José David Balmores Beltrán, F.R.C. (1)
(De la Revista El Rosacruz, Enero-Febrero-Marzo de 2014)
Un modelo que se lleva en el ser interior esencia
Nuestra identidad se va formando poco a poco a medida que crecemos en edad y acumulamos conocimiento a través de las experiencias vivenciales con relación al resto de la humanidad y el Universo que nos rodea.
El hombre se identifica y se comporta de acuerdo a un modelo de sí mismo que lleva en su interior, y que ha constituido conforme acumula conocimientos, consciente o inconscientemente, sobre sí mismo, pero este modelo también incluye al hombre potencial que se ha originado del modelo de lo que él es. La vida, entonces, es un descubrir constante y gradual por parte de nuestra mente consciente e inconsciente de lo que somos potencialmente.
Por lo tanto, somos conocimiento celular, orgánico, cerebral, intelectual, emotivo, sentimental, y a la vez como un todo, o ser humano; conocimiento que se comunica o fluye entre las partes y en el todo simultáneamente, entendiéndose el todo, no solo el ser humano, sino la humanidad entera y más aún hacia cósmico ilimitado. La individualidad es aparente, y la afectación o modificación de una variable afecta el resto de la ecuación y su resultado, de tal modo que nadie puede prever que algún tornado al otro lado del mundo tuvo como inicio el aleteo de una mariposa.
En la presente encarnación, nuestra mente nos identifica y define como una persona que responde a un nombre propio como “Juan Pérez” con cierta nacionalidad, estatus social, político, económico y religioso, y es, además, miembro de determinada familia con cierto nivel académico, profesional, gustos y tendencias, entre otras cosas más; de tal modo que si el Juan Pérez llegara a perder todo recuerdo o conocimiento de lo que él es, en ese momento y a pesar de continuar viviendo biológicamente, Juan Pérez estaría muerto, pero Juan Pérez no es el ser real, sino una personalidad virtual y temporal que tiene existencia mientras la presencia energética del alma anima el cuerpo físico.
La creencia de tener una
sola existencia terrenal
Algunas religiones sostienen que existe una sola vida terrestre para cada individuo, mismo que posee un alma inmortal que continúa viviendo aún después de la muerte biológica de todo ser humano.
Varias son las órdenes y fraternidades místicas que sostienen, al igual que las religiones, que el alma es inmortal, con el agregado o diferenciación, que afirman que una sola vida no es suficiente para alcanzar el propósito evolutivo de la consciencia, de ahí que acepten ciclos de reencarnación del alma humana, y que es a través de este proceso que el “alma-personalidad” se va dando cuenta de su divinidad, y que el conocimiento de la encarnación anterior permanece en el inconsciente, el cual viene a ser la consciencia del alma.
Somos conocimiento que no está limitado por la intelectualidad ni por las palabras del idioma o el lenguaje, sino que fue sintetizado como capacidades y actitudes en el inconsciente, volviéndose prorreactivo de la mente consciente y manifestándose como acciones y reacciones del ser humano.
Nuestra mente, racional y lógica, determina en última instancia nuestras acciones; sin embargo, y esto es un tanto paradójico, no siempre es así, y en todos los casos está fuertemente influenciada por el conocimiento anterior que yace en nuestro inconsciente.
La evolución es un aparente aprender eterno, un hacer, deshacer y modificar de todo lo que interiormente hemos construido a través del conocimiento adquirido y esto es una lucha interior constante entre el pasado, el presente y el posible porvenir.
Podemos pensar que, por nuestra propia voluntad y albedrío, generamos libre y conscientemente nuestras ideas, pero en realidad solo motivamos su aparición, las cuales “parecen” emerger del inconsciente como respuestas o soluciones a lo que le plantea la mente consciente.