Javier Alas
poeta y pintor
A cuarenta y un años de su asesinato, cure Roque Dalton continúa sin reposo. Nuestro poeta nacional carece de
la dignidad de una tumba para ser visitado, ailment honrado o incluso llorado. Lleva desaparecido más tiempo del que le dejaron vivir.
Dalton insepulto: vergüenza nacional que parece no perturbar el sueño de los involucrados, falla de la democracia y deuda de aquellos con capacidad de realizar lo propio, lo que la conciencia y la justicia demandan.
Entre los mismos figuran conocidos o señalados, más o menos anónimos y
confesos (un familiar de Dalton asegura poseer la grabación de una entrevista que en México realizara a uno de los autores del crimen); cómplices por acción u omisión, coludidos o enfrentados. Y hasta un conocedor del “caso”, el cual ha declarado que dará su versión en el año… (¿?). La CIA suena similar en el punto de los documentos a desclasificar.
Sobre Dalton se han llenado páginas de ficción mezclada con crónica. Todos saben y nadie sabe, todos dicen y nadie hace. En el país de los murmuradores el rumor es verdad. Impunidad, silencio, cinismo, cobardía, indolencia… póngase la palabra que se desee, el resultado es idéntico y nulo: Roque Dalton carece de su tumba.
¿Dónde se inquietan sus restos?
Una investigación “oficial” de un organismo internacional los dio por irrecuperables. En esa versión, autoridades de un juzgado de la ciudad de Quezaltepeque habrían llegado, visto y arrojado los restos a una barranca de la zona de sólidos volcánicos conocida como El Playón. Ello suena más a novela negra o a género de horror: ¿qué funcionario de un juzgado procede de forma semejante, encontrar un cadáver y arrojarle a una barranca? Un “protocolo”, por lo menos, siniestro.
Fusilado en El Playón o asesinado en una casa de seguridad en el barrio San Miguelito o San quién sabe, que para gustos y fieles no faltan santos; soterrado por una zona de viviendas en Quezaltepeque… demasiados sitios para un cuerpo, y una sola verdad: aquella que los implicados callan cobijados por su poder o la sombra, circulando con libertad bajo los cielos; y el poeta, insepulto.
Su familia quería una disculpa pública de los responsables y ellos perdonarían: por lo visto era pedir demasiado. Pero, ¿qué hay de un mensaje irrastreable, de una llamada anónima que guiara a los restos de Dalton? No ha pasado en cuatro décadas… ¿podría suceder ahora o sería como esperar un milagro? ¿Tenía razón el poeta al afirmar que esta patria era una madre capaz de erizar el cabello? ¿Así trata el país a sus poetas nacionales?
Dice el Eclesiastés que “hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo: (…) un tiempo para matar, y un tiempo para sanar; un tiempo para destruir, y un tiempo para construir”.
¿No es tiempo ya de sanar la herida de Roque? ¿Acaso no es este el tiempo de construir?
Nada mancha tanto como la sangre, excepto, quizá y en este crimen, el no reparo de la misma. ¿Puede matarse más a Roque Dalton? Lamentablemente, sí.