Autor: Julio César Sánchez Guerra | [email protected]
En la carta que José Martí escribió a su amigo Fermín Valdés Domínguez, en mayo de 1894, después de celebrar el cariño y respeto con el que Fermín trata a los cubanos que buscan sinceramente un poco de orden cordial, y de equilibrio indispensable, en la administración de las cosas de este mundo, Martí lanza la advertencia sobre los peligros que tiene el socialismo. Ya Marx había muerto. Engels aún vivía. A Lenin le faltaban más de 20 años para iniciar la revolución de Octubre. La carta está abierta, vamos a leer:
«Dos peligros tiene la idea socialista, como tantas otras: –el de las lecturas extranjerizas, confusas e incompletas– y el de la soberbia y rabia disimulada de los ambiciosos, que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse, para tener hombros en que alzarse, frenéticos defensores de los desamparados».1
El primer peligro tiene relación con el acto de copiar modelos perdiendo la creatividad y la autoctonía; el segundo, ligado a la simulación, la ambición y el oportunismo.
En la distorsión que sufrió el llamado marxismo-leninismo y que se relaciona con el derrumbe del campo socialista, yace la cuestión advertida por Martí: La caricatura doctrinaria por un lado, y el oportunismo de los que defienden por encima de todo el interés personal. Allí donde no hay una lectura creativa de las ideas, ni hombres que ayuden a la dicha colectiva, no puede hablarse de revolución ni de doctrinas revolucionarias.
En aquel bello texto que parece un poema hirviendo en prosa, A la raíz, Martí ratifica: «A la raíz va el hombre verdadero. Radical no es más que eso: el que va a las raíces. No se llame radical quien no vea las cosas en el fondo. Ni hombre, quien no ayude a la seguridad y dicha de los demás hombres».2
¿Se puede ser radical donde las lecturas doctrinarias son confusas e incompletas?
El mimetismo del socialismo que separó la teoría de la práctica y la política de la cultura, no podía mejorar al hombre que se hundía atrapado por las miasmas de los peores valores del pasado.
Hoy, las lecturas extranjerizas de las que nos hablara Martí, pasan por la transmisión de una cultura falsa y banal que niega los valores culturales de cada país: que se sepa más del Pato Donald y menos de Bolívar, que el espejismo de un automóvil por cada ciudadano del planeta nos convenza de que el consumismo no lastima a la Tierra ni a los hombres, que las modas nos conviertan en rehenes del mercado y un tipo de música nos aleje de nosotros mismos y del compromiso de ser mejores, que el mundo convierta la dignidad en un billete de cambio y el individualismo sea el trofeo de los que pierden, sin notarlo, su condición solidaria.
La historia que nos quieren desmontar como un método eficaz de hegemonismo, es la misma que nos puede enseñar a rescatar los mejores valores de la cultura, de la ética, de la política de hacer felices a los otros; del conocimiento alertando cómo va el mundo; del cristianismo con la imagen dolorosa de la cruz atada al prójimo que alza las manos al cielo y busca la justicia aquí en la Tierra, a rescatar en fin, los derechos del hombre encarcelado en la «libertad» que nos propone la salvaje incivilización capitalista.
¿Y los que buscan hombros para alzarse sobre ellos sin pensar en la dicha colectiva? Ese es el otro peligro advertido por Martí y tiene su fuente en la subjetividad humana, en el egoísmo que acompaña a los hombres y que unas sociedades estimulan más que otras. Este desafío en el caso de Cuba, nos sitúa ante la siguiente pregunta: ¿El impacto de las consecuencias del llamado periodo especial alimentó nuestro individualismo?
Si la respuesta es afirmativa compréndase cuánto puede haber crecido la soberbia y rabia disimulada de los ambiciosos. La llamada corrupción, el acto de escalar para obtener beneficios personales, la simulación de las opiniones, la falta de convicciones, e incluso, la pérdida de la sensibilidad, son amenazas al socialismo.
Por estas y otras razones ligadas a la conducta humana, Martí decía que la crítica es la salud de los pueblos. Se trata de reconstruir el alma desde la crítica oportuna, desde el ejemplo tenaz, desde la victoria diaria contra las trampas que nos tiende el egoísmo que llevamos dentro, defendiendo al socialismo de los peligros que lleva en sí y del capitalismo que suplanta la bondad por la derrota de convertir al hombre en objeto del mercado. Martí es más que una cita en la pared. Es advertencia y selva plena de mensajes éticos que echan suerte con eso que llamó: La utilidad de la virtud.