Por Mauricio Funes
Ex Presidente de El Salvador.
Lo primero que habría que señalar es que la realidad superó a las proyecciones electorales en Estados Unidos, tal como ha ocurrido en otros países y eventos electorales recientes.
Todas las casas encuestadoras proyectaban una contienda reñida.
Unas encuestas le daban más posibilidades de victoria a Kamala Harris, otras a Donald Trump, con una diferencia a lo sumo de un punto porcentual entre ambos. No más que eso.
Al final, Trump ganó con una amplia ventaja de 312 colegios electorales frente a solo 226 de Kamala Harris, es decir 42 colegios más de los que necesitaba para ganar y 86 colegios por encima de Kamala.
Además, ganó el voto popular con una diferencia de casi 4 millones de votantes, la mayoría concentrados en los llamados “Estados Bisagra”, en los que ganó en todos ellos (7 Estados).
Las elecciones no fueron entonces reñidas como se dijo.
Los analistas coinciden en afirmar que fueron las condiciones económicas de Estados Unidos, responsabilidad de la administración Biden, el detonante que facilitó la victoria del candidato republicano.
Trump ganó con su tradicional discurso xenofóbico, fascista y autoritario, además de ofrecer una rápida recuperación económica que aseguraría más y mejores empleos, especialmente para la clase media.
Kamala Harris en cambio se concentró en los programas sociales que desde hace décadas han promovido los Demócratas y en reformas fiscales que aumentarían los impuestos a los más ricos y millonarios y que no son de interés para el grueso de los votantes estadounidenses.
En esto de los impuestos a los multimillonarios existe una compleja realidad fiscal que no es asimilada tan fácilmente por los estadounidenses.
La mayoría no alcanza a comprender que al subir los impuestos al capital patrimonial de los ricos, el gobierno podría obtener mas recursos para destinarlo a nuevos programas sociales y a aliviar la carga impositiva a los de menores ingresos.
En cuanto a la política exterior, desde hace años existe un acuerdo bipartidista sobre ciertos temas como la inmigración ilegal, las guerras en Europa Oriental (caso de la guerra entre Rusia y Ucrania), o bien las guerras en Asia (me refiero al conflicto entre Israel y Palestina) así como la relación con América Latina, especialmente con Cuba y Venezuela.
Lo que en realidad varían son los énfasis de cada partido.
Los Demócratas son más tolerantes con los inmigrantes latinos, pero al final están de acuerdo con reducir la inmigración ilegal y deportar a los que transgredan la Ley.
De hecho en los gobiernos Demócratas, como fue el caso de Obama, se deportaron más hispanos que en los gobiernos Republicanos.
En este tema son pocas las diferencias entre ambos partidos.
Es sabido que la mayoría de latinos que votaron por Trump forman parte de una generación de hispanos, hijos y hasta nietos de los primeros inmigrantes, que a estas alturas no enfrentan problemas legales y tampoco les preocupa las deportaciones masivas.
La mayoría de ellos son ciudadanos que incluso nacieron En Estados Unidos.
Su aprehensión, por tanto, a las políticas anti inmigrantes de los Republicanos y de Trump, es menor de lo que se podría esperar.
De hecho no constituye una preocupación que pueda incidir en sus intenciones de voto.
Y eso fue justamente lo que ocurrió el pasado 5 de Noviembre.
Una buena cantidad de latinos votaron por Trump y de ahí en parte su abultada ventaja sobre Kamala Harris.
Por otro lado, Centroamérica no ha sido hasta ahora una área de interés estratégico para Trump.
No lo fue en su primer mandato, no tiene por qué serlo en los próximos 4 años que gobernará.
Todo lo contrario.
Trump nunca invitó a Bukele a visitarlo en la Casa Blanca, en Washington.
La breve reunión, de apenas 15 minutos, en un Hotel de Nueva York durante la celebración de la 74 Asamblea General de la ONU en Septiembre del 2019 no tuvo mayor relevancia.
Se limitaron a hablar de sus calcetines y a ratificar que tanto Trump como Bukele eran Presidentes “Cool”.
Fue en ese primer mandato que Trump calificó a El Salvador, Honduras, Nicaragua y Haití como “hoyo de mierda”
A diferencia de Obama y de anteriores Presidentes Republicanos, Trump eliminó la vigencia del TPS para salvadoreños indocumentados que vivían y trabajaban en EEUU.
Un beneficio que fue restablecido por Biden y que ahora con Trump corre el riesgo de ser eliminado en forma definitiva.
Del gobierno Trump no podemos esperar nada nuevo para el país y menos nada beneficioso para el pueblo salvadoreño.
Su administración seguirá expresando los intereses expansionistas del capital financiero sionista vinculado a empresas transnacionales como la industria de guerra, las empresas farmacéuticas, la banca internacional anclada en Wall Street, las empresas extractoras y comercializadoras de petróleo, entre otras.
Trump buscará renovar el acuerdo de seguridad en virtud del cual El Salvador se convierte en una opción para recibir ciudadanos de otros países que no califican para entrar a Estados Unidos.
Con las deportaciones se reducirán las remesas y con ello habrán menos divisas en el país para financiar las exportaciones y aliviar un poco las condiciones de vida de la población.
Es muy probable que el Senado, en manos de los Republicanos a partir de Enero próximo, busque una reforma del TLC con Centroamérica que favorezcan a la economía estadounidense en detrimento de la salvadoreña.
Tampoco es previsible esperar un aumento de la Cooperación Económica de Estados Unidos al país.
La ayuda al Triángulo Norte ya fue suspendida por el primer gobierno de Trump y eso podría ocurrir de nuevo.
En los próximos 4 años lo que sí habría que esperar es un mayor fortalecimiento de la alianza de Bukele y la Oligarquía salvadoreña con los grupos financieros sionistas y expansionistas de Estados Unidos.
La migración y la soberanía nacional son dos de los grandes perdedores de los resultados de la pasada contienda electoral en ese país.