Myrna de Escobar
Busqué tu beso bajo la cama y no estaba ahí
Bajo la almohada, y tampoco lo encontré
Abrí nuestro closet, removí las prendas y nada
Miré en las repisas, en el tendedero y en el monedero
Pero no había señal alguna.
Grité tu nombre en silencio, tal vez así me los devuelves
Y tu beso no llegó a mis manos.
Abrí la puerta, nuestra puerta, creí que había escapado mientras te buscaba.
Pensé que se fue por el balcón, pero la lejanía seguía estando ahí; menos tú.
Distante, indiferente a mi pena, me aterró la angustia y lloré como niña.
Busqué tu beso en la ducha, en tus calcetines, en las mangas de tus camisas,
Tras los ojales de algún botón, pero todo estaba roído por tu ausencia.
Busqué tu beso en la taza del café, en la alacena, en la refrigeradora, hasta en el milenario hornito tostador.
Busqué tu beso mientras sacudía las ventanas, en tu silla al pie de la ventana, y tú no estabas ahí.
Busqué, busqué, busqué y busqué, quería encontrar al menos tu susurro recorriendo mis veredas.
Busqué tu beso tras mis pupilas, frente al espejo; en las calles que vieron nuestros pasos siempre de la mano.
Caminé hasta la pupusería para ver si encontraba uno tan solo de tus besos, pero fue inútil. Camino al trabajo, al parque, a la tienda, pero todo fue en vano.
Dejé de buscarte porque la angustia me envolvía, y pensé dejarte dormir tu largo sueño, aunque eso
implica no conciliar el mío. Pero de a poquito me fui quedando dormida.
Al despertar la inquietud era la misma. ¿Dónde se perdió nuestro beso predilecto? ¿por qué ya no me alienta despertar cada día y contemplar tu espacio vacío?
Me levanté con desgano, y al fin encontré nuestro beso escondido en tus gafas. Ahí estaba, guardadito en el estuche de tus lentes; mirándome, besándome con dulzura como lo hiciste durante más de veintisiete años.