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RAÚL CONTRERAS. Consecha profética

Lovey Arguello, 

Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua

Novalis opinaba que: “Poesía es la presentación del ánimo, del mundo interior en su conjunto”. La realidad y la ensoñación proféticas de Raúl Contreras fueron los pilares de la inspiración que impulsó su creación. Mas, no por ser sosegadas excluyeron las tormentas de cuarzo que herían sus perfiles vivenciales.

No obstante, su raudal luminoso fue de tal fertilidad, que aun las ocasionales sombras nos abren ventanas a la claridad que bordea el arco dorado del deseo. Si lo habitaron vacíos fue para llenarlos de constelaciones. Y aunque en ciertos momentos pareciera que le hizo falta una muy pequeña medida de aire fue, necesariamente, la que le permitió explorar en las inasibles regiones del ardor poético. En esa zona palpitante es en donde nos acercamos a la cascada de sus sentimientos que se resbalan suavemente por el acantilado expuesto a las inclemencias de los que se cierran a las manifestaciones genuinas del arte, del conocimiento. Sin embargo, las vicisitudes –lejos de vencerlo- lo impulsaron al regazo de la esperanza, cuna de las vocaciones más nobles. La suya fue también una esperanza entrelazada a las cuerdas de la soledad, de la que comienza por ser no un aislamiento sino un esfuerzo de no poseer nada. Es un quedarse a solas, aboliendo el sentido de la expropiación. Y retirarse a la caja de asombros, solo para salir enriquecido de ella.

Las metáforas de nuestro poeta nos otorgan una sensación de inusual delicadeza y hondura. En sus sílabas siempre hay una luz que se adelanta al poema, vivero de palabras que entra de puntillas en nuestro corazón. Y ahí hace su hogar. “Es hermoso y necesario entregarse del todo a la impresión de un poema, dejar al artista que haga con nosotros lo que quiera, y apenas solo en detalles confirmar el sentimiento por la reflexión y elevarlo a pensamiento y determinar allí donde pudiera dudar o revelarse”. Así piensa Schlegel. Amor, poesía, muerte, tiempo, nostalgia, destino: temas reiterativos en la obra poética de Contreras que lo expulsaron a un destino anhelado y necesario. Aquello que no proclamó, lo transformó en latidos de un corazón que aprendió a irse lejos en búsqueda de la armonía, vital andamio de su creación lírica, silencio que se guardaba a sí mismo. A él le bastaba con cerrar los ojos para verse rodeado de los dos costados de su alma: en uno se sumaban los encuentros y los desencuentros; en el otro, crecían las presencias y las ausencias. Mas él se interrogaba, con reiteración, acerca de la finalidad de su existencia: “Hice el camino—¡Y todavía ignoro si, al término del viaje, empiezo el viaje!”.

Su esperanza se pudiera resumir en un ardiente deseo por encontrar un alto y veraz sentido a su existencia. Sentirse uno consigo mismo, con el universo. Ser olivo nutriente. Yan Hi creía que: “El alma ha de estar vacía y preparada para recibir las cosas. El sentido es quien puede reunir lo vacío. Este estar vacío es el ayuno del corazón que es una conversión amorosa a la manera de la cortesía oriental, aniquilándose para dejar todo el sitio al huésped esperado, a la entera realidad”. Este fue el surtidor de donde surgieron sus poemas, almácigo de palabras que lo constituyen y lo definen para llegar, al fin, a la esperanza, cosecha que engendró la luz más diáfana: la profética. Así, su asociación con lo eterno está asegurada.

“¿Esta mirada casi verde, es verde

porque espera mirar? ¿son mis hermanos

la onda que va y el rastro que se pierde?

No sé. Pero interrogo a los lejanos

augurios de la fuente prometida.

Sed hasta el fin…¿Me acercaré a la Vida

con un camino verde entre las manos?”

Nos parece que sí. Porque la verdad se vive, no se enseña. Y porque sus noches fueron una bella ensoñación, una luz tan fecunda que reverdece en cada lectura, en cada canción.

Ver también

Nacimiento. Fotografía de Rob Escobar. Portada Suplemento Cultural Tres Mil, sábado 21 de diciembre de 2024