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¿Qué son los Derechos?

Orlando de Sola W.

Hace años pregunté a un docto en jurisprudencia sobre la naturaleza de los derechos. Me respondió que eran facultades, viagra o poderes.

     Antes de eso, en un estudio comparativo de las constituciones editado por la Universidad de El Salvador, aprendí que las constituciones del siglo XIX, en particular la de 1886, reconocían como “anteriores y superiores” los derechos fundamentales, irrenunciables, o inapelables, mientras que a partir de 1950 esos derechos fueron relegados a la voluntad de legisladores, asesores e intérpretes, cuya visión se supuso superior al Derecho Natural y Divino. Desde entonces, los derechos fundamentales, o primarios, dejaron de ser vistos como inherentes a la persona, convirtiéndose en meras concesiones otorgadas.

Desde el siglo XVII, la vida, la libertad y la propiedad de las personas fueron considerados derechos fundamentales, o primarios. Después vinieron los de segunda, tercera y cuarta generación. Pero esos derechos económicos, sociales y culturales no prevalecen sobre los derechos primarios, que son razones de estado.

¿De que sirven, por ejemplo, los derechos sociales, si no hay derecho individual a la vida? Y aunque somos gregarios, debemos reconocer que los derechos individuales se convierten en sociales cuando los respetamos, como Benito Juárez, cuando fusiló a Maximiliano y otros.

Años después, comprendí que los derechos no son facultades, ni concesiones, sino mandatos y prohibiciones, como las que aparecen en Éxodo y Deuteronomio. Tres de esos mandatos son imperativos, porque exigen amar, respetar y honrar, mientras que el resto son prohibitivos, porque tratan de evitar acciones contra el individuo y la sociedad.

Ambos mandatos, los prohibitivos y los imperativos, son sociales, pero implican la voluntad y el raciocinio del individuo, que son la base de nuestra libertad para escoger, siempre limitada por la necesidad y el deseo, así como por nuestros vicios y virtudes.

Sabemos que las necesidades son abundantes y los deseos mas. Pero no se convierten en derechos solo porque tratamos de satisfacerlas en el estado y el mercado, con voluntad o sin ella.

La satisfacción pacífica de deseos y necesidades depende de nuestro respeto colectivo a la vida, libertad y propiedad de otros, cuyo cuerpo, sentimientos y pensamiento son fundamento de nuestra personalidad.

No es posible alcanzar el bien común si no reconocemos y respetamos, colectivamente, esos derechos individuales. Y si no lo hacemos, caemos en la esclavitud, servidumbre y explotación. Pero, si para corregir esos yerros recurrimos a expoliar, explotar y confiscar, caemos en el mismo error.

El dilema entre lo público y lo privado, lo social y lo individual, el estado y el mercado, no se resuelve con venganza, sino con justicia; con amor, no con rencor.

Suponemos que el estado es altruista y el mercado egoísta; que la sociedad es mejor que el individuo. Pero los motivos sociales contienen sentimientos y valoraciones individuales, que vienen de nuestras necesidades y deseos, a veces exagerados por la publicidad y la propaganda, pero también moderados por las leyes y mandatos que tratan de limitar los vicios y promover las virtudes, tanto individuales, como sociales.

Son importantes nuestras aspiraciones sociales a la salud, la educación y el trabajo, por error confundido con ingresos. Pero nuestro esfuerzo colectivo para satisfacer esas necesidades no convierte los vicios en virtudes, ni los deseos en derechos. Y por mas que con impuestos, devaluación y deuda pública tratemos de redistribuir ingresos y riqueza, nunca alcanzarán nuestros esfuerzos colectivos para satisfacer todos nuestros deseos individuales.

El estado y el mercado son formas organizadas de existencia; una creada para proteger nuestros derechos a la vida, libertad y propiedad, mientras que la otra surgió, de manera espontánea, para facilitar nuestra tendencia natural al intercambio de bienes y servicios.  El mercado no está en Roma ni en Jerusalén, en Londres o en Nueva York. Está en cualquier lugar donde se encuentren necesidades, deseos y posibilidades: en la jungla, en el desierto, en las nubes y en el mar. Tampoco se encuentra en Washington o en Moscú, pero hay que establecer con claridad cuales son nuestras posibilidades en el estado y el mercado, dondequiera que estemos. Debemos decidir que bienes y servicios podemos producir en el orden público y el privado. Eso dependerá de nuestras razones culturales, económicas y sociales. Pero debemos proteger nuestros derechos inapelables e irrenunciables, que son anteriores y superiores a la ley, incluyendo la creada por constituyentes y los que interpretan su voluntad.

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