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Quería enlodar el primero de mayo

¿Qué hubiera pasado si lo hubiera logrado?; ¿allí mismo en Venezuela? ¿Qué hubiera pasado en Buenos Aires, gran capital de lucha obrera; en Santiago, en Cochabamba, Milán, Tokio, aquí?…;

Francisco Herrera

Pero fracasó. Nos referimos a Guaidó, de él vamos a hablar esta vez. De él y de sus tutores, los fascistas del Departamento de Estado y de la propia Casa Blanca. Acto de odio el que juntos habían preparado.

Y que se les frustró, en pocas horas su odio en su propia cara les reviró. Boomerang de odio. Difícil explicar el odio desde la racionalidad política, ni en Venezuela ni en ninguna parte. No hay país pequeño en efecto, ni región ni comarca, para un acto de odio como el que él y los de Washington, intentaron consumar en Caracas la madrugada del pasado martes 30 de abril, hace una semana. Madrugada del 30, veinticuatro horas antes de la madrugada del primero, el más luminoso de los primeros de los doce del año, día de lucha y de alegría y de esperanzas en las calles del mundo; de memoria del sacrificio obrero en el mundo. Guaidó se prestó a querer enlodar eso.

El odio enturbia el juicio, por eso es mal consejero. Más aún en política, más aún en aquel que se pretende alto político. Alto político, es quien porta sobre sus hombros y en su pecho proyecto político, con el que mueve hombres (o no los mueve) para la acción común hacia objetivo común, es ésta la racionalidad en la pretensión de gobernanza actual, aquí allá, en la modernidad que vivimos.

Desde siempre en los estamentos políticos –aquí allá– la racionalidad se llamó cálculo, sigue llamándose cálculo, ¿cuál era el de Guaidó esos días previos a la madrugada del 30, ¿matar venezolanos?, ¿matar obreros venezolanos, obreras venezolanas disponiéndose ya, a pocas horas ya, a celebrar las conquistas de su Revolución, sean éstas las que fueren con los desafíos, que por delante para mejorarlas ellos y ellas tuvieren?, ¿era eso lo que quería este muchacho con su golpe? ¿Él, que es venezolano y no yanqui?

Golpe suave, dicen los fascistas de Washington. ¡Mentira! Y si no suave, quizá híbrido, dicen. Insulto a la lengua: española, inglesa, árabe, rusa… Dicen también “daños colaterales”, eso dicen en su léxico de tecnócratas desde sus salones clean de tecnócratas. Daños colaterales, cuando a puerta cerrada frente a sus mapas puntero en mano, calculan cuántas vidas civiles será necesario lamentar, las que su vocero de prensa cara compungida, deberá dentro de un rato salir a lamentar. Niños mutilados en Siria por ejemplo, desde hace ocho años, cero destrucción de milenarias reliquias de la humanidad, en Bagdad por ejemplo, allá en las orillas del Tigris en la Mesopotamia hace veintiocho años.

Se hundió Guaidó este martes 30, alguien debería decírselo, pues no parece darse cuenta. Un político hundido. Veamos: como el golpe fue un chasco, sale anunciando; sin temor a aparecer ridículo ante la clase trabajadora venezolana, bocón sale anunciando una huelga que él desde ya llama escalonada, la que deberá según él terminar en huelga general. “Pronto”, dice, quizá como para lavarse la cara del fracaso del 30. Quizá no sabe que son los trabajadores organizados, en cualquier parte y en Venezuela también, en sindicatos organizados, en federaciones y confederaciones organizados, ellos y solo ellos por íntima conciencia de cada uno de ellos, -sacra decisión– irse a la huelga, bajar la palanca, parar los motores en los talleres sector por sector, arriesgar el salario, decisión sopesada entre ellos y sus familias en la casa, entre ellos y sus dirigentes, en el taller cara a cara con sus dirigentes, obligada reacción extrema, “de hecho”, dicen, cuando sus reivindicaciones ante las patronales se entrampan. Cuanto ante la ley las patronales se resisten a respetar, lo que la ley contempla como derechos legítimos con lucha conquistados.

Huelga general es agua cero, transporte cero, hospitales cero, escuelas cero, aeropuertos cero, almacenes y negocios cero, recolectores de la basura cero… Parálisis. Parálisis hacia crisis social ¡y hasta negociar!; si no, para qué. ¿Qué quiere, qué querría Guaidó negociar?, ¿que deponga Maduro? Bien…, quizá acaso tal vez…, que se vaya Nicolás… Por ahí caminandito Nicolás un día de estos, la cola entre las patas. Nicolás caminandito por algún callejón aledaño a Miraflores su despacho…, sin escolta, sin chaleco, cabizbajo y desarmado por ahí, en piyama quizás, ¿el toro Nicolás por ahí caminandito la cola entre las patas?

En política activa, o en otra actividad social relevante, conviene recordarlo, no es la causa (de una acción) lo más importante, son sus efectos. Y las implicaciones de los efectos, casi infinitos en situación concreta. Los cuales efectos en giro retroactivo, casi siempre obligan a remedir la causa, a revalorarla. Guaidó creyó, como un pendejito creyó –los de Washington le hicieron creer– que por ser él uno de los hiladores de la trampa y haberlo puesto a la cabeza de la trampa, era él, iba a ser él el jefe, esa madrugada del 30. Ser jefe no es etiqueta, foto de la etiqueta. Podés ser líder, y qué bien; incluso “histórico” y qué bien. Pero llamarte Polín, en los setenta aquí en esta tierra pipil por ejemplo, ser analfabeto y que la poblada te siga ¿qué es? Podés ser general también, y qué bien. Pero ordenar saltar el Rubicón, ser obedecido por tu tropa y tu jefatura, y encontrarte, vos y tu tropa y tu jefatura, al otro lado y decir alea jacta est significa mando indiscutible. Julio César fue jefe, para siempre a partir del Rubicón. Alea jacta est en los diccionarios significa “imposible volver atrás”. Aquí y en la poblada latinoamericana significa Esto yastuvo, o gano o pierdo. Y si pierdo pago. Guaidó la madrugada del 30 perdió, en 30 minutos ya había perdido, ¿pagará? Quizá ni eso, pues ni siquiera fue él quien perdió. Perdieron sus tutores… Empero hoy por hoy, según la estrategia definida, es él su hombre “en el terreno”, ¿qué harán ahora con él? Es grave haberlo empujado al golpe, en un subcontinente de fragilizados gobernantes ante sus agraviados pueblos, ni vale la pena hacer la lista empezando por Argentina. Que es como decir que golpe de Estado al vecino –suave o no tan suave– podría significar poner su bigote en remojo. ¡Claro!, si el  muchacho hubiera ganado otro gallo cantara en las oficinas de Washington. Lo que pasa es que perdió, y ahora el síndrome de perdedor, más que en Cúcuta en febrero, lo carcome.

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