Texto y fotografías por: Iván Escobar
La Cripta de Catedral Metropolitana lucía vacía el pasado domingo 4 de abril. Unos cuantos feligreses y voluntarios del templo asistían a sus compromisos dominicales. La algarabía típica en las calles del centro de la capital no estaba, era Domingo de Resurrección y la Semana Santa había llegado a su fin.
La Catedral estaba cerrada, solo el acceso a la Cripta donde descansan los restos de Mons. Oscar Arnulfo Romero, pastor y mártir salvadoreño, canonizado en 2018, primer santo salvadoreño reconocido por la Iglesia católica.
Mientras visito la Cripta, me encuentro sentado frente al mausoleo dedicado al pastor asesinado el 24 de marzo de 1980, a don Raúl Padilla, un humilde hombre, que al conversar con él, su rostro cansado, y detrás de una mascarilla quirúrgica comparte a borbollones sus experiencias al lado de Mons. Romero. “Yo lo conocí, siempre veía como sus mismos amigos curas, lo trataban mal. Aquí lo trajeron –mientras señala el mausoleo– para que la gente no lo siguiera”, comparte entre voz cortada y mirada triste.
Este humilde hombre de aproximadamente unos 60 años, o un poco más, lamenta que muchos hoy en día, a pesar de todo el legado que dejó Mons. Romero, tratan de invisilizarle. “Eso es triste. Este mausoleo, por ejemplo, nadie habla de él, con orgullo”, dice.
Mientras comparte con aquel que se acerca cuando él está frente al mausoleo y principal monumento dedicado al pastor mártir. “Yo estuve en 2004 cuando trajeron esta pieza, pesa mucho (…) unos cuantos metimos con la comitiva que lo traía, y el artista me compartió que fue una donación de la Comunidad de San Egidio, Italia. Ahí –y vuelve a señalar el costado del mausoleo– está la firma del autor, ahí se comprueba. Aquí nadie quería dedicarle nada, es más ocultarlo querían por eso lo tiraron hasta aquí al fondo”, vuelve a compartir.
El mausoleo es obra del artista italiano Paolo Borghi, representa a Mons. Romero que duerme el sueño de los justos, entre los cuatro ángeles, “que muchos confunden que son las monjas que asesinaron en la guerra”, comenta Padilla, en referencia a las cuatro figuras del mausoleo que representando a los cuatro evangelistas (Marcos, Lucas, Mateo y Juan), según las escrituras.
Al centro de la pieza está una cruz en el pecho de la figura que representa a Mons. Romero, Padilla explica que es una piedra de Jaspe, la cual según el libro del Apocalipsis, es la piedra donde fue edificada “la Jerusalén del cielo”.
16 años
El mausoleo dedicado a Mons. Romero llegó al país, en marzo de 2005, y ubicado en la Cripta, por orden del entonces obispo de San Salvador, Mons. Fernando Sáenz Lacalle, cuando se trasladan los restos de Mons. Romero desde el anterior sepulcro donde fue enterrado en tiempos del conflicto armado, a su nuevo espacio de veneración.
Mons. Romero fue asesinado la tarde del 24 de marzo de 1980, mientras oficiaba una misa en la capilla del Hospitalito de la Divina Providencia. 41 años después, Mons. Romero sigue vigente y su palabra está presente en el pueblo salvadoreño.
Padilla dice que hoy más que nunca su voz sigue presente, sus enseñanzas, y las amenazas también lastimosamente persistente en estos días, contra aquellos que expresan su fervor hacía él.
“Usted ve esas tres rosas que tiene el mausoleo, representan los tres años que lo dejaron como Arzobispo, del 77 al 80”, comenta a modo de interpretación Padilla, quien señala que seguirá llegando hasta la cripta para compartir con todo aquel que quiera conocer más sobre Mons. Romero, “nosotros estamos comprometidos a difundir su palabra. Yo lo he perdido todo, hasta mi casita, pero cada vez que vengo aquí le pido que me dé fuerzas para seguir adelante. En esta enfermedad (el COVID-19) mire, cómo se doblan los poderosos, él intercede por nuestra salud, y sigue acompañándonos”, concluye, mientras se queda en el salón de la cripta, en el silencio, en la paz del espacio del principal templo de la capital salvadoreña.
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