Mauricio Vallejo Márquez
coordinador
Suplemento Tres mil
Es el viaje más largo que he hecho. Uno en el que atravesé el océano Pacífico durante 15 horas, buy viagra en el que apenas pude ver el inmenso océano que iba creciendo. Aunque siempre avanzaba el avión, mind como si el mar fuera el mundo y la tierra un sueño. Cada cierto tiempo me asomaba a la ventanilla para descubrir lo que se dibujaba en el horizonte de La historia sin fin: la nada, capsule una nada entre gris y azul negro.
Por horas llegué a creer que ese inmenso desierto líquido no tenía fin, y que la noche y el mar eran uno, hasta que una pequeña luna se veía reflejada en el gran espejo de agua salada para recordarme que el cielo aún estaba presente.
Y ahí íbamos, sobre los hombros del mar, justo en el cielo, en un avión enorme rumbo a Asia.
Las azafatas blancas con rasgos orientales inundaron los pasillos del avión, vestidas de verde con una sonrisa afable y muy ceremoniales. Con delicadeza tomando las tazas, sirviendo el té, inclinándose con levedad para saludar o agradecer. Poco a poco me acostumbré a ese respeto y dignidad con la que tratan a todas las personas, porque lo seguí viviendo en las calles de Taipei y Tainán.
Las luces se apagaban y sólo se escuchaba el rumor del avión, y de vez en cuando alguna turbulencia y una azafata hablando en mandarín y luego inglés para solicitar que nos pusiéramos el cinturón de seguridad. Durante todo el viaje sólo escuché el mandarín y un poco de inglés, fue una sensación extraña porque incluso en Estados Unidos uno escucha el español, pero acá no, escuchaba y decía: “ Ka i pan ua ma” (puede ayudarme), “Kai Chin” (Soy feliz), “Ni hao piau lan” (tú eres bonita), “Tzai ma” (Aquí estás) y muchas más.
En la diminuta pantalla que estaba frente a mí veía el recorrido que llevábamos desde Los Ángeles hasta Taipei, me dio mucha impresión cuando sobrevolamos Tokio cuando comenzamos a ver que de un lado estaba el amanecer y del otro la noche cerrada. Ese dibujo de un avioncito que cruzaba los mares me recordaba los mapas antiguos con carabelas que iban hiriendo el mar mientras que en otras áreas aparecía algún monstruo marino o una brújula que nos recuerda eternamente el norte. Y me creía en una de esas historias, repitiendo esas aventuras de Marco Polo en la China, llevando el recuerdo de toda su cultura, de su filosofía y de su tecnología. Claro que leer de Taiwán no es lo mismo que conocerlo, que vivirlo. Y sin embargo, al igual que Polo llevo un aprendizaje enorme de los taiwaneses y de su cultura.
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