René Martínez Pineda *
Para ellos existimos nosotros, sickness treatment pero sólo como maniquís de pobre osamenta en los que se cuelga la ropa usada que se vende, como nueva, a los del salario mínimo; y existimos nosotros, pero como espectadores de: sus ropitas de lujo que cuestan un ojo de la cara; sus enanas ayudas que pagamos con creces y reses todos los meses; sus gigantes gastos de defensa con que nos atacan para imponer su armonía social; sus hazañas con saña como invasores de oficio de los países pobres y desarmados para restaurar su modelo de hegemonía.
¿Qué más me queda por escribir o por leer o relatar en este pequeño país de grandes analfabetas con título académico que ha erigido la burguesía con la ayuda de sus abogados sin balanza, quienes –de los abogados hablo- con sus leyes compradas y jueces vendidos me convierten en un siempre sospechoso de todo, número a número, penal a penal, pero sin identidad ni árbol genealógico? La geografía no es una ciencia exacta porque el metro cuadrado de las mansiones es más largo que el metro cuadrado de las casas de los cantones, y eso es así porque el significado del espacio más que físico es económico y, por tal razón, en el catastro la que la manda es la plusvalía.
¿Qué más me queda por saber y por ver si parece que ya lo he estudiado y lo he visto todo: religiosos calientes y políticos helados; niños tristes y depredadores alegres; ateos honestos y pastores genocidas? En la calle y en las fábricas y en los juzgados el capital es el que ordena e impone las penas, pero aquí abajo bien debajo de los que estamos abajo, cada uno hace de su casa una guarida, pero no todo está perdido en este país de hombres perdidos y de hombres que huyen con rumbo desconocido: hay hombres y hay mujeres y hay jóvenes que, venciendo la ignorancia o la perversidad del mal ejemplo, saben cuál camino tomar aprovechando el sol estratégico de las luchas victoriosas y también el eclipse táctico de las derrotas honrosas, apartando lo inservible y usando lo que sirve para llegar a ser algún día “veteranos de la utopía”, “militantes del tiempo”.
¿Qué más queda cuando ya no queda nada de lo que solía quedar? ¿Indagar que el Sur también existe con su croissant y su observatorio suizo de la corrupción; su armonía como violencia social o viceversa; sus hamburguesas con ensalada de hojas de coca; su salsa barbecue Jack Daniel para no sentirse fuera del territorio de la esclavitud; sus cajeros automáticos llenos con los mensajes “para ti no hay saldo, pendejo”; con sus máquinas dispensadoras de Coca Cola y sus bombas de uranio y sus enciclopedias de la historia del victimario, su guerra de las galaxias fuera de las pantallas y su tirria destructora y espléndida? Con sus monumentos a los héroes de lesa humanidad y museos con botines de guerra: el capital es el que ordena, la rosa de los vientos que sólo apunta hacia el norte es la que guía, pero aquí abajo bien abajo donde pernoctamos los de abajo; aquí cerca de las raíces y los ombligos enterrados en suelo ajeno es el lugar donde la memoria olvida sus olvidos. Pero todavía hay quienes se des-suicidan y hay quienes se des-masacran y así, entre nosotros, logramos lo que era un sueño: que en todos los puertos y fronteras se coloquen mapas que digan que el Sur también existe y que también existen los que no existen. Algunas veces me siento como ola marina que no sabe si quedarse o retirarse, y otras tantas como volcán de cráter insumiso. Pero hoy –que no queda nada de lo que antes sobraba porque él tomate y los huevos están caros- me siento a duras penas como un mar suicidado con un puerto sin lanchas pesqueras, un mar rojo que no se abre porque ha olvidado los milagros, un mar pasivo que confía en que una tarde se acerque una flor y se vea, se vea reflejada al verme.
¿Cuánto me queda de tiempo hoy que ya no hay tiempo? ¿Diez? ¿Veinte marzos? ¿Le pregunto al médico o a la Guija? ¿La Guija es realmente un albur o es un pronóstico del reloj interno que es más certero que el meteorológico? Aún no he realizado el enroque desesperado de mis utopías y miedos, y por eso el rey sigue sin moverse ni un centímetro, aunque la torre le coquetea un refugio; no le pedí al gallo el favor para el alba, por tanto no prometo levantarme temprano y con tiempo de sobra; en otro sentido sé guardarme los sueños atrás de los párpados, de modo que puedo zambullirme, soñando, en esa bulliciosa manirrota que es la memoria, la misma memoria por la que treparon mis hermanos de tierra –la sangre está escasa y no da para hermandades- y también los bienaventurados que un día se malaventuraron para descubrir la diferencia entre nosotros, los otros y las otras; entre otras mi abuela con sus cigarros sin filtro y sus ojos de fuego y su definitiva palabra con la que filtraba el miedo: amor.
¿Cuánto me queda para darle una razón de ser al pecado original y confiscarle las razones a la acumulación originaria de capital? ¿Qué diferencia hay allá en tan frágil paradoja entre recordar y olvidar, entre los dulces pies de la lujuria y los genocidas con obeliscos? ¿Acabaron las buenas noticias? ¿Terminó el pronóstico de vientos huracanados del Sur? ¿Borrada la memoria? ¿Cercenado el mañana? ¿Es insobornable la amnesia y sobornable la memoria? ¿La única identidad posible es la no-identidad? ¿La memoria está llena de olvidos o el olvido está lleno de memoria? Ante tan degradante titubeo ¿no sería mejor dejar todo en manos de nuestras huellas, nuestros orgasmos, nuestro sedimento del amor carnal colectivo que desentierra campos de batalla en los odios y ritos que inventamos en las palabras como sueños húmedos? Antes que el obsceno molde de la ignorancia ¿no es mejor recortar la distancia entre las manos y la riqueza?
Me indigna la vecindad de la injusticia donde el canalla es el rey ¿Cuánto hojas quedan? ¿Diez calendarios? ¿Qué queda después de que no queda nada? ¿La pesadilla perpetua? ¿Una luna sin agravantes ni leyendas? ¿La bruma soporífera? ¿La utopía como muro? Lo cierto es que tengo sobre esa utopía sin ratas muchas esperanzas, porque la muerte no debe ser mi noche favorita y porque espero que esa utopía no sea sordomuda.
*@renemartinezpi
[email protected]