Jorge Castellón
Escritor
Nadie lo sabe. Nadie sabe qué es ese misterio que junta sonidos y crea universos. Alguien dijo una vez, tadalafil que lo más parecido a Dios…es la música. Estoy de acuerdo. Nada más perfecto, online nada más insondable y misterioso. Aparejar la música a Dios mismo, ailment no es herejía, es franqueza. Es reconocer la imposibilidad de definirla.
Sabemos que la memoria musical y el oído musical difieren del de las palabras. Y si la palabra es lo más humano de nuestras cualidades… dónde queda el lenguaje musical. Para Noam Chomsky existe una gramática universal -Universal Gramar-que nos permite a los seres humanos aprender lenguajes. Y son los mismos lingüistas con su método, los que nos revelen que los lenguajes se parecen, se estructuran al final con los mismos patrones. Para algunos, nosotros también poseemos algo parecido a esa gramática universal, una cierta musicalidad universal que traemos al nacer, y que nos permite crear y gustar música.
Quizás la música fue antes que el lenguaje. Quizás desbrozó la conciencia humana para darle paso al lenguaje. Si primero estuvo la naturaleza, su música nos precede: rio, viento, llama, mar, rama, trueno, lluvia. Quizás, como dijo Dave Brubeck, la música es el latido del corazón; y tal vez, pienso, al ser arrullados, nosotros escuchamos ese latido como nuestra primera melodía, nuestro primer ritmo, nuestra primera armonía: reposada, constante, vital. Y de ahí, nace todo. Pero también, antes que nazcamos, antes de escuchar el mundo, es un latido el que a nosotros llega en la oscuridad del vientre, como un vinculo sonoro con el universo, allí, donde en palabras de Octavio Paz, “no hay pausa entre deseo y satisfacción”, donde somos uno con el mundo que nos rodea. Para caer luego, al nacer, al desamparo, a la ruptura: “caída en un ámbito hostil y extraño”.
La música entonces, de alguna manera, nos devolvería a esa permanente satisfacción, a esa ausencia de soledad de la que procedemos. Nos restituiría a esa absoluta ausencia de soledad.
No lo sé, sólo sé que he sido testigo como, después de 90 años de vida, mi madre ríe y evoca al escuchar música. Como llegan a su mente las palabras envueltas en música de cantos antiguos. Y como mi abuela, se quedaba absorta viendo a la nada, cuando, ya alejada de la memoria de nuestros rostros y nombres, parecía recordar no sé qué cosas al escuchar música. Sus ojos se perdían en un universo lejano que aparecía en la pared.
Yo quiero esa otra memoria cuando ya no tenga esta. Ese otro lenguaje, cuando ya no recuerde el mío. Esa otra dimensión, donde seguir amando a los que por olvido he dejado de amar, y que volverán en sueños musicales, en bellas alucinaciones sonoras, tan felices como un día los dejé sin dejarlos nunca.