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REENCUENTRO CON EL CHUCHO GÓMEZ, por Jesús Alfredo Campos

De mi libro LAS HUELLAS DEL CAMINO, próximo a publicarse

Pensé que había caído en combate porque era un revolucionario comprometido, de nacimiento. De hecho, fue el primer revolucionario que yo conocí en mi vida. Claro que antes había sabido de Fidel, el Che y Camilo; pero a ellos sólo los había visto en diarios y revistas revolucionarias, (y en otras no tan revolucionarias.) El Chucho Gómez era un revolucionario de verdad, de carne y hueso, a quien vi, a quien oí, con quien hablé, con quien bromeé, y con quien jodí.

Se llama José Roberto Gómez fue uno de mis compañeros en el colegio Don Bosco, con quien hice una química casi instantánea entre los estudiantes del Primer Curso C, en 1966. A éste pertenecíamos los físicamente más altos del curso, como se les llamaba a las clases de secundaria en el extinto sistema educativo salvadoreño, por aquellos días llamado “Plan Básico”.

De dónde le salió el apodo nunca lo llegué a saber, quizás era mal de familia porque a Carlos, su hermano mayor (quien sí cayó en combate en la ofensiva guerrillera “Hasta el Tope”, de 1989), también le apodaban Chucho. Lo cierto es que, fuera de los primeros días, cuando de verdad se sacaba de sus casillas con su canino apodo, nunca pareció importarle que lo identificaran con su mote que con el tiempo se le hizo indeleble (igual que mi propio apodo Tamba.) Lo cierto es que yo gocé mis años en el Don Bosco (‘66 – ‘69), en gran parte por su presencia en las clases.

De tez blanca, complexión más bien baja, ojos medio hundidos en una cara de facciones finas que pasaba de seria a encabronada en un abrir y cerrar de ojos. Nunca mostró interés alguno por actividades deportivas por esos años. En cambio, en las clases, en todas, se mostraba inteligente, perspicaz, compasivo, honesto, rebelde y muy, pero muy chistoso. En un plano más personal fue un ser humano solidario, de remarcable sensibilidad social. y sólidos principios morales. Nunca fatuo, engreído ni vulgar, nunca.

Por alguna razón yo nunca le tomé en serio su talante de bravucón cuando la agarraba conmigo. Ni siquiera cuando me anduvo correteando en todo el colegio porque le había escrito “yo soy un chucho” en el canesú de su camisa, un día que se le ocurrió la brillante idea de sentarse delante de mí. Todavía me arrancan risa, y he compartido hasta con mis hijos, recuerdos y anécdotas que pasamos cuando en primero, segundo y tercer curso nos tocó estar lado a lado.

Roberto había asimilado la teoría marxista antes de leer a Marx. Fue un gran ejemplo en nuestro grupo, especialmente para mí, que hice cada intento para imitarle. Por ello no lo pensé dos veces cuando entre los años 1967-1968, ya en un nivel emocional e intelectual más maduro, me invitó a participar en la histórica organización Juventud Estudiantil Católica (JEC), una de las semillas del FMLN, la guerrilla más contundente del continente el siglo pasado. Por supuesto que después de la de los barbudos de la isla más grande del Caribe.

Con JEC, además de las reuniones colectivas cuasi clandestinas del colegio, nos reuníamos semanalmente en el edificio de la Asociación Católica de Universitarios Salvadoreños (ACUS), y oíamos con interés y atención las charlas del cura Juan de Planke, un tipo carismático, alto, fornido de origen belga que era muy profundo en la, en aquel entonces, nueva Teología de la Liberación, lo cual me sorprendía, pero no tanto como su adicción al tabaco. Yo, la verdad, tuve sentimientos encontrados sobre este cura, pero lo que nunca puse en duda fue su fidelidad al Evangelio, y su compromiso con los pobres.

En estas provechosas reuniones tuvimos la oportunidad de interactuar con futuros líderes de la vanguardia izquierdista salvadoreña, cuando ya más adentrados en la organización, asistíamos a retiros espirituales en distintos lugares del gran San Salvador, entre los que recuerdo el colegio María Auxiliadora, una Casa de Retiros en el célebre Kilómetro Cuatro y Medio de la carretera a Los Planes de Renderos, y el histórico recinto de Ayagualo en La Libertad. Líderes guerrilleros que más tarde alcanzarían estatus de celebridad, recibieron una buena parte de su formación en aquellos retiros.

Me cabe el honor patriótico de haber participado, junto a otros compañeros del colegio, liderados por el Chucho Gómez y Andrés Lenin Campos, en las gloriosas manifestaciones en apoyo a los maestros aglutinados en la histórica ANDES 21 de junio, que por primera vez desde los sucesos de 1932, hicieron temblar a la todopodera oligarquía salvadoreña y su guardiana dictadura militar fascistoide. Aquellas gestas precipitaron el advenimiento de las organizaciones populares que más tarde cambiarían de forma radical la historia del país.

Para 1970 mi contacto con JEC se truncó cuando mi madre decidió que me cambiaría de colegio, diz’ que, porque me debía graduar de bachiller del extinto colegio Salvadoreño Alemán, pues de allí se había graduado de secretaria mi hermana mayor, y quería seguir la tradición. La verdad era que mi vieja había olido la rata y no quería que siguiera participando en la entidad católica, esto lo sabría yo años más tarde. Pero la semilla había quedado sembrada. Mi retiro del colegio hizo que ya no volviera a saber de mi querido Chucho Gómez, excepto que se había incorporado a la lucha armada revolucionaria, lo cual no me extrañaría para nada.

Pasaron los años y, salvo en esporádicas ocasiones en las que por razones de seguridad solo intercambiaríamos miradas, no volví a saludar al Chucho en un plano social. Sin embargo, nunca olvidé al compañero que me señaló el camino hacia un mundo de justicia social, equidad, y plena libertad. Hasta que la última semana del diciembre pasado, noté un email que venía en una nota colectiva que me fue enviada, y me dio la corazonada de que podía ser de él. Dije para mi coleto “Chis, por sí o por no, le voy a escribir”, lo hice y.… ¡Era del Chucho Gómez por la gran puta!

Luego de comunicarnos por la vía electrónica, hablamos por teléfono, y una gran dimensión de juventud recuperada se abrió en los dos extremos de la línea. Ex combatiente guerrillero, con su cuerpo marcado por heridas de guerra, y una seria condición pulmonar, resultados de una vida dedicada a sus ideas y convicciones revolucionarias, con las vicisitudes y sacrificios que éstas conllevan.

Volví a escuchar su voz intensa que fiel a sus principios mandó a la mierda mis halagos “por su ejemplo”, lo cual no toma como ningún “acto heroico”, sino como algo muy normal que si no él, alguien tuvo que haber hecho. El típico Chucho Gómez.

Hablamos por quién sabe cuánto tiempo. Acordamos que en mi próximo viaje a El Salvador nos reuniríamos, para darnos un gran abrazo de hermanos, hablar y ya no perder contacto jamás. Al despedirnos me dejó de nuevo medio muerto de risa, con una de sus típicas respuestas: cuando le dije “Cuídate de tanto ladrón que merodea en estos días por esos lares, papá”, con el más grande desenfado me remarcó: “los ladrones que se cuiden, es más chiche que yo les terminé hueveando a ellos.”

Gracias a Dios por el Chucho Gómez.

San Rafael, California, lunes febrero 14, 2011

REACCIÓN DEL CHUCHO GÓMEZ AL RELATO ANTERIOR

¡Gracias Tamba! Estos relatos de nuestros años de adolescencia nos traen a través de tu pluma recuerdos (Galeano en su libro de los abrazos: re-cordis volver al corazón.) Y todo esto en medio de huelgas obreras, y magisteriales que nos forjaron, así como la JEC Juventud Estudiantil Católica. Continuaremos. Abrazos.

P.S. El pasado 28 de noviembre me llegó la noticia de que el Chucho Gómez había perdido la batalla frente a un cáncer terminal contra el que luchó fieramente por quizás tres años; tiempo en el que estuvimos en comunicación constante. Su actitud frente a la posibilidad real de una muerte inminente fue combativa pero serena. Nunca una queja ni una palabra de maledicencia ante lo que se avecinaba.

En su último mensaje de voz, fechado 16 de noviembre, después de un relato de su condición y lo adverso de los últimos resultados de algunos test, se despide en tono dolorido, pero valiente y sereno, con estas palabras:

“…Por ahora comentarte el asunto. Decirte que estoy tranquilo, no estoy histérico ni desesperado; sí con la disposición de enfrentar esta situación. Buenas noches mi querido Tamba…”

Descansa en paz mi hermano, pronto nos reuniremos de nuevo en algún lugar…muy pronto.

Tamba

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