Iosu Perales
Es frecuente que desde nuestra sociedad se hagan juicios de valor sobre el Islam sin conocerlo, bajo la influencia del comportamiento de quienes practican el terrorismo en nombre de su Dios. En ocasiones se pone de relieve un sectarismo cultural, ideológico e incluso religioso, pero también pura y simplemente desconocimiento. Recuerdo que cuando los serbios cristianos mataron de forma salvaje a ocho mil musulmanes en Srebrenica, en el mes de julio de 1995, nadie acusó al cristianismo de ser una fe intrínsecamente peligrosa y violenta, pues casi todo el mundo sabemos lo suficiente acerca de la complejidad de la religión predominante en occidente como para comprender que semejante acusación estaría fuera de lugar. La misma capacidad racional deberíamos aplicar al caso de la religión musulmana, para lo cual necesitamos saber un poco más sobre su historia y lo que realmente predica.
El Islam es cronológicamente la tercera gran corriente monoteísta de la familia de las religiones abrahámicas. Primero fue la judía cuyos orígenes se remontan a unos 2000 años a.c. Luego la cristiana, cuyas comunidades primitivas surgen del judaísmo con un mensaje profético alrededor de Jesús de Nazaret, y algo más de 600 años después la musulmana. Las tres grandes religiones surgieron en Oriente Próximo y contienen raíces y elementos comunes a pesar de sus diferencias. Para la tres Jerusalén es una ciudad divina. Sin embargo, nosotros no hemos sido capaces de comprender el Islam, siempre hemos hecho gala de ideas rudimentarias, de menosprecio y arrogancia acerca de esa fe. Si llegáramos, algún día, a aprender que compartimos el planeta no con nuestros inferiores sino con nuestros iguales, estaríamos en condiciones de salir de esta época oscura que estamos viviendo.
El Islam surge en el momento en que Mahoma, un mercader árabe de la ciudad de La Meca tuvo una experiencia que ha contribuido a cambiar la historia del mundo. Durante su acostumbrado ayuno anual en el monte Hira, el profeta comenzó a recibir la revelación en forma de palabras de inspiración divina que terminarían dando lugar al libro que recibe el nombre del Corán. Este hecho daría respuesta a dos asuntos de extraordinaria importancia: por el lado religioso supuso una confrontación con el paganismo predominante en el mundo árabe concretado en deidades, dioses y diosas cuyas figuras se hallaban en La Meca y que tenían en la Kaaba, un antiguo santuario en forma de cubo, su hogar al que acudían peregrinaciones; de otro lado fue la respuesta política a la necesidad de cohesión de los pueblos árabes que a diferencia de las gentes de las Escrituras (judíos y cristianos) creían estar al margen de los planes divinos. El Islam sería el cemento del concepto de nación árabe.
Las revelaciones de Mahoma dieron lugar a furiosos y reiterados ataques de quienes ostentando el poder de La Meca poseían el control de los negocios derivados del paganismo. Se propusieron eliminar a Mahoma y este tuvo que emprender la hégira en el año 622, o sea la huida a la ciudad de Medina donde fundó las primeras comunidades islámicas. Para asentarse en Medina, donde ya había comunidades judías, Mahoma pactó acuerdos que incluían la aceptación de algunas de sus costumbres y a los que se llamó la Constitución de la Medina. Hasta su muerte el 8 de junio del año 632, el Islam tuvo que librar batallas, primero para consolidarse y luego para extenderse. Las grandes dotes políticas de Mahoma fueron la clave de su victoria histórica frente a los opositores partidarios del sistema tribal y del antiguo paganismo. El último profeta, como llaman a Mahoma los musulmanes, transformó por completo las condiciones de vida de su pueblo, lo rescató de su desintegración y de la violencia y le proporcionó una nueva identidad. El complejo de inferioridad frente al judaísmo y el cristianismo fue sustituido por una religión que pronto se mostró potente y unificadora del fracturado mundo árabe, abriendo la puerta a la creación de su propia cultura.
Como digo, Mahoma no obtuvo un triunfo fácil. Siendo pacifista tuvo que hacer la guerra. Igual ocurrió con el cristianismo. Como sabemos, el año 380, el cristianismo se convirtió en la religión exclusiva del Imperio Romano por un decreto del emperador Teodosio. Fue de la mano del poder político que se extendió victorioso por toda Europa. Y de la mano de la colonización se extendió en América. Las guerras de religiones, las inquisiciones, y otras manifestaciones de violencia han acompañado históricamente a la implantación de las tres religiones monoteístas. En la Torah, el libro más sagrado de la Biblia judía, el pueblo de Israel es exhortado repetidas veces a ejercer violencia contra otras comunidades. Hoy, una parte menor son fundamentalistas judíos que se basan en estos textos para justificar la violencia contra los palestinos. Por otra parte, la lucha por el control de Jerusalén es un buen ejemplo. Es interesante leer “Jerusalén, una ciudad y tres religiones” de la investigadora inglesa Karen Armstrong.
Mahoma cambia el destino de los pueblos árabes. En primer lugar los pacifica. En segundo lugar les dota de un Dios único, comparable al de los judíos y el de los cristianos. Para el Corán se trata del mismo Dios. En tercer lugar sella la idea-conciencia de comunidad. Es verdad que a la muerte del Profeta se produce una división de tres grupos que discuten sobre quién debe ser su sucesor, el califa. Se trata de Sunnitas, chiitas y kharejitas.
No obstante el Corán se impone como el libro sagrado, fuente de espiritualidad musulmana. Ahora bien, el Corán se escribe como cien años después de la muerte de Mahoma. Y aunque los creyentes musulmanes consideran que su contenido responde literalmente a los mensajes de Alá, podemos pensar, razonablemente, que en una cultura oral el salto a la escritura tuvo que producir necesariamente interpretaciones y resultados de acuerdo con los puntos de vista propios de una época y la información que tenían los escritores. Pasa lo mismo con el cristianismo y con la Torah. La Biblia en la versión católica se compone de 46 libros, escritos en diferentes épocas, según documentación encontrada, entre 200 y 100 años antes de nuestra era. ¿Puede alguien asegurar que lo que en ella se dice de Moisés es fiel a la realidad, cuando este hombre se dice que vivió hace 3.5000 años? Parece conveniente estudiar nuestras propias contradicciones antes de aplicar ciertas reglas o criterios a otras religiones.
El Islam tiene un elemento atractivo: no cuenta con una Iglesia como por ejemplo la católica, a modo de vehículo de salvación. La relación del creyente es directa con Alá. Pero lo que tiene de ventaja tiene de debilidad. Me refiero a que el Islam y una interpretación inmovilista del Corán han estado y está en manos del poder político. Un poder con frecuencia despótico, rodeado de guardianes de la tradición, de consejos de sabios y otras estrategias de control. Es esta fuerza política-religiosa que concentra el monopolio de cualquier interpretación coránica la que frena una evolución necesaria. Ya hemos visto como en algunos países la llegada al poder de gobiernos progresistas trajeron consigo cambios en costumbres y en la relación hombres-mujeres. Hoy, la revisión del Corán que realizan feministas musulmanas es motivo de esperanza.
El Islam, la religión más joven de las tres grandes monoteístas, necesita tiempo para su adaptación a un mundo cambiante. Muchas de las cosas que no comprendemos y criticamos las hemos vivido en nuestra propia realidad occidental. A veces parece que hemos descubierto el Mediterráneo al ejercer ciertas críticas, pero a nada que miremos un poco hacia atrás, veremos que hemos pasado por procesos que han ido dejando atrás normas, ritos y costumbres que ahora consideramos superadas.
Lo cierto es que el Islam, como el cristianismo y el judaísmo, es un mensaje de paz y para la salvación. En lo personal soy agnóstico y me afectan poco algunas premisas religiosas, pero respeto escrupulosamente a las religiones (no tanto a sus estructuras mundanas) y veo en ellas el consuelo y el motor que necesita gran parte de la humanidad. Lo que me parece triste es la práctica del sectarismo religioso que se dedica a menospreciar las creencias de otros. Aplicado al Islam, creo sinceramente que el mundo musulmán, sus creyentes, tienen el derecho a hacer su propio recorrido, a vivir de acuerdo a su fe. Es cierto que el creyente musulmán tiene ante sí el dilema de o asumir la libertad de interpretación y de conciencia o plegarse a un poder religioso intervenido políticamente. En la resolución de esta dicotomía se decide el camino del Islam en el siglo XXI.