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Recordar a los pequeños

Ética y Política

José M. Tojeira

En nuestra historia abundan los olvidados. Con demasiada frecuencia los poderosos, sean millonarios, políticos o militares, tienden a olvidar a los débiles y marginados de nuestras sociedades. Y  casi con la misma frecuencia, una alta proporción de la ciudadanía, al sentirse impotente ante los problemas que le rodean, buscan refugio en el olvido, en la migración o en la búsqueda de un desarrollo egoísta y poco solidario. Por eso, cuando comenzamos un año que deseamos sea feliz para todos, resulta indispensable recordar a los pequeños. Porque sin ellos no habrá nunca felicidad plena. Sin las posibilidades de una felicidad básica que alcance a todos, no habrá seguridad en la felicidad de nadie. Ni siquiera en la de los más poderosos.

Los pequeños abundan en nuestro país. Los campesinos, depositarios y transmisores de cultura, tienen los peores salarios, las redes de producción más débiles y carecen de seguridad social. Los que se dedican al comercio informal está también, mayoritariamente, en una situación parecida. Con los niños y niñas, a pesar de nuestra frases laudatorias de la niñez, tenemos una enorme deuda. No puede ser que la mayor parte de las mujeres desaparecidas sean menores. O que la violencia se cebe desde la infancia en muchos de nuestros niños varones.

El abuso de la mujer, la impunidad de muchos abusadores, muestra la facilidad con la que olvidamos a los débiles y protegemos a los fuertes, que son, con mucha frecuencia, los más carentes de escrúpulos y los más violentos. No es raro en ese contexto que los jóvenes tengan la tentación de asociarse en pandillas para responder desde la fuerza a una sociedad que los maltrata.

Y si queremos llegar a los más olvidados, podemos hablar también de los privados de libertad. La idea de castigo y venganza hace que muchas personas olviden que quienes están en nuestras cárceles son personas. En una sociedad que se considera cristiana mayoritariamente, resulta paradójico que muy pocos se acuerden de las palabras de Jesús cuando decía que “el que esté limpio de pecado tire la primera piedra”. O todavía peor, de “estuve en la cárcel y no me fueron a ver”. Nos preocupa a muchos que a políticos y a gente conocida no se le conceda la presunción de inocencia o se le impida la visita familiar. Es una verdadera violación de derechos humanos básicos. Pero la presunción de culpabilidad y el mal trato a los detenidos, si son pobres, ha sido una verdadera plaga en el país.

La prohibición de la visita familiar lleva muchos años ya presente, y ha sido un mecanismo de castigo generalizado, aprobado festivamente por casi todos los partidos políticos existentes. Los traslados sin información a las familias, los castigos físicos, la mala alimentación, no son parte de la sentencia que les priva de libertad. Simplemente son abusos injustos, aprobados por nuestro modo indiferente, o incluso vengativo, de ver a los privados de libertad.

Recordar a los pequeños, a los siempre olvidados, a los débiles de nuestras sociedades, es la única vía que nos puede llevar a un desarrollo verdaderamente humano. El recuerdo solidario y compasivo nos hace humanos. El olvido de los pobres nos lleva siempre a repetir los mismos errores que conducen a la creación de sociedades violentas, con poca capacidad de impulsar proyectos de realización común.

El poeta hondureño Roberto Sosa decía que “los pobres son muchos, y por eso es imposible olvidarlos”. Pero con demasiada frecuencia en esta sociedad nuestra que absolutiza el consumo y el individualismo, buscamos la manera de no verlos. Aunque estén tan cerca como la comunidad de la Cuchilla lo está de los condominios caros que están al otro lado de la calle que los separa. Cuando un año comienza, comprometerse con ver, escuchar, recordar y actuar en favor de los olvidados de siempre es la única manera posible de ser sincero con la felicidad que se dice desear. Porque la felicidad, o llega a todos, o no es verdadera.

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