Wilfredo Arriola
Escritor y poeta
Siempre me he cuestionado, ¿Qué nos dicen las puertas de los lugares adónde vamos? ¿Quiénes pasan a diario por ahí? ¿Nos darán una pista de quiénes son? ¿Sí será el umbral a otra dimensión y nosotros somos el hilo que enhebra esa aguja? ¿Será esa división entre el mundo externo e interno? ¿Se ha percatado usted?
La puerta de mi casa tiene un fondo blanco que aspiro provoque pureza, que de una sensación de paz para quienes la frecuentan, no obstante otras puertas, tienen un aspecto gastado por tantas manos que se han depositado en sus manecillas y esa impresión en muchas ocasiones, seré sincero, no me aspiran a entrar, a perforar con mi presencia atravesándola. Otras puertas son muy sobrias, tanto que nos dan una pista de quienes habitan dentro. Quizás son una pequeña frontera entre lo que uno abandona y lo que uno puede recibir dentro. A veces me hago las preguntas preliminares ante la textura, la presentación, el diseño y tantas cosas que hago hincapié antes de mi marcha habitual; esos pocos segundos frente a frente como cuando uno está a punto de girar en una vuelta pronunciada y como recompensa a la ansiedad nos encontramos ante lo desconocido.
Recuerdo la puerta de la casa de mis tíos en San Vicente, tenía un letrero que sentenciaba como primer saludo: «Somos católicos y veneramos a la Virgen María, no cambiaremos de religión, no insista.» Un mensaje contundente para cualquier secta que no fuese la de ellos, la personalidad de nuestras puertas dice mucho de nosotros. Puertas como la de la casa de un vecino de la colonia donde resido, con un escudo de su equipo favorito mostrando su ferviente pasión y fanatismo por el deporte que ama, nos estará diciendo: «Si eres de los míos eres bienvenido.» Es probable, adonde estamos, por lo general dejamos ofrendas de quienes somos. No solo las puertas de las casas de domicilios nos dan muestras de quienes son. En las iglesias católicas es muy común observar con delicada pericia de estructuras metálicas la figura de Jesús crucificado, apuntando en el inconsciente que esa escena es digna de recordar, otras iglesias nos dan una impresión de elegancia arquitectónica y el mensaje puede entenderse de otra manera.
Hay de puertas a puertas, las que tienen un foco rojo situado arriba de ellas que predican que pueden ser como un faro, pero de la perdición. Puertas con estricta seguridad con otra puerta a la par, pero esa puerta es humana con traje de vigilante. Puertas de cortinas de tela, puertas de esas extrañas que esconden los libreros que quizás nunca atravesaremos para sentirnos un poco «gánsters» o esas puertas que uno da una contraseña y por un momento sentirnos parte de un grupo privilegiado. La vida también es una puerta, también damos contraseñas, también como nos miran nos quieren abrir y a veces nos quieren cerrar del todo dejando las llaves adentro.
La próxima vez que asista a un lugar, pueda ser que la puerta diga mucho del lugar al que está entrando o haga énfasis en la suya, para dar u ocultar mayores pistas de quién es usted. Las puertas son el primer mensaje que les damos a nuestros visitantes y es probable que algunos desde ahí ya no quieran entrar o con mayor fortuna celebren poder entrar al mundo que usted les propicia.