PRÓLOGO
La obra de un autor trasluce, más allá del arte con que crea su producción, una sensibilidad que plasma con los instrumentos utilizados. Sin que esto se reduzca a emociones, sino más aún, a la perspectiva intelectual con que interpreta el mundo y lo ofrece a sus destinatarios. Es según este ángulo que hay que leer «Recogiendo cadáveres» del escritor Miguel Ángel Chinchilla.
El intelectual, que hace un trabajo cronológico desde 1943 hasta 1992, contrasta las vidas de dos de los grandes protagonistas de la historia reciente salvadoreña, Monseñor Óscar Arnulfo Romero y Roberto el Mayor (de quien no se menciona su apellido, aunque se infiera que sea, D’Aubuisson). Ambos, constituyen el eje central de la novela que nos transporta con verosimilitud al nervio de los acontecimientos trágicos de ese país.
Para ello, Chinchilla divide el trabajo en cuatro capítulos: 1. Que la noche oscura del alma; 2. Con el corazón derrengado; 3. Sé que mi hora se acerca, y 4. Hoy venimos por el tuyo. Cada sección se ocupa progresivamente del carácter de sus protagonistas, marcados por una especie de fatalidad del que no podrán escapar y cuyo resultado tuvo consecuencias (buenas y malas) en la sociedad del país centroamericano.
La primera parte, que parece aludir al poema de San Juan de la Cruz, «Noche oscura del alma», es la puesta en escena de dos vidas opuestas. El drama de sujetos con proyectos distintos, unidos escasamente por una naturaleza envilecida y desarrollada contemporáneamente por los personajes. Es una especie de esbozo moral que ejemplifica la naturaleza de lo constitutivamente humano.
Es probable que esa «Noche oscura del alma» sugiera lo contrario a un destino, el absurdo de conductas explicadas desde un guion de telenovela. Más bien muestra el desarrollo de la conciencia como resultado de acciones en las que se encumbra lo humano o se pervierte el alma como ocurre en ambos casos del relato.
El segundo momento, «Con el corazón derrengado», presenta la dialéctica contextual de una realidad signada por la muerte. Se aprecian dos discursos irreconciliables, el de la violencia que destruye en su afán de imponer su verdad y el de la compasión que empatiza con los pobres para rescatarlos de las garras del mal. El choque entre ambos dejará heridas profundas en una sociedad aún en recuperación.
«Sé que mi hora se acerca» es un guiño evangélico para hacer coincidir la muerte de Romero con la sangre del inocente muerto en la cruz. El autor, convertido en hagiógrafo, desvela la pasión de un santo no en virtud de su espiritualidad descarnada, sino a causa de su compromiso pastoral en defensa de las clases desfavorecidas.
Finalmente, en «Hoy venimos por el tuyo», se baja el telón narrativo con el fracaso del proyecto de Roberto a través de una escatología literaria. El protagonista, carcomido por el cáncer, es asistido con el viático de los enfermos por el sacerdote Monseñor Fredy Delgado que se transfigura milagrosamente en Monseñor Romero, Rutilio Grande, Cosme Spessotto, Ignacio Ellacuría, Apolinario Serrano, Neto Barrera, Mario Zamora, Febe Elizabeth… entre otra multitud de rostros agolpados en la habitación.
La obra de Miguel Ángel Chinchilla es una aproximación histórica de hechos dolorosos que interpreta a partir de una moral cuyo criterio valorativo es la persona humana. Desde este ámbito construye un texto que reconoce las virtudes de sus protagonistas y distingue la maldad de los que encarnan el vicio. Con ello, legitima el carácter de Romero sin que tema señalar también los límites de su conducta.
Eso hace que la arquitectura del libro sea una exploración antropológica donde evolucionan los sujetos. El caso de Romero es paradigmático por el itinerario de madurez (intelectual y pastoral) desde su regreso de Roma hasta la muerte de Rutilio Grande. Desde el cura párroco de La Unión, ortodoxo, convencional y romanizado, hasta el líder que encabeza un movimiento progresista al servicio de los pobres.
La evolución intelectual se comprende según la apertura personal a una realidad que interpela, pero también a un sustrato humano que dispone a racionalidades alternas. Es el producto de una humildad que capacita al diálogo basada en la conciencia de la naturaleza de la verdad como utopía.
Con esa intuición del carácter social del conocimiento, la influencia de Rutilio Grande, los Jesuitas y Monseñor Rivera y Damas, entre otros, posibilitaron la configuración de un pensamiento contextualizado en la realidad política salvadoreña. Esos esquemas constituyeron simultáneamente la base de su conversión.
Conviene subrayar también la dinámica interna de la iglesia en su afán de «aggiornarsi» en bien de la evangelización en el mundo. Recordemos el Concilio Vaticano II en 1962, pero más aún en América Latina, las Conferencias del Celam, Río 1956, Medellín 1968 y Puebla 1979. La ebullición eclesial fue el germen de interpretaciones que originaron la filosofía y la teología de la liberación, importantes en estas latitudes americanas.
Con relación a Roberto sucede lo contrario. Aunque el autor se encarga de avisarnos de la maldad casi congénita del infame, su involución se patentiza en acciones cada vez más contraproducentes al crecimiento humano. El protagonista va de mal en peor, así de marrullero de instituto, su participación en el ejército lo convierte en un monstruo dañino, el inescrupuloso que mata e inflige dolor sin piedad.
Socialmente tampoco tiene demasiados apoyos para procesos de conversión intelectual o moral. Su paso por el ejército con compañeros como Sigfredo Ochoa, Domingo Monterrosa, el Coronel Casanova o el Chele Medrano, no le permitirán vuelos que lo distancien del barro con el que contaminará lo que toque. De ese modo, es fácil compartir el carácter «intrépido y sanguinario» con personajes como Pablo Emilio Salazar, el Comandante Bravo, de Nicaragua.
Ambos tienen una lectura política propia. Romero, fundada en la ternura que incluye a los pobres; Roberto, modelada según la doctrina que los excluye. El clero oscilará entre el uno y el otro. Así, hay afines a la retórica fuerte como Monseñor Marco René Revelo, el vicario castrense Eduardo Álvarez, Monseñor Pedro Arnoldo Aparicio, Monseñor Clemente Barrera y Pedro Antonio Pineda; y otros al servicio de los pobres como Jon Sobrino, Ignacio Ellacuría y Rutilio Grande.
El profetismo de Monseñor Romero no estuvo exento tampoco de rasgos humanos que, para bien de la obra, evita la idealización del personaje. Ejemplo de ello se ofrece cuando se dice que «el cura Romero no guardaba tampoco buenas relaciones con el clero de San Miguel. Algunos lo tildaban de loco. Periódicamente consultaba con un psicólogo y este le decía que era demasiado compulsivo y un obsesivo perfeccionista».
Debe destacarse que la idea de santidad del autor no es espiritualista, esto es, la del asceta que percibe maldad en la materialidad del mundo. Más bien es la de quien desciende del monte y en la llanura se vuelve parte de la comunidad. El santo es un tipo de trasgresor que desde la periferia adora a Dios en los pobres.
El valor de la obra de Chinchilla destaca por el renovado interés en la figura de Monseñor Romero. La trascendencia del jerarca permite enfoques diversos para llenar el vacío de hermenéuticas sesgadas o reductivas que ensombrezcan la importancia de su personalidad y el impacto en la sociedad salvadoreña.
Por otro lado, recuperar la crítica hacia las acciones que consintieron el asesinato y las injusticias perpetradas por el ejército, la oligarquía y la guerrilla, es un ejercicio que debe asumirse desde la literatura para evitar reincidir en esos males estructurales quizá aún no superados.
Igualmente hay que subrayar el carácter pedagógico de la obra en el sentido en que se destacan, por ejemplo, la audacia de los protagonistas, la empatía, pero sobre todo el inconformismo que asume la lucha basada en la perfectibilidad del mundo, esto es, en sus posibilidades de cambio.
Finalmente, la obra participa de una prosa poética que provoca una lectura corrida en virtud de su estética narrativa. El resultado es fruto tanto de la investigación del autor, como de su sensibilidad cultivada. Esto hace que el libro esté construido desde rudimentos que superan lo técnico para situarse en el ámbito de la emocionalidad del arte.
Eduardo Blandón
Guatemala, enero 2024.
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