Iosu Perales
El escritor palestino nacido en Galilea, Ala Hlehel, centra muy bien en qué consiste la ocupación sionista de Palestina.
“La ocupación es una máquina: un régimen complejo, semejante a un pulpo, que funciona hasta agotar a los que están sometidos a él. Es un régimen basado en la represión disfrazada de legitimidad administrativa, a la sombra de tribunales y de autoridad legal. A primera vista, todo es legal, y los derechos humanos están garantizados. Un chico acusado de tirar piedras gozará de representación legal en el tribunal militar, y de un intérprete, y del derecho de su madre a llorar lastimeramente delante de él durante los cuatro minutos que duran las expeditivas deliberaciones en el remolque de plástico reforzado. Mesas, sillas, ordenadores, soldados de uno y otro sexo, secretarios, el escudo nacional, su bandera, cámaras de seguridad inteligentes, una estructura de metal alrededor del lugar en el que se sienta el acusado, una plataforma de madera marrón detrás de la cual está el abogado defensor, camisas blancas con corbatas negras, un juez militar impaciente, y tres hombres jóvenes en la flor de la vida que tiraron piedras contra un jeep militar durante una manifestación. Todo, menos justicia. […]”.
Con agudeza y habilidad, Hlehel nos ilustra qué es y cómo se comporta una ocupación que dura más de setenta años. Hlehel es palestino y ese dato podrá bastar a los incrédulos, a los políticamente ciegos, para desconfiar de su relato. Pero ocurre que Sergio Yahni, judío de origen argentino criado y crecido en el kibutz de Maabarot, coincide plenamente con él.
Sergio Yahni dirige el Centro de Información Alternativa (AIC, según sus siglas en inglés), en el que se informa, se denuncia y se lanzan campañas a favor del fin de la ocupación. Con Sergio he compartido cervezas en Jerusalén y en Euskadi. Como otros muchos fue detenido y encarcelado por negarse al servicio militar. Cuando salió de prisión tomó la decisión de ponerse al servicio de la paz entre los dos pueblos, sobre la base de una solución política justa. Desde muy joven cruzaba de noche, a pie, las líneas de separación de Israel con Cisjordania y se reunía clandestinamente con jóvenes palestinos en Belén, Beit Jala y Beit Sahour. Para Sergio es esencial que jóvenes de ambos lados dialoguen y reflexionen juntos.
Así lo ve Yehuda Shaul, uno de los fundadores de Breaking the Silence (rompiendo el silencio), al decir: “Desde el inicio de la Segunda Intifada (año 2000), hay una separación extrema por ambas partes. El único israelí que conocen muchos palestinos es un colono o un soldado y el único palestino que los israelíes jóvenes conocen es un detenido que sale en el telediario”. Muchos jóvenes no están de acuerdo con la ocupación, con las colonias, con la violencia y es por eso que se expresan del mismo modo que Shaul: “La lucha no es únicamente para que los palestinos conquisten sus derechos. De una forma u otra lo conseguirán. La gran pregunta es también ¿qué va a pasar con nosotros, israelíes? Israel no puede triunfar porque las contradicciones de la ocupación son demasiado grandes. ¿Cuánto resistirá un Estado dominado por los militares que ha traicionado su promesa de paz?”.
Una tarde tuve la oportunidad de participar en un diálogo entre jóvenes de ambos lados. Fue en Beit Sahour. El centro de sus preocupaciones, en aquel momento, era cómo hacerse visibles en Europa, cómo mostrar que hay puentes entre las dos comunidades, con objetivos compartidos como por ejemplo el derecho de autodeterminación del pueblo palestino y la seguridad de dos estados independientes. En medio de las intervenciones surgió un concepto clave: Diplomacia Ciudadana.
La Diplomacia Ciudadana o de la gente sería la intervención en espacios de diálogo donde las relaciones entre estados e instituciones como la Unión Europea, no dan la talla. Por entonces yo era coordinador del Grupo Sur, una alianza entre ONG europeas. Decidimos hacer algo en el parlamento europeo, en Bruselas, y así es como organizamos un mitin o conferencia entre organizaciones de la sociedad civil y grupos parlamentarios. También en Bilbao hubo un gran foro social con participación de israelíes y palestinos.
El estancamiento del conflicto nos demuestra que poco o nada se ha podido avanzar, sin embargo, la vía de la Diplomacia Ciudadana sigue siento buena. Permite acumular masa crítica. Antes o después, la presión de la sociedad civil se pondrá por delante de las relaciones entre gobiernos, para exigir una solución justa al conflicto que ya dura demasiado tiempo.
Entre otras cosas, la experiencia nos ha enseñado que no todos los judíos son sionistas. Lo son, básicamente, aquellos que luchan por un Estado judío independiente y colonizador implantado en todo el territorio de la Palestina histórica. Precisamente la palabra Sion deviene del nombre de una colina que preside la ciudad de Jerusalén. Volver a Sion es una consigna que a finales del siglo XIX y principios del XX, incentivó las migraciones hacia Palestina. Inicialmente el sionismo era un movimiento laico y socialista. Después de la guerra de los seis días (junio de 1967), este movimiento se desplazó hacia una explicación bíblica de la ocupación y colonización de Palestina, al habérsele agotado el argumentario de izquierda. Así es como asuntos de hace 3,000 años, son preponderantes hoy. Paralelamente, los Kibutz, que originariamente combinaban sionismo y socialismo, fueron abandonando la orientación marxista de sus granjas colectivas para sustituirla, por un nuevo orden que rescata la propiedad privada y los valores individualistas.
Así pues, la población que vive en Israel no es homogénea. Lo muestra sus conflictos internos, como por ejemplo el racismo. Los 900.000 rusos que viven en el territorio, mantienen sus formas de vida, sus tiendas propias, sus hoteles y cafés, su religión, su idioma, su cultura. Tienen un trozo de poder, pero mucho más lo detentan los azkenasis, sionistas con origen en Europa central y oriental que ven a los rusos como un problema para la cohesión del país. También generan inquietud las decenas de miles de judíos yemeníes que llegaron con el programa “Alfombra Mágica”. Y los llegados de Argentina, Venezuela, Chile, Perú, etc. No es fácil la vida en un país que fue “llenado” de habitantes procedentes de los cinco continentes, sin tener que demostrar siempre su ascendencia judía.
Una encuesta publicada por la televisión israelí concluyó que el 47 % de los israelíes apoya aún una solución de dos Estados basados en las fronteras de 1967; el 39 % se opone y el 14 % no sabe. Los activistas israelíes consideran que el momento presente es especialmente duro para quienes se oponen al gobierno y a la ocupación y que el espacio democrático se reduce. Denuncian ser objeto de amenazas, de acoso judicial y de hostigamiento por parte del gobierno, en el que tiene voz y voto partidos de derecha ultranacionalista, favorables a la colonización en los territorios palestinos. El hostigamiento se da con fuerza desde medios de comunicación que presentan a los disidentes cono malos judíos.
Es cierto que en muchos casos los israelíes hacen como que no saben del conflicto. Sin embargo, la violencia está en la misma puerta de la casa y es inútil tratar de ignorarla. El levantamiento del muro de 810 kilómetros ayuda a los negacionistas, pero el pueblo palestino existe. Shaul Yehuda nos da la siguiente clave: “La ocupación no es solo física. No se limita a construir asentamientos y quitarles la casa a los palestinos, sino que también invades su mente, les persigues y le metes el miedo en el cuerpo de forma permanente. Tienes el control de sus vidas. Decides cuándo duermen y por qué calle pueden cruzar. Es una ocupación mental”, subraya.
De todas las organizaciones sociales israelíes contra la ocupación, tengo debilidad por el movimiento de las Mujeres de Negro. Todos los viernes desde 1988, estas mujeres se han instalado en las principales plazas de las ciudades o en los cruces de carretera con carteles que llaman a poner fin a la ocupación israelí. Valientes, resisten las presiones de colonos, policía y ejército israelí, y persisten en su lucha que es por la democracia, los derechos humanos y la convivencia entre dos Estados soberanos.
Es interesante citar a los muchos judíos disidentes, no sionistas, que desde adentro como fuera de Israel son partidarios de un solo Estado que incluya a los dos pueblos. Creen que un Estado mixto sería le mejor solución. Ello clausuraría guerras por el agua y por las tierras. Su planteamiento es valiente y original. Se salen de la dinámica polarizada de las mayorías palestinas e israelíes que no están por la labor de construir un Estado juntos,
Una de los más importantes voces de este grupo es el ensayista y activista judío, hijo de rabino, Michel Warschawski, conocido como Mikado. Mantiene una apreciación crítica de la postura de occidente y en particular de la Unión Europea: “Europa, y la comunidad internacional, fueron quienes crearon este conflicto. Los europeos decidieron resolver el problema de los supervivientes de la Segunda Guerra Mundial y del genocidio de los judíos de Europa diciendo: Os damos un Estado, coged las llaves, veinte francos. Tendréis apoyo político, militar, etc, decidiendo así hacer pagar a los árabes de Palestina por un crimen que les era extraño. Para Europa, fue una forma abyecta de desentenderse, a costa de los demás, de su responsabilidad en el genocidio”. Mikado cree que la Unión Europea debería trabajar por un Estado mixto como la mejor manera de corregir sus errores históricos.
Mikado denuncia: “En la colonización israelí, los palestinos dejaron de ser una comunidad para quedar reducidos a un problema ambiental, que se desplaza o limpia en función de las necesidades del ejército de ocupación o de la colonización galopante. Esta tendencia se vio agravada considerablemente con la segunda intifada y el mito de la guerra de supervivencia”. Para Mikado la solución se encuentra en el Estado binacional. La defensa de la alternativa binacional, puede parecer descabellada y poco práctica. Sin embargo, es otra opción alternativa que debe ser analizada y que no es para nada nueva. Mikado justifica la propuesta dada la “crisis estructural del proyecto de Estado judío” y plantea la “perspectiva binacional como una alternativa radical al régimen sionista, considerado colonial y estructuralmente segregacionista”.
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