Luis Arnoldo Colato Hernández
Educador
La memoria colectiva es la suma de todas las experiencias que una sociedad acumula, conserva y transmite, en razón de su valor histórico y cultural.
En tal sentido, olvidarla, es la receta del fracaso.
Esa memoria ha de ser por supuesto, lo más cercana a lo objetiva posible, por lo que su revisión y comprobación es de valor capital, separando lo real y objetivo, de aquello que se corresponda con una narrativa que favorece los intereses de clase.
Así por ejemplo, al no haber abordado con objetividad las causales del pasado conflicto, con sus crímenes de guerra por ejemplo, comprendiendo sus causales y separando los privilegios de clase de los hechos, se perdió la oportunidad de construir al final de la misma, una sociedad incluyente, y tolerante, para en cambio imponerse las condiciones pre conflictivas, favoreciendo a las élites y profundizando las desigualdades, concentrando la riqueza en apenas el 0,0002% de la población [BID/FMI/BM], mientras se deprimió al resto, agudizando la injusticia y orillándonos a un nuevo conflicto social que se expresó en la más absoluta inseguridad social, derivado del abandono del estado de sus obligaciones por su anulación en favor de las privatizaciones, lo que derivó en la violencia pandilleril, que ahora es sustituida por la violencia del estado y la más absoluta desinstitucionalización.
Si como ejercicio ahora mismo evaluamos para comprobarlo, los conocimientos de los nuevos bachilleres, revisando junto a ellos las causales y consecuencias del pasado conflicto armado, o siendo más ambiciosos, la masacre de 1932 cometida por el régimen militar golpista de corte totalitario que se estableció luego del golpe de estado de diciembre de ´31, los resultados serán simplemente perturbadores, pues la práctica totalidad será incapaz de realizar dicho ejercicio.
Esto por supuesto se corresponde con un modelo educativo que no promueve la revisión objetiva y crítica de nuestra historia, lo que no es casual y si intencionado para favorecer intereses particulares, reproduciendo una narrativa superficial de la misma, favoreciendo un esquema memorista y bancario, lo que niega a los educandos la elemental capacidad de reflexionar y disentir a partir de la razón y la comprensión.
Eso explica el por qué el segmento juvenil es el principal reproductor de la cultura de superficialidad, intolerancia y matonería que impone ahora el régimen, así como ser su mayor difusora, sin entender fundamentalmente que está repitiendo.
Es decir; el desconocimiento de nuestra historia favorece a los sectores ultraconservadores, cuya cultura se ve sustentada además por el pentecostalismo militante, más esa narrativa histórica sesgada, patriotera y bajera.
Así al reducir a la escuela a reproducir esa narración vacía, sin contenido y sin consideración de los hechos, favorece la continuidad y profundización del modelo de inequidad y desigualdad que padecemos, admitiendo inverosímiles como que el golpista se autonombre rey filósofo, y sus seguidores lo celebren.
Semejante grado de narcisismo en la dirección solo auguran el peor final para este mal episodio de nuestra historia, con nosotros, el soberano como tripulación.