IIosu Perales Arretxe
Ahora hace un año que este periódico publicó un artículo titulado Frente Amplio. De ahí que ahora, al escuchar al Bloque de Resistencia y Rebeldía Popular, su propuesta al país de un Frente Amplio para derrotar al régimen autócrata de Nayib Bukele, sienta una gran alegría. Doy por seguro que las victorias de Gabriel Boric en Chile, en diciembre de 2021, y de Gustavo Petro en Colombia, muy recientemente, han animado a la izquierda salvadoreña a dar este paso estratégico. Un paso que más allá de lo simbólico debe representar también un cambio de mentalidad.
Lo cierto es que junto con la alegría me asalta la preocupación de cómo hacerlo bien. De cómo la presentación de la propuesta debe ir acompañada de nuevas herramientas políticas. Una iniciativa nueva no podría ser defendida con ideas viejas. Nadie puede caer en el error de considerar que un nuevo nombre (Frente Amplio) será suficiente por sí mismo para atraer a una mayoría social y electoral. Los nombres no producen milagros, hay que cargarlos de razones y de emociones, para que prendan en las conciencias de la gente.
Una victoria electoral en el tiempo que vivimos, no será la resultante de un programa de gobierno, meticuloso y ordenado, por más que sea acertado en términos de propuestas. La opción vencedora será aquella que logre conectar con el malestar de las mayorías y con sus esperanzas. Para que esta conexión llegue se ha de escuchar mucho. Escuchar más que hablar, a lo largo de un proceso que debe abarcar a todos los sectores sociales. Sólo escuchando se podrá detectar el momento idóneo para lanzar un movimiento contra el régimen autocrático. Escuchando se podrá transmitir a la gente la confianza necesaria para comprender que el Frente Amplio debe ser la oportunidad de las mayorías democráticas y progresistas para fundar un nuevo régimen.
La puesta en marcha del Frente Amplio debe ocupar un espacio social y político tan incluyente que no quede ningún otro que le dispute el terreno de la unidad. Pienso que lo primero que los impulsores del Frente Amplio salvadoreño deben hacer es adaptar sus propuestas de manera que sectores medios de la sociedad, donde se encuentra la mayor concentración del electorado, puedan sumarse. Esta adaptación necesaria debe combinar una oposición fuerte con una moderación ideológica.
Estoy diciendo que la tarea de hoy no es construir una fuerza revolucionaria sino una fuerza democrática y social. Entender esto es decisivo, es esencial para captar el descontento de la gente. Si se cumplen las dos condiciones, de oposición fuerte y moderación ideológica, será más fácil una mayor amplitud de las alianzas. En el artículo de hace un año decía que, el Frente Amplio de Uruguay, aplicó un rastrillo que recogía la intención de voto de la mayoría de la sociedad. Pero si se ponen en primera fila las banderas revolucionarias mucha ciudadanía se verá incómoda, excluida, cuando en realidad su voluntad es la de sumarse a la lucha contra el régimen.
A esto se llama tarea de adaptación. La que han hecho el Frente Amplio en Uruguay y ahora en Chile, y la que está trabajando Lula en Brasil. Si no se entiende cuál debe ser la tarea de adaptación a la sociedad, el frente no podrá constituirse como fuerza ganadora. Hay que recordar que estamos pensando en una alternativa real. Hay que interiorizar que no se trata de una suma aritmética. Es una suma que acumula apoyos porque es una alternativa real.
De lo que estamos hablando es de una unidad en la que cabe y debe estar todo el espectro de la izquierda y que aspira a ser, al mismo tiempo, el referente de los sectores progresistas que no se autodefinen de izquierda. Que hace 50 años el primer presidente del Frente Amplio de Uruguay fuera el general Liber Seregni, no es algo para copiar, pero sí para reflexionar ¿por qué lo hicieron? ¿por qué los Tupamaros lo aceptaron? La respuesta es que todo lo que pueda ser oposición a la dictadura y leal a la unidad debe estar en el Frente Amplio. Ser una fuerza transversal es la idea.
La vocación del Frente Amplio es la pluralidad. Toda respuesta movilizadora debe estar en sus filas. Desde gente honrada de la democracia cristiana al partido comunista. Y, naturalmente, todas las tendencias del FMLN, incluyendo los que por alguna razón se fueron.
Cuando a Pepe Mujica le preguntaron si no habían levantado una gran Torre de Babel (demasiado pluralismo), respondió: “Hace 50 años que navegamos juntos y somos el partido más fuerte del país por el hecho de estar juntos. A ninguna organización del Frente Amplio se le ha ocurrido pensar que necesitamos otro partido. No queremos ser testimoniales, y regresar al pasado de una izquierda atomizada, incapaz de ponerse de acuerdo. Por eso nos sometemos a los acuerdos colectivos. Dependemos de la unidad con los demás, ¿Saben cuánto nos costó aprender eso? Una vida”.
El Frente Amplio en El Salvador, debería mirar hacia las experiencias exitosas. Será bueno hacerlo para contrarrestar las dificultades que vendrán del exterior, pero también desde adentro del proceso. Las del exterior se manifestarán a través de noticias falsas, bulos, ataques ideológicos, y toda suerte de críticas. La del interior tendrán que ver con luchas por ocupar las mejores posiciones, dominar las listas electorales, y las pretensiones de hegemonizar el liderazgo.
La proclama presentada por el Bloque de Resistencia y Rebeldía Popular, es muy válida. Y deberá jugar la función de guiar las luchas cotidianas dentro y fuera de las instituciones. Pero hemos de tener presente que los tiempos van cambiando, también en la forma de hacer política. El Frente Amplio no debería presentarse a la opinión pública al modo de un partido tradicional. Es necesario que el programa se traduzca en un manifiesto breve que contenga la potencia del cambio que queremos hacer.
Del Frente Amplio salvadoreño debe esperarse un plan de transformaciones económicas y sociales, y de profundización de la democracia, teniendo muy presente la estabilidad política de un país que vive al borde del precipicio por obra de la autocracia de Bukele. Además, un gobierno del Frente Amplio debe proyectar certidumbres en oposición a la mala gobernanza que significa el populismo. También será importante combatir la delincuencia de las maras y del cuello blanco desde un acuerdo de Estado de partidos, sindicatos, organizaciones e instituciones. Un acuerdo que excluya la utilización electoral de la violencia criminal.
Pocos mensajes y certeros, consignas claras contra la corrupción y el autoritarismo del gobierno de Bukele. Y, sobre todo, levantar la moral del pueblo bajo la bandera del “sí se puede”.