Por Wilfredo Arriola
Todo se desvanece. El irremediable paso del tiempo acecha con su ritmo inquebrantable día con día. Como estos, suman diferentes formas de dificultades de las cuales a su momento pareciera que la dosis de enseñanza no será gratificante, o por lo menos no cuando se esta malviviendo. Un incendio, un fuego que arde y pone en tela de juicio nuestro entorno. ¿Podré salir de esto? ¿Adónde me llevará esta situación? ¿Será que podré ser capaz de revertirlo? A ciertas preguntas se entra como se entra a un callejón sin salida y la respuesta es una falsa salida, y no siempre visible, la creatividad se pone a prueba en momentos de dificultad. Es impensada como la fuerza en la adversidad.
Esos dos o tres segundos de contemplación, donde uno se vuelve esclavo de sí mismo y nos hacemos el único espectador del suceso, a ese momento aguarda el cuestionamiento por excelencia ¿Qué salvo del incendio? ¿Qué se quedará conmigo? Más de alguno se enfrentó a la clásica pregunta: Sí tu casa estuviese en llamas ¿Qué salivarías? La respuestas nos definirá y develará secretos de nuestra intimidad. ¿Tu televisor, tus libros, tu equipo de sonido, tus mascotas, tu ropa? Y un largo etc. Pero eso se reduce a cosas materiales, que si bien es cierto el esfuerzo es meritorio pues solo quien lo ha realizado podrá dar fe de lo difícil de poder conseguirlo. En el plano espiritual, tenemos otro tipo de incendio, problemas, adversidades que nos quemaron a fuego lento por un determinado tiempo y ahora en el recuento de los daños, podríamos considerar, qué se ha quedado con nosotros de aquellos episodios del tedio, esas noches que fueron testigos de nuestra otra mitad, mitad que pocos conocen.
De la falta de sentido común, no se reclama, de la falta de sentido común, uno se aleja. Y esa sentencia es la bandera de las negras noches donde uno construye la tenacidad de afrontar escenas como estas. Nos asalta la duda, las ansias y recordamos todo lo que pudimos haber dicho en momentos de confrontación. De ninguna forma nos parecemos a aquellos que fuimos en la calamidad. «Hay personas que solo se portan bien con sus enemigos». Asevera Napoleón Bonaparte, en unas de sus máximas de guerra. Hacer honor del hubiera es el deporte de los que saben solucionar todo lo que está en el pasado.
De mis incendios puedo rescatar la entereza de saber conocerme mejor, los reflejos dicen quienes somos sin presentarnos. A esa demostración de personalidad hay que saberle mirar porque nos acompañará por un buen momento hasta que las eventualidades nos modifiquen poco a poco. Recuerdo conversaciones con una amiga poeta, que siempre apuntaba «No quiero morir sin darme cuenta quién soy» Se trata de esto ¿No? De sacar de los incendios lo que te incomoda, lo que te acomoda y lo que te desploma. Todos tenemos algún fuego por ahí, que no nos ilumina si no que nos quema. Los días nos van enseñando que saber valvar, o qué empujar para que avive el fuego. Salvo el dolor que abone la sabiduría para afrontar el futuro, salvo fechas para no olvidarlas, salvo nombres, salvo el trofeo de salir adelante, salvo a los compañeros de trinchera que iluminan más que la lumbre, me salvo a mí de ese que no me representaba en aquel momento. Vendrán otras luces para ser vistas desde lejos, para ser admiradas desde una nueva pasividad. El pasado para leña de la fogata, lo salvable, la conversación con los compañeros de trinchera, con los de siempre.
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