayoría de clase media, estudiantes becarios que con muchas dificultades económicas se esforzaban por coronar una carrera, presentes en ese gran conglomerado. Los cánticos se empezaron a escuchar, al principio suave, luego a una sola voz, como un trueno de voces, con ritmo con armonía, canciones de Inti-Illimani, Quilapayú, de Violeta Parra, Víctor Jara, Quinteto Tiempo, los Guaraguao; con un enorme estruendo que erizaba la piel:
«Vamos a andar, con todas las banderas, trenzadas, de manera, que no haya soledad, que no haya soledad…»;
«Con la fuerza que surge del pueblo, una patria mejor hay que hacer, a golpear todos juntos y unidos, ¡al poder! ¡Al poder! ¡Al poder…!»;
«Y tú vendrás marchando junto a mí, y así verás tu canto y tu bandera florecer la luz, de un rojo amanecer, anuncian ya la vida que vendrá…..y ahora el pueblo, que se alza en la lucha, con voz de gigante, gritando adelante, el pueblo unido jamás será vencido, el pueblo unido jamás será vencido…..».
«Me gustan los estudiantes porque son la levadura
Del pan que saldrá del horno con toda su sabrosura
Para la boca del pobre que come con amargura
Caramba y zamba la cosa, viva la literatura»
Paula caminaba a la par de Julio, como a cien metros de la cabeza de la marcha, con su morralito de cuero donde portaba algunos pocos cuadernos, vestía blusa manga tres cuarta, a cuadros grandes rojos y negros; pantalón gris de vestir con campana, botines de cuero volteado semi plataforma; Julio muy tradicional en su vestir, pantalón blanco acampanado, camisa azul profundo, con algunos cuadernos en sus mano, dirigiendo su bloque de estudiantes.
A pesar de los cantos se nota tensión en los rostros, dudas y temores, sabían que el Gobierno podría reprimirlos con violencia. El Coronel Romero, Ministro de Defensa, había lanzado una amenaza de reprimir la manifestación, por otra parte, sus aspiraciones aún no muy conocidas de pretender ser el próximo Presidente de la República, lo colocaba en una oportunidad de demostrar ser el hombre fuerte que dirige la institución castrense, dispuesto a mantener a raya a los «comunistas» y enviarle señales claras a la oligarquía salvadoreña, y al imperialismo, de que él, era el personaje apropiado de dirigir los destinos de El Salvador, en el siguiente período presidencial. Sin embargo la marcha continuaba con buen paso, ya iban sobre la 25 Avenida Norte, a la altura de Caribe Motors. Desde lejos se miraba que la marcha cubría a lo largo más de diez cuadras, una gran masa de estudiantes cuyos clamores de justicia, de democracia, de paz, subían hasta el cielo. De las oficinas y negocios a la orilla del recorrido, salían personas a aplaudirles, dándoles ánimos. Los marchantes acomodaban sus pertenencias que acostumbraban a portar, como cuadernos, libros y otros objetos de utilidad; reglas T, escalímetros, probetas, estetoscopios, entre otros objetos. La marcha tendría que cruzar hacia el centro de San Salvador, por la Calle Manuel José Arce, hasta llegar a la Plaza Libertad, casi un total de treinta cuadras.
La Calle Arce, es el eje de la ciudad, del centro al poniente, al norte de esta calle, paralelas se encuentran la 1ª, y 3ª. Calle Poniente. La 3ª. Calle Poniente cruza la 25 Av. Norte, por debajo a un paso a desnivel, con sus dos brazos de acceso hacia arriba, teniendo al lado Norte el muro del Seguro Social. La Calle Arce termina frente a la entrada del Hospital Rosales, de por medio la 25 Av. Norte y 25 Av. Sur, su posición es en lo más alto de una pendiente suave, que disminuye hacía el Sur. En ese punto se habían situado efectivos de la Guardia Nacional, el cuerpo de seguridad creado para reprimir a los campesinos, cubría todo el territorio salvadoreño, tenía fama de matar primero y después preguntar. Situados en ese punto, los estudiantes, que caminaban de norte a sur, no los podían ver. Desde el primer día de la organización de la marcha, les informaron que la manifestación iba a ser reprimida con salvajismo. Sobre la 23 Avenida Norte, en proximidad a la 3ª. Calle Poniente, fuera de la vista de los estudiantes, se encontraban los antimotines, apoyados por soldados, en ambos frentes de guerra, listas a actuar tanquetas con ametralladoras, todo un ejército a dar batalla a un enemigo cuyas armas eran cuadernos, libros, pancartas y megáfonos. La emboscada estaba bien preparada.
Ondeaban banderas de las Facultades, infinidad de mantas, carteles, con mensajes que denunciaban el atropello a la autonomía universitaria, y un solo rumor de voces, cánticos, un paso a paso, dispuestos a defender sus derechos reconocidos en la Constitución. A medida que avanzaba la marcha por la dignidad de la UES, la tensión crecía, el temor se reflejaba en los rostros, pero a la vez los ánimos encendidos, decididos a enfrentar el posible escenario de peligro.
Estaba la cabeza de la marcha más allá de la Policlínica Salvadoreña, a pocos metros del paso a dos niveles. Julio con Paula se detuvieron a tomar agua en la cafetería de la señora Delia Díaz, frente a la entrada del Colegio Externado San José, ahí recién había hecho una parada el compañero David Rivera, encontrándose los tres.
-¿Qué piensas David? –preguntó Julio, con signos de preocupación.
-Mira, quédate aquí con Paula, ya no sigas, cuídala, de seguro nos estan esperando, hay que tener sentido común, te lo digo por Paula, al fin nosotros podemos aguantar.
-¿Crees David? -preguntó Paula, prosiguiendo-, en este momento siento miedo, me invade la ansiedad.
-Se te nota en el rostro, por eso les digo, esperen que la cabeza de la marcha llegué a la Calle Arce –les recomendó David.
-Mejor –dijo Julio con precipitación-, quédate con Paula, yo voy animando a mi bloque de compañeros.
-No –dijo David-, quédate.
En ese momento, el grupo de los estudiantes de secundarias, apresuraron el caminar y en trote abierto para acompañar a los organizadores que iban adelante, que se acercaban al paso a dos niveles y Julio no esperó otra respuesta y salió corriendo a la par de los estudiantes de secundaria, y solo gritó: «Cuida a Paula, que ya regresaré». Faltaba poco para las tres de la tarde y Julio en medio del bloque como a cincuenta metros atrás de la cabeza de la manifestación. Se aproximaban al paso a dos niveles, se dieron cuenta que la Guardia Nacional, les salió al encuentro, puesto que se movieron en dirección frontal a la marcha. Los organizadores doblaron a la izquierda por la 3ª. Calle Poniente, a la par del muro del ISSS, para evitar a los guardias; al mismo tiempo las tanquetas, los antimotines de la Policía Nacional, que habían permanecido ocultos en la 23 Avenida Norte, se movilizaron a taparles la ruta alterna y los guardias en la 25 Av. Norte, acercaron sus tanquetas al sur del paso a dos niveles, en posición de tiro con las ametralladoras. La cabeza de la marcha quedó aislada en ese tramo de la Tercera Calle Poniente, en medio de los dos cuerpos de uniformados. Cesaron las canciones y un rumor ininteligible y confuso.
Mientras arriba del paso a dos niveles, los estudiantes continuaban llegando a ese punto, haciéndose una aglomeración, porque los de atrás no cesaron de caminar al no tener una visualización rápida de las acciones de ese momento delante de la manifestación. Quedaron apiñados sobre el puente, y el pánico se anidó en sus caras, notaron el peligro que los amenazaba.
Empezaron a forzarse entre ellos para regresar, gritaban «regresen compañeros, no hay paso» y observaban conmovidos desde arriba y gritaban, levantaban los brazos, unos temerosos, otros desafiantes, o dándoles ánimos a los compañeros que iban adelante, esperando lo peor. Esos segundos, quedaron suspendido en la existencia de los ahí presentes, un instante vaciado de vida, como cuando sentimos dudas si estamos dormidos o despiertos recién idos a la cama, o se duerme o no se duerme, una fotografía no de imágenes, sino de un torbellino en un profundo abismo que gira en su negritud, donde la muerte danza y ríe, del festín próximo a ocurrir.
Otro grupo de estudiantes avanzaron sobre la 3ª. Calle Poniente, al costado del muro del Seguro Social, ahí va Julio, se encuentra con otro estudiante que trata de ordenar y dar valor al grupo que se había detenido que, más adelante al llamado de un catedrático que agitaba sus brazos gritaba: «no se separen, vamos no dejemos solos a los compañeros», avanzaron un poco. «¿Cómo te llamas?» -le preguntó Julio-, «Euclides», dijo el otro estudiante, y continuaron abriéndose paso, juntándose ambos grupos en el escampado donde inicia el túnel del paso a dos niveles. Los gritos de «UUU», continuaron, pero los antimotines se aproximaban que, al tener cerca el grupo que dirigía la marcha, hicieron tres descargas de fusilería, los primeros como para avisar a los guardias que habían estado frente al Hospital Rosales; la tercer descarga fue directa a los estudiantes, junto con bombas lacrimógenas, y un traqueteo ensordecedor y la espesura del humo cubría toda la calle y el puente. Comenzaba el caos, la confusión, la algarabía, el desbarajuste y ese bloque de estudiantes se dispersó por todos los rumbos evadiendo los cuerpos ya vencidos por la metralla. Las ráfagas se repetían a cada momento, en menos de treinta segundos el puente y sus alrededores se llenaron de humo, más de doscientos cuerpos tendidos sobre la calle y otros en el puente. Los gritos de dolor conmovían hasta al más fuerte y seguían avanzando los agentes y soldados apuntando y disparando. Encontrándose Euclides frente a frente, más bien frente al cañón del fusil del soldado; Euclides lo observó con una actitud de reclamo, esperando el disparo, el soldado dejó de apuntarle y se retiró.
Paula y David, estaban al centro de la Avenida frente a la entrada del Colegio Externado San José, estáticos, estupefactos, incrédulos y llenos de rabia. Los estudiantes regresaban y les topaban sus cuerpos y en tropel abierto, como el delta de un río, buscaron las calles aledañas para resguardarse del ataque a mansalva y bestial, pero muchos aún permanecieron cerca del puente, esperando que los uniformados se retiraran.
La humareda poco a poco subía y se desvanecía; Paula y David, veían sombras humanas, en un solo rumor de quejidos, que empezaron a moverse en medio de la densa nube, atosigados, pidiendo auxilio, desorientados, a la par de compañeros que se habían tendido al suelo, o que habían sido abatidos por las balas asesinas. Al extremo norte del puente, vieron con angustia que del racimo apretujado arriba del puente se lanzaban abajo del mismo para escapar de las balas asesinas, muchos se fracturaron, otros murieron en la caída, o fueron aplastados por las tanquetas, que venían avanzando como sombras de muerte entre la enorme nube de humo que, repetidas veces transitaban el mismo espacio de calle. La cabeza de la marcha ya no existía, solo quedaban un veintena de cuerpos tirados, algunos solo estaban heridos hacían un esfuerzo supremo de erguirse, pasaron varias tanquetas y aplastaron cuerpos de fallecidos como de los que aún vivían, los fusiles apuntaban a todo lo que se movía, en acciones simultáneas estaban subiendo los cadáveres a los camiones del ejército, lo mismo de estudiantes capturados. En esa confusión los estudiantes recuperan algunos cuerpos de compañeros fallecidos y los conducen a la Universidad.
El ruido de la fusilería disminuyó, para ejecutar una represión silenciosa con tanquetas que aplastaban cuerpos y perseguir con machetes a los estudiantes.
En la confusión Julio se despegó de Euclides y este a la vez se juntó con el catedrático el que había alzado los brazos para no dispersar la manifestación que, poco a poco llegaron a la cabeza de la marcha, que había estado aislada, para auxiliarlos. Encontrándose Julio en medio del grupo de estudiantes de secundarias situados a la par del muro del Seguro Social muy combativos, gritando consignas, llegando muy cerca de los policías antimotines, quitándose la camisa Julio, como para agitarla en señal de avanzada; que después de los disparos, fueron perseguidos a machetazos por los policías de hacienda. Los estudiantes empezaron a escalar el muro del Seguro Social, alcanzados no pocos, con machetes despalmados, que brillaban con el sol de la tarde, en ese punto Julio fue herido abajo de su pantorrilla derecha, saltando el muro, al caer sintió que algo se deslizaba por su tobillo, de inmediato notó la herida en su pierna y la sangre que salía, tiño de rojo el pantalón blanco.
La densidad del humo había disminuido, salieron del Hospital del Seguro Social médicos y enfermeras a auxiliar a los primeros heridos, los antimotines se lanzaron contra el cuerpo médico a culatazos y golpes de cañón, y amenazaron con machetes a los médicos que humanamente salieron a socorrer a los estudiantes heridos; ya los primeros estaban siendo atendidos, en las salas de operaciones o en camillas, los médicos hicieron su labor con rapidez y les proporcionaron camas.
Un grupo se había refugiado en la azotea del Hospital, bajaron para tratar de llevarse a los compañeros que podían movilizarse, por si acaso regresaban los represores que se habían retirado después de recorrer el Hospital en busca de manifestantes. Al cabo de dos horas abandonaron el refugio y evacuaron a los heridos que habían sido atendidos, incluyendo a Julio que se quejaba del dolor de la herida del machete; a la salida vieron con pavor el cuerpo ensangrentado de un estudiante de medicina que se había protegido dentro de un barril lleno de basura con la cual se había cubierto, un médico lo estaba auxiliando y lo subió a su carro para darle curación en su propia casa. Algunos ciudadanos trasladaban heridos a lugares seguros, la indignación les borró el temor y cooperaron en varios traslados.
Los uniformados recogieron los cadáveres, se llevaron a muchos capturados, que nunca aparecieron. La zona esta llena de negocios y otras oficinas, el personal salió a ver el dantesco panorama, el profesor y Euclides recorrieron todas las cuadras a la redonda del puente con énfasis en la Tercera y Primera Calle Poniente y la 23 Avenida Norte. Habían llegado los bomberos a limpiar la evidencia de la masacre. Tanto en la 25 Avenida Norte, y en la 3ª Calle Poniente, se distinguía el reguero de cuadernos, zapatos, carteras de mano, y objetos personales de los estudiantes y los charcos de sangre sobre el pavimento. Aquí un libro de Química, allá otro de Economía, nombres de los autores se veían en sus pastas.
Frente al Externado San José, Paula gritaba: ¡Julio!, ¡Julio! No pudo contener su llanto, se decía: «jamás pensé que ocurriría semejante barbarie, mi formación no concibe semejante ineptitud política del gobierno salvadoreño».
Que con tanta violencia, odio y premeditación ejecutó la represión de la marcha pacífica de los estudiantes de la UES. Su amor a Julio le hizo superar su angustia, su frustración, su impotencia, procedieron a buscarlo, fueron acercándose al puente, donde concurrieron otros estudiantes, encontraron al profesor y a Euclides auxiliando a compañeros que se escondieron en los jardines exteriores de las viviendas cercanas, Paula le dio las señas de Julio al profesor, le confirmó que anduvo cerca de ellos, «que en la confusión lo perdieron de vista, pero puede ser que se haya ido con los compañeros que lograron evadir el cerco militar y se conducían a la Plaza Libertad, o de los que ayudaron a trasladar a la Universidad los cuerpos de los compañeros que cayeron abatidos».
Siguieron caminando en medio de la calle, de pronto vio a cinco metros la camisa azul de Julio, no tenía señales de sangre y estaba entera, la tarde finalizaba en el Oriente, David la alentaba.
-De seguro Julio esta a salvo, en estos casos se corre por donde se puede salvar la vida, no donde se quisiera estar.
-Sí, pero.
-Julio no ha muerto, Paula.
-¿Cómo estar seguros?, si son más de cien los muertos.
-No te atormentes antes del tiempo, yo presiento que ha de estar en algún lugar, menos en su casa.
-¿Conoces donde vive?
-¡Qué nunca te lo dijo! –le respondió David.
-No nunca, no nos preocupábamos de eso, solo sé que es cerca del Boulevard Venezuela, o final de la Cuarenta y Nueve Avenida Sur.
-Te voy a llevar a tu casa.
-¡No!
-¿Entonces?
-Quiero ir a la Universidad, tengo un presentimiento.
-¿De qué Paula?
-No preguntes David, vamos a la Universidad.
Se fueron a la Universidad, entraron a la Facultad de Derecho donde había una gran conmoción, preguntaron por Julio, les confirmaron que no estaba entre los cuerpos que habían logrado evacuar. Paula empezó a recorrer los lugares habituales que frecuentaba con Julio y a cada momento brotaban sus lágrimas de sus hermosos ojos moriscos, se sentaron en las mismas gradas exteriores alrededor del bello jardín, Paula no podía distinguir sus sentimientos, su angustia y le dijo a David.
-Mis padres me habían advertido del peligro y quieren mandarme a Italia a terminar mis estudios, pero algo más va a suceder.
-No adelantes pensamientos Paula.
En ese momento pasaba la señora dueña del Cafetín de Economía, que se retiraba de sus quehaceres, se detuvo, les dijo:
-¿Qué hacen aquí Bachilleres?, no se alejen de los demás estudiantes, o mejor váyanse para sus casas, mañana será otro día.
-Si –dijo Paula, haciendo una pausa, agregando- mañana será otro día.
Al día siguiente, el periódico más reaccionario, su titular decía «Policía dispersa manifestación», el otro periódico decía «Heridos ayer en manifestación».
El sábado 2 de agosto, toda la comunidad universitaria, acompañó el Sepelio de algunos estudiantes, cuyos cuerpos se habían recuperado en el fragor de la envestida militar. La indignación y deseos de justicia se escuchaban.
En riguroso orden se dirigieron al Cementerio General. Los agentes orejas que con descaro vigilaban el desfile mortuorio, no se atrevieron a nada, resaltaban por su forma, por su actitud, por sus caras inflamadas por la droga, por su ojeras y sus ojos de asesinos. Ni Julio ni Paula, aparecieron ese día.
En los días, próximos siguientes, hubo una multitudinaria marcha de madres de los caídos y desparecidos, ese mismo día estudiantes toman por primera vez la Catedral Metropolitana, y se mantuvieron hasta el siete de agosto.