Carlos Girón S.
Pueblo soberano, hermanos salvadoreños, compatriotas bien nacidos, rectos y honestos, agradecidos de tener, por la gracia de Dios, un terruño bendito –cuando millones de seres andan por el mundo como parias–; un terruño donde se desenvuelven nuestras vidas, bajo el amparo y la protección Divina; hermanos, es la hora de demostrar el amor a la Patria que nos cobija, nuestra República, y salir a defenderla de los ataques del terrorismo de Estado que vienen perpetrando mal llamados legisladores (los de oposición) y magistrados (4) de la Corte Suprema, con el avieso y malvado propósito de descarrilarla, como se descarrila un tren, sin que les importe un bledo el dolor, el sufrimiento, la angustia y las carencias y hambre que ello provocaría a nuestra población.
Tales terroristas de Estado se parecen o son peores que los otros que ensangrientan y llenan de luto y dolor a miles de hogares en nuestro suelo. Son peores, más desalmados porque viven, ellos y sus familias, de los altos salarios pagados con el sudor del pueblo trabajador al que le compensan queriendo quitarles los programas de ayuda social y los muchos otros beneficios establecidos por el actual Gobierno, como nunca lo hicieron los que por 20 años detentaron el poder político. Y el económico, pues lo despojaron de bienes del Estado que generaban utilidades para cubrir las necesidades y cumplir los compromisos del Gobierno, internos y externos, transfiriéndolos a manos de particulares que hoy se usufructúan (roban) con ahorros que servirían para el futuro de los trabajadores.
Los terroristas descarriladores del tren de la República siguen levantando durmientes que sostienen los rieles, le sustraen el aceite y la grasa que requiere la locomotora, los ejes y las ruedas, para provocar el desbarrancamiento. A todo eso equivale el “impago” en que han hecho caer al Estado los terroristas de las curules tricolor, que rechazaron votar para la aprobación de un préstamo de emergencia que urgía para el pago de pensiones y otras necesidades con plazos perentorios, que se cumplían los primeros días de este mes de abril. Los medios, por su parte, felices de destacar en sus portadas: “GOBIERNO CAE EN EL IMPAGO”, resaltando a la vez, con alborozo, que esto baja más la calificación de crédito de nuestro país. Eso es aplaudir y brincar de contentos de que se desprendan rocas sobre los rieles y dificulten la marcha del tren.
Riéndose están también de haber puesto sus granos de arena, para el objetivo del descarrilamiento, aquellos grandes contribuyentes que obstinadamente se niegan a pagar millonarias deudas en concepto de impuesto a la Renta e IVA (retenciones delictivas), y también trasladando cuantiosas sumas de dinero off shore.
Los cuatro francotiradores de artillería pesada, parapetados en la Sala de lo Constitucional, también se paladean con fruición por el bazucaso asestado al Gobierno, aserrándole el piso al calificar de “inconstitucional” el Presupuesto General de la Nación de este año 2017. Se regodean porque ya llevan muchos otros hits de ese calibre, que –estúpidamente— no caen en la cuenta de que sus disparos mortales, de todo calibre, no le hacen ninguna mella al Gobierno en sí, a sus representantes, sino única y directamente al pueblo luchador y esforzado. Olvidan también tontamente que ellos forman parte de ese tren, el Gobierno, y que en alguno de sus vagones viajan ellos, y que en el resquebrajamiento del tren perfectamente pueden resultar ellos en esta misma forma.
Como desgraciadamente estos terroristas son tercos e irracionales y no parecen cejar en sus malvados propósitos, toca al soberano ponerse en pie, armarse de valor y de coraje, y buscar la manera de impedir el descarrilamiento del tren de la República, neutralizando de algún modo el poder diabólico que impulsa las acciones de los legisladores y magistrados que se han convertido en el enemigo número uno de los salvadoreños y de la Patria.
Como decimos en el encabezado de este trabajo: ¡Pueblo soberano: a impedir el descarrilamiento del tren! (nuestra Patria sagrada). Sí, es preciso que ya a estas horas y a estas alturas, se promueva y organicen una o varias delegaciones de ciudadanos probos que acudan, no ante la OEA –enemiga acérrima de nuestros pueblos y sus gobiernos progresistas–, sino directamente a la ONU y a la Corte Internacional de Justicia, en La Haya, a pedir amparo y justicia contra los terroristas de Estado, que cada vez avanzan más y más, llevando su potente carga de dinamita para hacer estallar en pedazos y escombros el tren de la Patria.
Las organizaciones civiles y democráticas, atentas siempre el acontecer y los peligros que amenazan a la República, podrían iniciar pronto una colecta pública para recaudar los fondos necesarios para costear el o los viajes de las delegaciones de patriotas a la ONU y La Haya. Internamente se puede pensar también en organizar marchas pacíficas de protesta, denuncia y condena de los atentados de los funcionarios traidores ya referidos. Tales demostraciones ante las sedes donde medran esos funcionarios son de gran poder disuasivo y justiciero. El soberano, por cierto, está a la espera de nuevos pronunciamientos y declaraciones de los 50 abogados constitucionalistas, denunciando la conspiración de los citados terroristas de Estado. Somos todo oídos, hermanos.