Víctor Manuel Guerra Reyes
La fe es una dimensión propia y exclusiva de los seres humanos. Tener fe en el modo cristiano y propiamente evangélico es apegarse a los principios activos de la vida de Jesús de Nazaret, click de quien podemos decir, decease por los registros bíblicos, que jamás despreció las cuestiones materiales; de ahí que comiera con publicanos y pecadores en casa de Mateo (Mc 2, 15-17), orara en el templo y en sinagogas (Lc 6, 12-13) y defendiera la causa de los pobres y desvalidos (Lc 4, 16-22). De ahí que hablar en propiedad de la fe, es hablar de una vida en acción creyente: Haciéndolo todo como si dependiese de uno, sabiendo en el fondo que todo depende de Dios, como afirmaba San Ignacio de Loyola. ¡Eso es tener fe! Y en esa línea Monseñor Romero como verdadero seguidor de Jesucristo lo hizo todo: Defendió a los pobres salvadoreños en los momentos más difíciles y críticos de finales de la década de los setenta del siglo pasado, visitó a enfermos y a los que estaban presos en las cárceles de El Salvador. Monseñor Romero fue una expresión real y fidedigna de la fe que un hombre de Iglesia tiene en Dios y en su hijo Jesús.
Por eso es que a Monseñor Romero lo elevan a la santidad in odium fidei, por el odio a la fe que tenía en Dios y que expresaba con un accionar de hombre para los hombres. Claro está que para aquellos que participaron de su misma librea y condición episcopal, y que por no mostrar un seguimiento humilde al Dios de la vida, sino por el contrario, tener su corazón, su vida y su fe al servicio de la búsqueda de poder, de prestigio y de dinero, les incomodó grandemente el estilo y práctica de fe de Monseñor Romero, de tal manera que se convirtieron en sus más acérrimos detractores que incluso, después de su asesinato martirial, colmaron los buzones del Vaticano con kilos de cartas y declaraciones en las que le acusaban de ser el responsable de dividir la institucional eclesial en El Salvador. Al final de cuentas son estos mismos los que en su mayoría no creen en la ejemplaridad del seguimiento de Cristo de Monseñor Romero y por tanto, tampoco en su santidad que ahora le coloca en los altares de la Iglesia universal. Por ello, sus mismos compañeros de báculo y de mesa no tienen más remedio que aceptar que el odio que asesinó a Monseñor Romero es un odio a la fe que se concreta en un servicio a la vida y a la justicia. Ya el evangelista lo adelantaba diciendo que “donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6, 21) y ya que “nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará a otro, o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podemos servir a Dios y al dinero” (Mt 6, 24). Entonces, asesinar al compañero que incomoda por el modo en que vive su fe es asesinar in odium fidei. Esto fue lo que le pasó a Monseñor Romero se le asesina porque incomoda su modo de vivir y de expresar su fe en el Dios de Jesús.
Ahora bien, como la Iglesia católica beatificará este 23 de mayo de 2015 a Monseñor Romero; es decir, introducirá dentro del canon eclesiástico católico romano, aquello que el pueblo de Dios ya sabía y manifestaba de Monseñor Romero desde hacía mucho tiempo; que por su vida y obra era un hijo predilecto de Dios, entonces, para que todo se haga de acuerdo a norma y ley, por eso se dice que a Monseñor Romero se le asesina in odium fidei. Pero para nosotros y para aquellos que mantuvieron viva la luz de vida y lucha por la fe y la justicia de Monseñor Romero, él sigue y seguirá siendo El Romero de la pascual latinoamericana. Es decir, San Romero de América.
De ahí que cuando el Vaticano afirma que a Monseñor Romero lo asesinaron por odio a la fe, no está aceptando ni diciendo que lo asesinaron porque rezaba mucho o porque pregonaba pidiendo mucho amor para unos, para otros y para todos, sino que teniendo la osadía de pensar que en modo correcto el Vaticano informa a todos los católicos del mundo que a Monseñor Romero lo asesinaron vilmente porque odiaban la forma cómo se comportaba defendiendo a los pobres, a los humildes y proponiendo caminos de solución al conflicto armado antes de que este se convirtiera en una guerra civil. Y eso incomodaba a los poderosos de este país; y porque incomodaba lo asesinan, lo mataron y como bien decía Monseñor Romero: se mata al que estorba. El estorbó y por eso lo mataron. Al final la historia ha mostrado que él tenía la razón, que la lucha por la fe y la justicia estorba incluso intra ecclesiam.
Con el hecho macabro del asesinato de Monseñor Romero no solo se alegraron sus detractores, oligarcas, sino que también se alegraron algunos de sus compañeros de báculo y de mesa que al momento de su sepelio, no le acompañaron como si no hubiese sido asesinado un miembro predilecto, de hecho y de derecho de la familia católica a quien habían asesinado los poderes malignos y ocultos de este mundo.
Ahora bien, ¿qué implicaciones tiene el asesinato martirial y el proceso de canonización de Monseñor Romero para los salvadoreños y para la situación de justicia de este país y del mundo en general? Bueno pues, en una frase: La beatificación de Monseñor Romero significa la superación de la impunidad en El Salvador. De ahí que si no se ejecuta una justicia retributiva para las víctimas de la violencia política y social en El Salvador, para qué sirve la beatificación del hombre que ha luchado por la justicia de la forma más emblemática en este país. Por desgracia de muy poco y quizá de nada servirá, sino que será un acto más en la interminable cadena de actos que dicen muy poco al mundo actual. Por el contrario, la fe de cristiano creyente me hace esperar que la Corte Suprema de Justicia de El Salvador, específicamente en la Sala de lo Constitucional, anulará muy pronto la ley de amnistía de 1993 y que la Asamblea Legislativa iniciará el proceso de superación de la impunidad comenzando por el mismo asesinato de Monseñor Romero. Es decir, concretar la justicia que la misma fe exige.
Si mis esperanzas no se realizan, entonces seguiremos ad infinitum en esta macabra vorágine de violencia social, política y económica que tantas vidas inocentes ha cobrado. Esperemos que no sea así, sino que retomemos el camino de la fe y de la justicia.