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Qué nos dice la Semana Santa

José M. Tojeira

La Semana Santa nos dice muchas cosas. La oración, el descanso, la fe cristiana son algunos de los temas más mencionados en las conversaciones de este tiempo. Pero con poca frecuencia nos preguntamos qué nos dice la Semana Santa en el campo de la ética y de la política. Dado que el encabezado de estos artículos menciona siempre el tema de la ética y la política, es importante que se diga algo también de cómo la Semana Santa afecta en estos terrenos de la vida cotidiana de nuestros pueblos. Si la búsqueda de la verdad y del bien han sido en la historia humana temas fundamentales, la ética y la política no pueden ser ajenas a cualquier intento humano de encontrar el sentido de la existencia desde la verdad y el bien.

Jesús de Nazaret se presenta a la muerte como testigo de la verdad. Él siente una extraordinaria cercanía e intimidad con un Dios misericordioso y lleno de amor que le lleva a reconocerse como Hijo y a llamarle Padre. Y como Hijo de ese Dios que es Amor, se siente llamado a amar a todos los seres humanos, incluidos sus enemigos. Y especialmente se siente llamado a amar a aquellos que por la enfermedad, los prejuicios o el desprecio y la injusticia,  están privados del amor. En la despedida de sus apóstoles y discípulos les pide que se amen unos otros como Él los ha amado, es decir, hasta entregar o poner en riesgo la propia vida, si fuera necesario, en el servicio a los demás. Esta actitud de amor servicial es ciertamente una actitud religiosa en Jesús, pero también podemos decir desde un punto de vista meramente humano, que es una actitud profundamente ética. La ética no puede entenderse sin una opción por la amistad y la benevolencia hacia los seres humanos. Hoy en día no faltan las afirmaciones de que el ser humano es empático por naturaleza. Sin empatía no podría haber ética. Y el amor cristiano, entendido al modo evangélico, es la mayor muestra de empatía que la persona humana puede tener.

En ese sentido la verdad de Jesús está profundamente unida al bien. Muere como testigo de la verdad y como testigo del amor, ambas realidades profundamente unidas. Los antiguos teólogos, cuando trataban de reflexionar con términos filosóficos sobre Dios, le llamaban el Sumo Bien. Jesús muere, unido a ese Sumo Bien que se realiza en la historia liberando al oprimido de todas sus opresiones. El Bien se realiza desde el amor y el servicio generoso en la historia concreta que nos toca vivir. Y la ética no es más que el hábito connatural que nos lleva a distinguir lo bueno de lo malo y a actuar siempre buscando lo bueno.

En resumen: que si queremos celebrar bien la Semana Santa, además de descansar, orar, celebrar litúrgica y espiritualmente la muerte y Resurrección del Señor Jesús, debemos reflexionar sobre nuestras responsabilidades éticas y políticas. Si la oración y la celebración es una obligación cristiana, la reflexión sobre la verdad y el bien es una responsabilidad de todos. ¿Trabajo en mi vida la opción por el bien? Si insulto, desprecio, ataco desde el odio o el afán de humillar a otros, algo no funciona en el sentido ético de mi existencia. Mis críticas ¿son parte de la búsqueda de la verdad o simple deseo de dejar en ridículo a quien no piensa como yo?, ¿trabajo para cambiar la realidad y dirigirla hacia el bien, o simplemente para sobresalir con la agudeza de mi discurso y dañar la fama de otra persona? Son preguntas que debemos hacernos, pues con frecuencia los seres humanos nos creemos poseedores de la verdad y despreciamos a quienes no piensan como nosotros. Nos olvidamos con frecuencia que tanto la búsqueda del bien como de la verdad es un trabajo que solo consigue frutos a través del diálogo, de la tolerancia mutua y desde la aceptación de la igual dignidad de toda persona humana. Pensar, cambiar y dialogar son tareas básicas para una semana que tradicionalmente llamamos Santa, pero que desde su instauración en nuestra historia y cultura ha tenido dimensiones religiosas, éticas y sociales. Estas últimas deben estar dirigidas a la construcción de comunidad fraterna, que es, en última instancia, lo único que puede dar sentido a la política. Cuando buscamos el poder y el prestigio, en vez del bien y la verdad, entramos en un camino en el que la ética y la política pierden totalmente su sentido.

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