Por: Licenciada Norma Guevara de Ramirios
“Los Estados Unidos son potentes y grandes/ cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor/ que pasa por las vértebras enormes de los Andes…”
(Rubén Darío: Oda A Roosevelt)
Después del 20 de enero, con la llegada a la presidencia de Estados Unidos del señor Donald Trump, los noticieros de todo tipo están cargados con informaciones sobre decisiones que toma ese gobierno.
Para América Latina, y especialmente para Centroamérica, el tema migración domina, y para los salvadoreños que emigraron a ese país, es una fuerte amenaza.
México, Cuba, Panamá, Venezuela son objeto de amenazas por esa administración, que pone de manifiesto la crisis del sistema capitalista y la preocupación por mantener la hegemonía.
Para los salvadoreños residentes en EEUU, la amenaza abarca a todos, pues la intolerancia que priva ahí podría abarcar incluso a quienes se han sentido seguros por tener la residencia.
El hecho de que dos mujeres salvadoreñas en estado de embarazo busquen proteger a sus hijos para obtener la nacionalidad por nacimiento, indica hasta donde alcanza el daño que se causará con el cambio de política sobre migración en ese país.
De las autoridades salvadoreñas parece que el silencio será la tónica, se sabe apenas que hubo conversación telefónica entre los dos presidentes, nada más.
Muchos analizan y expresan el punto de vista sobre el giro que lleva la geopolítica a partir de la nueva administración estadounidense, llama la atención, en algunos de esos análisis, la comparación del nuevo mandatario con Hitler. Sería por eso importante creer que los pueblos podrán resistir, alzar su voz y hacer valer el derecho a la vida con todos sus atributos: ser diferente, pensar diferente, tener el color de piel que la naturaleza le dio, tener el género, la profesión, la religión que cada quien quiera.
Y, sobre todo, muy necesario será tener confianza en el poder de los pueblos, de cada pueblo, sea el panameño, el venezolano, el cubano, el nicaragüense, en fin, cada pueblo de nuestro continente y el caribe.
Está bien entender cómo ocurre en el tiempo de hoy la acumulación de capital por parte de las transnacionales y las oligarquías y burguesías nacionales, pero será por eso importante aprender a encontrar los puntos fuertes de los pueblos, sus raíces, su capacidad de unirse y producir cambios positivos.
Si el poeta nicaragüense viviera, su Oda a Roosevelt lo dedicaría al actual gobernante de Estados Unidos, y nos enseñaría a confiar en que, a pesar de ese poder que se le reconoce, en nuestros pueblos hay talento, para no volver a ser colonia.
O como decía la marcha a los estudiantes de la universidad de Panamá, que un 9 de enero izaron la bandera de su país en la zona del canal: “colonia americana NO… es nuestro el Canal, no somos ni seremos de ninguna otra nación”.
En estas circunstancias, el Estado salvadoreño, pese a la similitud ideológica y política de los actuales funcionarios con la ideología del mandatario estadounidense, está obligado a crear condiciones para los salvadoreños que sean deportados y debería, además, asumir la defensa de los principios de política internacional, con base a los tratados suscritos por El Salvador a lo largo de los años.
Se que esto último es como pedir algo que parece imposible en un momento en que ni la Constitución vigente es respetada, cuando los derechos humanos en el propio territorio son violados, en el momento en que priva más el afán de enriquecerse con expectativas del oro en vez de defender el agua y la tierra.
Necesitamos creer y poder resistir esta oleada fascista que amenaza la vida a todos, pero que amenaza más en lo inmediato, a más de un millón de compatriotas que han mantenido con sus remesas al país.
Ellos y ellas han luchado en defensa de su derecho a vivir y trabajar en ese país, aportan a ese país, a sus familias y a su país de origen, y merecen al menos saber que al pueblo le importa su realidad.