Matías Romero,
Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua
Puede aplicársele el lente filosófico a Raúl Contreras, (1896-1973) porque su poesía es constante y consistente, fiel a una voz interior que la guía y usando un lenguaje que, en medio de su musicalidad y sus retruécanos, respeta la lógica y la gramática del arte poético clásico. No hay estridencias ni verbales ni conceptuales. Debe tenerse presente que Raúl Contreras era diplomático. La suavidad y la elegancia están entre sus características. Con esa calidad de hombre entero y serio, de personaje de sociedad, de caballero de estatura cabal, Raúl Contreras se dedica a vivir, en medio de los avatares diplomáticos y políticos del mundo, su vida interior. El hombre de sociedad, de recepciones protocolares y de múltiples amigos, lleva por dentro colgada una celda de contemplativo.
La poesía de Raúl Contreras toda ella está empapada de trascendencia, de seriedad existencial, de resignada tristeza, de oculta y tímida esperanza. No hay en él desgarramientos ni actitudes dramáticas. Vive el sentido contradictorio o el sinsentido de la existencia. Digamos, metafísicamente hablando, que tiene vivencia de la contingencia, de la condición del ser contingente que es a la vez ser y no ser. Las cosas son niebla, son humo.
Raúl Contreras, a fuerza de ser poeta con mística dedicación, es filósofo con toda la densidad de la palabra. Es el filósofo del asombro, peo del asombro contenido y respetuoso, del asombro que es suspenso, del asombro que no es espanto, ni susto, ni temor. Algo así se siente también en la poesía de Rolando Elías.
Si se me preguntara cuál es el contenido, el mensaje y el concepto del hombre o la «vidavisión» de la poesía de Raúl Contreras, yo contestaría que él es el poeta-filósofo de la contingencia, entendida esta en su sentido metafísico, la contingencia como vivencia existencial, no como angustia exactamente pero sí como suspenso, como un existir en vilo, en una conforme inseguridad, en una tranquila incertidumbre, dándonos cuenta de que vivimos dentro de una niebla, en la que el ser y el no ser se dibujan y se desdibujan, tratando de abrirnos paso hacia la claridad, «lo abierto» que dice Rilke y analiza Heidegger. Lo que Raúl palpita doliente no es el agnosticismo depresivo, tampoco la duda manifiesta, mucho menos el descontento lastimero. Más bien es la actitud del asombro de un ser extremadamente sensible que se deja empapar de la belleza y del gozo del mundo circundante (que no es precisamente el universo) pero que camina con cautela y se mantiene a la espera, atento a toda sorpresa y anhelando una respuesta, la solución del enigma. Raúl es el buscador que no se desprende de una pregunta fundamental que lo mantiene con la respiración lenta y mesurada. Es hombre más de interrogaciones que de afirmaciones.
La conciencia clara que tiene el poeta de la diferencia que hay entre la filosofía y la poesía se expresa en el siguiente soneto, «Divagaciones», tomado del libro En la otra orilla.
DIVAGACIONES
¿Vale tanto el SENTIR como el PENSAR?
Yo analizo: Cierto es que el pensamiento
es como una salida en movimiento
que no se sabe adónde va a llegar.
Y cierto es que el SENTIR, al reposar,
se mueve y nos remueve; ni violento
ni forzador; como el reflujo lento
que apacigua los límites de estar.
Se PIENSA si se quiere; nadie obliga
a nadie que dé sueltas a la onda
ni que su fuga en espiral persiga.
Ah, escape irreversible que nos ronda…
Ah, centro acogedor que nos hostiga…
¡Vuela el PENSAR, pero el SENTIR se ahonda!
Como una prueba más de que en Raúl Contreras se mezclan el poeta con el existencialista metafísico, ponemos a continuación el poema que él dedica, sin decir nombre concreto, a un «poeta-filosófico que le da consejos». ¿Quién sería este amigo de Raúl? ¿Fue acaso el poeta sacerdote Ángel Martínez Baigorri? Sabemos que este rarísimo y angelical jesuita influyó mucho en él y que le marcó un cambio, una transición, pero no tenemos por ahora datos para concretar en qué consistió esa transición. El poema se titula «Transición de fe». Pero no se trata de una fe religiosa sino más bien de una fe en la poesía, en la vida y en la naturaleza.
TRANSICIÓN DE FE
(Al poeta filosófico que me da consejos)
Oh poeta que ignoras la infinita dulzura
de sentir la caricia de unos labios de miel,
que desdeñas los goces de la excelsa locura
por seguir el camino que conduce a la altura
donde mueren las rosas y florece el laurel.
Oh, poeta que cantas, filosófico y hondo,
a las cosas eternas del vacío y del mal;
en tu cráneo ahuecado como un vaso redondo,
al hervir las ideas va quedando en el fondo
condensado el residuo de un oscuro ideal.
Tú persigues, neurótico, la visión de lo bello,
mas no sueñas despierto ni te embriagas de azul,
tú no quieres del cisne la tortura del cuello,
ni robar a los astros su lejano destello,
ni envolverte entre nubes, como en gasas de tul.
Tú no sientes el beso de las noches umbrosas;
tú no evocas la sombra de una muerta ilusión.
El arcano investigas de las cunas y fosas,
si en tu verso simbólico profundizas las cosas,
algo tierno te falta que poner: corazón.
Las alturas te atraen y te atrae el abismo.
En las páginas grises del silencio al leer,
de las rocas pretendes conocer el mutismo
y al palpar el misterio de la vida en ti mismo,
a la esfinge interrogas sobre el Ser y el No Ser.
¿Porqué buscas el alma que se angustia y que reza
donde sólo espejismo tu neurosis verá?
Ama la obra más alta de la naturaleza,
que el artista que busca la soñada belleza
en estéticas formas de mujer la hallará….
El porqué de la vida no investigues, poeta.
No te importe ser hijo del placer o el dolor.
Sé optimista en tus cantos –soñador y profeta-
que la vida no es una cristalina faceta:
tiene lados de sombra, de grandeza y de amor.
Si tú pruebas, filósofo, la sedante dulzura,
el nirvana que encierran unos labios de miel,
si te embriagas con vino de la excelsa locura,
dejarás el camino que conduce a la altura
y amarás a las rosas más que al verde laurel…
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