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Qatar, un gol a los Derechos Humanos

Iosu Perales

El próximo 21 de noviembre dará inicio el campeonato mundial de fútbol en Qatar, un pequeño emirato de sólo 11.000 kilómetros cuadrados que no tiene tradición futbolística alguna y que compró el derecho de organizarlo, gracias a su riqueza petrolífera. El Mundial es el principal ingreso de la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA)

Qatar ignora los derechos humanos y rechaza la democracia. Sus dirigentes desprecian los derechos laborales y por causa de inseguridad laboral han permitido que más de 6.000 personas mueran en la construcción de los estadios bajo un calor de 50 grados, según ha publicado el diario inglés “The Guardian y lo denuncia la Confederación Internacional de Sindicatos.  Con una temperatura extrema se jugarán los partidos, poniendo en peligro la salud de los futbolistas. El dinero lo puede todo, o casi todo.

Dice el entrenador argentino Ángel Cappa (Bahía Blanca, 1946), que el fútbol es un bien común, un derecho o una necesidad que siempre perteneció al pueblo. Pero el capitalismo se lo ha arrebatado a la gente y lo ha convertido en una industria de hacer dinero y de fabricar poder. El fútbol de primer nivel hace tiempo que dejó de ser de las barriadas para convertirse en un deporte de despachos y estadios faraónicos.

Lo cierto es que una parte elitista del fútbol se mueve en unos números de escándalo. No sabemos todavía cuánto costó el fichaje de Leo Messi por el PSG parisino. Pero ya se ha publicado que el fichaje de Neymar en 2017 por el mismo equipo francés, de propiedad qatarí, costó unos 500 millones de euros, lo que supuso cruzar las líneas rojas de la sensatez y un desequilibrio letal en el mundo económico del fútbol. Los números que se mueven en el fútbol no van en paralelo a la vida real donde las crisis azotan despiadadamente a miles de millones de pobres.

“También nos roban el fútbol”, es un libro escrito por Ángel y su hija, la periodista María Cappa. Ambos autores hacen una lúcida denuncia del fenómeno extremadamente comercial y lucrativo en que se ha convertido el fútbol, como consecuencia de la oleada neoliberal iniciada en los años setenta, cuando el poder económico optó por la aplicación salvaje de las medidas dictadas por la que se conoce como Escuela de Chicago. Adalides de las mismas fueron Reagan en USA y Thatcher en el Reino Unido.

Es en esos años setenta cuando las grandes empresas descubrieron el fútbol como un gran y substancioso mercado. No sólo eso, sino que incluso camisetas de equipos muy poderosos pasaron a lucir propaganda de Estados que violan los Derechos Humanos, como son los casos de Arabia Saudí, Emiratos y Qatar. La publicidad en las camisetas de casas de apuestas deportivas es otro ejemplo de por donde discurre la ética del fútbol. Precisamente, los socios y socias de la Real Sociedad votaron contra esa publicidad, en el primer referéndum organizado por un club de la liga española.

He fijado mi atención en el libro de Ángel y María Cappa al calor de los debates a propósito de las ganancias de Leo Messi, sus contratos con el Fútbol Club Barcelona y su posible salida al PSG de París. Lo que más me ha impactó en este debate fue la afirmación de algunos personajes de la prensa deportiva de que si gana 300 millones netos de euros en cuatro temporadas “es porque se lo merece”. ¿Es o no una aberración? Fuentes oficiales reconocen que el salario medio de un investigador en España es de 22.695 euros. Pero, Messi, finalmente se fue. Y el diario deportivo Le Equipe ha publicado que sus ingresos mensuales rondan los 10,5 millones de euros.

Cn lo que cobran los mejores jugadores de fútbol se podría costear múltiples prestaciones sociales o el salario de cientos de investigadores científicos. Pero no quiero entrar en el barro de las cifras dispares que dan distintas fuentes, ni me interesa ser tachado de populista sólo por decir cuántos empleos podrían crearse con las ganancias de Messi, de Neymar y otros.

Me interesa más la reflexión sobre en qué se está convirtiendo el fútbol. El escritor y futbolero Mario Benedetti dejó escrito: “La clásica noción de juego sigue existiendo, pero solo como condición subsidiaria. Ahora la prioridad es claramente mercantil. El jugador ha pasado a ser una pieza de consumo y de especulación”. Ya lo anunció Jean-Paul Sartre, “El fútbol es una metáfora de la vida”. Y acertó. Como en la vida misma, en el actual escenario neoliberal el fútbol tiene todas las características de una mercancía. Lo dijo muy bien el gran Manuel Vázquez Montalbán, seguidor del Barsa: “Aquí se ha consagrado una economía de mercado, y se ha otorgado al fútbol el mismo papel de válvula de escape que tuvo en el franquismo. Se ha facilitado que llegue a la dirección de los clubes una parte de la nómina más impresentable de los empresarios de este país”. Claro que Vázquez Montalbán apenas llegó a ver el desembarco del petrodólar de manos de jeques que acaban de descubrir el fútbol. El slogan Qatar Airways en su camiseta blaugrana no sería de su agrado.

Desde este enfoque, el libro “También nos han robado el fútbol” es resultado de un trabajo de investigación que desmenuza la decisiva influencia de la televisión que es la que marca días y horarios de partido que son a menudo un despropósito que sólo se explica por la venta-compra de derechos televisivos

Claro que, para una familia futbolera y progresista como los Cappa, seguro que son un alivio las palabras del italiano Antonio Gramsci: “El fútbol es el reino de la lealtad al aire libre”. Si embargo, esto lo dijo hace muchos años. Messi, hizo cuanto pudo por arruinar al Barcelona: en su último contrato impuso una cláusula de lealtad al club por un monto de 39 millones de euros, según unas fuentes y de 77 millones según otras. Salario aparte. Seguro que el intelectual italiano hablaba de un fútbol puro ya desaparecido en la elite. En las categorías inferiores todavía existe una pequeña reserva de pureza. Lo quiero creer.

Por cierto, ¿qué dice el mundo del fútbol del mundial de Qatar?. Calla. Callan los medios especializados, los directivos, los jugadores, los aficionados. Es un mundial que molesta, pensado por las autoridades qataríes para blanquear su régimen super explotador y esconder sus violaciones a los derechos humanos. Y pensado por la FIFA para ingresar dineros multimillonarios.

Afortunadamente no todo el mundo del fútbol mira hacia otro lado. El sindicato mundial de futbolistas profesionales (FIFPRO), denunció en un vídeo: “Las condiciones de trabajo en Qatar son horribles, son crueles”. El futbolista Tony Kroos ha tenido palabras solidarias con los trabajadores de los estadios: “Trabajan a 50 grados y con una alimentación insuficiente”. El entrenador holandés Van Gaal, desde un enfoque deportivo y sanitario critica duramente a la FIFA por organizar el mundial en Qatar, “es una mierda” concluye. El jugador noruego Tom Hogli y el danés William Kvist sacaron un video en 2016 donde criticaron a Qatar por las condiciones en las que viven los trabajadores que participan en la construcción de los estadios: “Que tengan que morir miles de personas para construir estadios no tiene que ver con el fútbol sino con otros intereses”.

Pero no nos engañemos. Las voces críticas son muy minoritarias. Hay muchos motivos para callar y la inmensa mayoría de futbolistas se someten al silencio, aunque luego en privado manifiesten su malestar. También en los medios y programas deportivos se levantan muros para no tener que hablar de que representa Qatar en la esfera de los derechos humanos. Muchos periodistas temen que la crítica pueda acabar con la gallina de los huevos de oro y defienden con uñas y dientes sus espacios profesionales. Los más inquietos dicen que no quieren entrar en la crítica política. Pero, además de que el fútbol es parte de la política, de lo que estoy escribiendo en este artículo es de derechos humanos.

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