Luis Armando González1
Escribe Marx, en este último libro, y refiriéndose a Arnold Ruge, uno de los “grandes hombres” del exilio:
“Cuando Arnold no lograba comprender la filosofía hegeliana, realizaba, en cambio, en su propia persona, una categoría hegeliana. Él representaba la ‘conciencia honesta’ con asombrosa fidelidad, y se afirmó en esto aún más, al hacer en la fenomenología -que, por otra parte, seguía siendo para él un libro cerrado bajo siete sellos- el agradable descubrimiento de que la conciencia honesta se ‘alegra siempre de sí misma’. La conciencia honesta oculta bajo una importuna probidad, todas las pequeñas y pérfidas trampas del filisteo: tiene el derecho de permitirse toda la vulgaridad, porque sabe que es vulgar por honestidad; la estupidez misma se convierte en una ventaja, pues es una prueba contundente de la capacidad de orientación política.
Detrás de cada pensamiento secreto lleva la convicción de su probidad interior, y cuanto más proyecta una falsedad, una porquería mezquina, tanto más sincera y confiada puede aparecer… Es la alcantarilla en la que confluyen de modo estrafalario todas las contradicciones de la filosofía, de la democracia y de la economía retórica en general… Filisteo e ideólogo, ateo y creyente de clichés, absoluto ignorante y absoluto filósofo en una sola persona: ese es nuestro Arnold Ruge, tal como Hegel anticipó en el año 18062.
Más allá de la aspereza de la crítica a Arnold Ruge, lo que se quiere destacar aquí es cómo en él esta presente la convicción de que en su ‘conciencia honesta” el construía ‘realidades’ sobre su persona y quehacer del todo ajenas a la realidad real suya y del mundo.
Pues bien, cuando alguien dice “yo soy un optimista que construye su propia realidad” esta formulando una tesis que se inscribe en el subjetivismo idealista, lo sepa o no. O sea, esta diciendo que se construye una ‘realidad’ a su medida, es decir, según los dictados de su subjetividad, no que construye cosas reales como edificios, carros o herramientas3. Naturalmente que como esa construcción no esta sometida a la legalidad que gobierna la realidad real, sino a los dictados de su mundo interior (sus emociones, creencias, prejuicio e ideas), de ella puede salir cualquier cosa imaginada sobre el universo, la vida, la sociedad o las personas.
Ahora bien, ¿una persona es optimista porque “construye su propia realidad”? No necesariamente. Tampoco es necesariamente pesimista.
Puede ser pesimista u optimista según el tipo de “realidad” que se construya (que invente, que elucubre, que imagine) para sí misma. Eso sí: existe el riesgo de que esa construcción subjetiva de “su” realidad le conduzca a un optimismo o a un pesimismo extremos, con peligros para sí mismo y para los demás.
La alucinación, la fantasía desbocada y la imaginería de masas, fruto de un subjetivismo desbocado parte de quienes gustan construir su propia “realidad”, prescindiendo de lo que dice la realidad real, ha dado pie a locuras de consecuencias dolorosas para quienes se las creen o los destinatarios de sus acciones.
El gran Immanuel Kant lo llamó desvaríos de la “razón pura”; ahora se sabe que ese desvarío no solo involucra a la razón, sino a las imágenes mentales y a las emociones que hacen parte del tejido de la subjetividad humana.
En fin, así como el realismo (crítico, dialéctico, racional, escéptico) es un sano correctivo para moderar de los excesos del optimismo y del pesimismo, el subjetivismo idealista es un incentivo para propiciar esos excesos.
Quienes están atrapados en el subjetivismo idealista, además, son presas fáciles de la manipulación por la vía del contagio de fantasías y sueños cuya realización, se les hace creer esta al alcance de la mano con solo pensarlo o desearlo4. Esto se ejemplifica bien en un programa dedicado al “emprendedurismo”, promocionado por la misma emisora de radio en la que se escuchó el razonamiento que suscitó estas reflexiones.
La persona que presenta el espacio dice, en la cápsula promocional, algo así como (se cita de memoria): “si quieres ser un emprendedor de éxito, haz fluir tus ideas y ponles acción”. Es decir, todo es fácil: piensa en algo (pensar es un flujo de ideas) y conviértelas en ‘realidad’. ¿Y si las ideas son irrealizables por definición5? ¿Y, si son realizables en principio, pero no se tienen los recursos intelectuales, económicos y tecnológicos para materializarlas?
Las ideas no crean realidad, no se traducen automáticamente en la realidad ni reemplazan a la realidad. Las ideas (cuyo locus es la subjetividad de los individuos) pueden ir de un lado para otro cuando las pensamos, y si lo hacemos sin lógica y movidos por emociones, afectos, odios y amores, eso puede dar lugar ilusiones y falacias que los demás, si son observadores críticos (y no están sometidos a los mismos afanes “creativos”), detectan en cuanto nos escuchan hablar.
En esos afanes creativos podemos cambiar el mundo, imaginar paraísos (utopías, como dicen algunos) y negar lo existente con su dureza, precariedades y conflictos: el mundo y lo existente seguirán ahí, y se alterarán según sus propios ritmos (físicos, químicos, biológicos o biopsicosociales) o cuando la intervención humana incida realmente en sus mecanismos, dinámicas o estructuras. Esta fue una de las grandes lecciones de Marx que no conviene olvidar.
1Docente Investigador de la Universidad Nacional de El Salvador, Escuela de Ciencias Sociales. Miembro del Grupo de Trabajo CIESAS Golfo, del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).
2K. Marx, F. Engels (con la colaboración de Ernst Dronke), Los grandes hombres del exilio. Buenos Aires, Editorial Las cuarenta, 2015, pp. 122-123.
3Si este fuera el caso, ya no sería su “propia realidad”, sino según una realidad que no es propia, sino ajena a su subjetividad.
4El voluntarismo es un derivado del subjetivismo idealista.
5Por ejemplo, crear una raza de unicornios de todos los colores del arcoíris para mostrarlos en el zoológico.