Álvaro Darío Lara
Escritor y docente
Entre mis lecturas poéticas de juventud, siempre me impresionó la poesía del guatemalteco Otto René Castillo (1936-1967), una figura muy popular entre los poetas de su generación y de las posteriores, sobre todo, en esas épocas tan conflictivas y dolorosas para la historia centroamericana. Tiempos de grandes protestas, de organización social, política, de lucha armada y de represiones. Los años de los oscuros dictadores, de los coroneles brutales… Pero también la época de las grandes utopías revolucionarias, de los sueños, de la conciencia social, que dictaba una inmensa fraternidad hacia los más desposeídos.
Mucha literatura se escribió y publicó en esos tiempos. Sin embargo, poca sobrevivió a la coyuntura. Y es que la literatura, tiene sus propias claves, sus códigos, su magia, sus intuiciones, que se expresan en el lenguaje, en su estética.
Textos muy sentidos, muy comprometidos, se leyeron en plazas, en mercados, en manifestaciones; y otros circularon de mano en manos, fotocopiados, mimeografiados, dichos una y otra vez, a fuerza de las prodigiosas memorias. Pero no todos fueron afortunados. Ya que el meollo del asunto en literatura, en arte, no está –definitivamente- en lo que se dice (¡al fin y al cabo puede ser cualquier cosa!), sino en el cómo se dice (¡en la bendita forma).
Por supuesto, intrínsecamente a esto, está la carga expresiva, la verdad poética íntima, franca, auténtica, que no se apoya en los malabares verbales, en la arquitectura superficial de la palabra; no, ésta viene dada por las necesidades expresivas, que son múltiples, y de muy variadas orientaciones y facturas.
Entonces, ¿por qué la épica de Otto René trascendió sus difíciles años? ¿Por qué no se quedó como hoja suelta, pisoteada por las multitudes marchantes, frente a la guarida del tirano? ¿Por qué nos entusiasma tanto, en esta región del mundo, aún?
La respuesta no es difícil: porque estaba bien escrita, y porque era sincera. Nada sobra y nada falta en estos famosos versos: “Tal vez no lo imagines,/ pero aquí,/ delante de mis ojos,/ una anciana,/Damiana Murcia v. de García,/ de 77 años de ceniza, /debajo de la lluvia,/ junto a sus muebles/rotos, sucios, viejos/recibe/sobre la curva de su espalda,/toda la injusticia/maldita/del sistema de lo mío y lo tuyo./Por ser pobre,/los juzgados de los ricos/ ordenaron desahucio./Quizá ya no conozcas/ más esta palabra./ Así de noble/ es el mundo donde vives./ Poco a poco/van perdiendo ahí/su crueldad/ las amargas palabras”. (“Informe de una injusticia”).
Una poesía solidaria, escrita desde el amor a la mujer, a la Patria; desde el exilio lluvioso y frío; desde quien aspira, obstinadamente, a la luz, en medio de un interminable túnel de niebla. Poesía que se quedó, y que debe animarnos en estos –también- inciertos y difíciles tiempos: “…si uno cae, / es porque alguien/ tenía que caer, / para que no cayera/la esperanza”. (“A los intelectuales”).
Otto René Castillo fue herido en combate; luego capturado y quemado vivo por el ejército guatemalteco en 1967. Tenía apenas 31 años.
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