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Reconstruir el mundo desde la cultura de la acogida

Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor
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No podemos caminar bajo el permanente deterioro, hemos venido para reconstruir, no para destruir; y, en este sentido, hay que poner más voluntad en la resolución de los problemas medioambientales, pero también  en nuestra propia misión, lo que nos exhorta, como seres pensantes, a un fuerte entendimiento de solidaridad entre todos. Quizás lo importante es que consolidemos nuestras raíces, y a partir de ahí, evolucionemos sin devaluar los derechos humanos, y sin desfigurar la belleza de nuestra casa común. Dejar que se nos muera nuestra propia atmósfera, sin apenas hacer nada por ello, es un mal camino y, como tal, hemos de enmendarlo. Sabemos que esto no es nada fácil. Tenemos que congregar esfuerzos, ayudándonos unos a otros a mirar siempre hacia delante, sabiendo que la savia no es tiempo que se traspasa, que pasa y no vuelve, además es instante que se vive en el reencuentro permanente, en la cercanía vivencial, puesto que todo está enhebrado en el compartir, en el cooperar y en el colaborar con esa innata dimensión humana que nos fraterniza.

Cada día son más las vidas que huyen del terrorismo y la guerra en sus países y llaman a la puerta de nuestro corazón para que cuando menos los acojamos con una sonrisa entre sus ríos de lágrimas. Consecuentemente, en esa reconstrucción del nuevo mundo, es menester promover en justicia los objetivos sociales, con otra visión más estética; de igual manera, el cuidado de nuestro hábitat natural a través de otros modos de producción y de consumo también más éticos; lo que nos requiere una toma de conciencia mucho más responsable con el entornos en los que nos movemos. Luego está la corriente de flujos financieros ilícitos que trasciende todas las fronteras, y no ayuda en absoluto a un desarrollo equitativo, ni contribuye tampoco a la erradicación de la pobreza, a través de la creación de empleo y de capital. Lo cierto es que las naciones más pobres del mundo corren el riesgo de quedarse aún más rezagadas a consecuencia de la crisis económica inducida por COVID-19, que agravará viejas desigualdades y aumentará el hambre, la malnutrición y la vulnerabilidad a las enfermedades. Subsiguientemente, esta restauración mundial nos demanda una vez más ese espíritu solidario universalizado, para que se active como acción expresiva de acogida, que es lo que verdaderamente nos hace avanzar.

Tenemos que dejar de liderar esta inútil contienda contra la naturaleza, necesitamos reconstruirnos como poetas y alzar nuestra voz en la defensa de esta biografía silvestre, que forma parte de la poética red de vida planetaria. Por otra parte, si tenemos presente que todo ser humano por sí mismo no puede hacer nada, y lo puede hacer todo cuando se une a sus semejantes, esto nos exige un esfuerzo común de búsquedas, donde prime la concordia, jamás la especulación de una renta financiera que tiende a ignorar contextos que nos dignifican. Hace falta, pues, una reconstrucción más desinteresada, que active comportamientos cívicos. No es de recibo continuar alimentando vicios autodestructivos, actuando como si nada ocurriera o postergando decisiones que han de ser tomadas de inmediato. Se me ocurre pensar, en tantas poblaciones que necesitan ayuda, ante el aluvión de desastres propiciados por el cambio climático, para poder continuar ofreciendo energía viviente. La emergencia ocurre en cualquier lugar del globo, donde cada día más se manifiestan, con toda su fuerza destructiva, oleajes de venganza que nos dejan sin humanidad, con el abandono de los más frágiles y sin entusiasmo por rectificar. Nos conviene, desde luego, tomar otras actitudes más liberadoras, de construcción en un camino de decadencia y de mutua destrucción entre análogos.

Si en verdad activamos la cultura contemplativa de la acogida, esto nos dará fuerza para explorar universos olvidados, a causa de los hábitos injustos de una parte privilegiada de la humanidad. El poder no es para unos pocos; sin embargo, la capacidad de servicio si se postula en todo momento y para toda circunstancia. Los pedestales hay que saberlos utilizar para servir al bien colectivo, no para servirnos egoístamente.

No olvidemos que el bien común presupone la consideración hacia toda existencia, con derechos básicos e inalienables ordenados a su desarrollo integral. También demanda el bienestar social y el progreso que todos nos merecemos por principio. Por desgracia, en multitud de ocasiones nos vendemos al ímpetu ciego del inconsciente, y utilizamos la violencia y el egoísmo como lenguaje, sin considerar que un mal poder utilizado nos retrotrae a épocas ya vividas, pues lo transcendente es que estas enormes olas de cambios, contribuyan a hermanarnos más, a querernos mejor, a considerarnos decentes. Ojalá superemos esta necedad altanera, y retomemos un estilo de andar, con más entrega y donación entre sí. En cualquier caso, que nuestras luchas y nuestra preocupación por esta morada, en la que todos nos movemos y habitamos, no nos reste el gozo de la espera y la virtud de la esperanza, para poder cambiar de rumbo y transformar nuestra relación con el mundo natural, en un vínculo de auténtico amor.

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