Luis Armando González
En el marco de la Jornada Mundial de la Paz, del Arzobispado de San Salvador, me pidieron que hiciera una reflexión sobre el contexto político actual del país. La actividad se realizó el 19 de enero recién pasado, en el Seminario San José de la Montaña. A continuación expongo, con algunas ampliaciones, las ideas expuestas en tal ocasión.
Buenos días tengan todos ustedes. Los planteamientos que compartiré con ustedes no constituyen unas recetas para tomar decisiones, sino tan solo un conjunto de reflexiones (preocupaciones) sobre las cuales, en su mayor parte, no tengo una posición clara. Espero que les sirvan a ustedes como insumo para sus propias reflexiones, y si no es así no hay problema. Les presento a continuación algunos de los elementos que, estimo, no deben perderse de vista a la hora de analizar la situación política actual, en vísperas de las elecciones del 3 de febrero.
En primer lugar, desde el fin de la guerra civil (1992) hemos tenido cinco elecciones presidenciales, y con la del tres de febrero serán seis. En tres de ellas ganó el partido ARENA (partido que en las elecciones de 1989 ya había ganado una elección presidencial) y en dos el FMLN. Cada una de esas elecciones tuvo su particular complejidad, pero en cada una de ellas el sistema electoral pasó la prueba y cada gobierno inició y terminó su mandato sin crisis (o conflictos) que lamentar.
No faltaron en esas elecciones quienes vieron la situación de manera apocalíptica. De hecho, alguna de esas elecciones fue calificada como la “elección del siglo”, sin que esa denominación hiciera justicia a lo sucedido una vez que los resultados del escrutinio fueron divulgados por el TSE. No faltaron tampoco quienes llamaron a no votar, como una muestra de rechazo a los políticos y a la política. O quienes denunciaron las campañas sucias –que por cierto han estado presentes en todas las campañas electorales de la postguerra y también en las de antes.
Así las cosas, pretender que la campaña sucia es algo de ahora –y que tiene como destinatario a un candidato en exclusiva— es cerrar los ojos ante la evidencia que indica que hay otros que en el pasado (y en el presente) han padecido (y padecen) las arremetidas de campañas sucias1. Solo como ejemplo, los ataques de la derecha al gobierno de Salvador Sánchez Cerén, desde 2014 hasta prácticamente diciembre de 2018, han sido, entre otras cosas, campañas sucias que han tenido como finalidad no solo debilitar al gobierno, sino también al FMLN.
En fin, pese a los malos augurios, el sistema electoral –con sus defectos y fallos— aseguró unos resultados que fueron respetados por los contendientes, especialmente –y muchas veces a regañadientes— por los perdedores. No faltará quien señale que eso de la alternancia en el poder de gobierno es algo aburrido y obsoleto, y que lo que necesitamos es algo novedoso, audaz, que no sea lo mismo de siempre.
Quien opine de ese modo, debería revisar la historia del país y se dará cuenta que esa alternancia (y el respeto a la misma) es algo novedoso y que tiene unas pocas décadas de existir en El Salvador. Si quebráramos el sistema electoral y el sistema político (que, con dificultades y un sinfín de errores, se ha venido construyendo desde 1992) lo más seguro es que volveríamos a lo mismo de siempre, es decir, a la prevalencia de la fuerza en vida política que es lo que caracteriza la mayor parte de la historia política nacional desde la Independencia de España.
En segundo lugar, en la actual campaña electoral se han hecho presentes dinámicas que han acompañado a otras elecciones, junto con aspectos relativamente novedosos2. Entre estos destacan los siguientes:
a) La relevancia de la campaña en las “redes sociales”. No está claro el número real de personas movilizadas políticamente desde esas “redes”, pero en lo que concierne a la proliferación de ideas (su baja calidad es otra historia) es innegable que distintos segmentos de la población participan o se ven afectados por lo que ahí se dice o se publica.
b) El peso de las encuestas como parte esencial de las campañas. Las encuestas electorales (y su influencia) no son algo nuevo en El Salvador de la postguerra. Pero en la actual campaña el número de encuestas –su calidad o su aporte científico es otra historia— ha sido extraordinario. Si a estos estudios de opinión se suman todos los publicados desde 2014 para evaluar al gobierno, ese número aumenta3. Para el caso, cuando las encuestas eran una novedad investigativa –y la investigación era la prioridad— se hacía una encuesta al final de cada año de gobierno (no calendario, sino de gestión). En el caso del gobierno de Sánchez Cerén la práctica fue otra: fue evaluado, por lo menos4, dos veces al año.
c) La presencia de un tercer actor político que busca desplazar a uno de los dos partidos mayoritarios. En su momento, GANA surgió con el objetivo de disputarle el espacio a ARENA. Nuevas Ideas ha surgido con el propósito de disputarle el espacio al FMLN. Cada una de esas formaciones políticas ha buscado quitarle votantes (en el caso de Nuevas Ideas, todos los votantes) al partido que busca desplazar (y quizás reemplazar) en el espacio político.
d) La incidencia del crimen organizado y las pandillas en la dinámica electoral. Por lo menos desde 2009, si no es que desde antes, los criminales han influido, de distintas maneras, en la votación en distintos territorios. Todo parece indicar que en esta elección presidencial esa influencia será fuerte, pese a que es una variable que algunos candidatos no están tomando en cuenta.
En tercer lugar, hay elementos negativos que nos vienen acompañando, políticamente, desde hace un buen rato. Destaco los siguientes:
a) Un debate público sumamente pobre, tanto por lo que exige la sociedad como por lo que ofrecen la mayor parte de los candidatos y sus partidos. La resistencia, por parte de uno de los contendientes, a confrontar sus ideas con otros pone de manifiesto lo poco afianzada que está la cultura del debate de ideas.
b) Poca seriedad y deficiencias en la elaboración de las propuestas de gobierno. Apenas, una de las fórmulas (la del FMLN) se tomó en serio la tarea y con tiempo presentó un documento a la sociedad. En el otro extremo, una de las fórmulas presentó un documento en el cual se han identificado ofertas de cosas que ya se hacen (por ejemplo, la creación de una institución especializada para formar policías5) y también evidencias de plagio.
c) La “inflación” exagerada, por parte de algunos candidatos, de lo que se ofrece a los ciudadanos desde la presidencia. Aquí se ha obviado el tema grueso de los recursos financieros –y de una necesaria reforma fiscal-, remitiendo el asunto a la lucha contra la corrupción.
d) La tendencia, notable en exceso en quienes muchos de los que opinan en redes, a dejar de lado el contenido de los argumentos expuestos por alguien, y centrarse en su persona para estar a favor o en contra de lo que dice. Los ataques (y las defensas) ad hóminem están a la orden del día. Lo mismo que la descalificación (o aprobación) de opiniones a partir de si quien las dice se asocia o no con alguien que nos agrada o nos desagrada.
e) La facilidad con la que distintos sectores, incluso con grados universitarios, aceptan ofertas redentoras. Es preocupante cómo muchos creen que alguien, un ser humano como cualquiera, va a cambiar absolutamente todo lo existente en materia política, económica y educativa.
f) A esto se añade el discurso “antipolítica” que impide valorar el aporte de la política real a las transformaciones del país, a la vez que priva a la política de personas valiosas que huyen de la misma por considerarla sucia y baja.
Ciertamente, no todo es negativo. Hay una cordura presente en amplios grupos sociales. Hay también confianza en que después de cada elección el país seguirá su rumbo con el trabajo y el esfuerzo de cada uno. También está la esperanza de un futuro mejor de muchos salvadoreños, que afincan sus valores en el ejemplo de Monseñor Romero, Rutilio Grande, las monjas norteamericanas, los jesuitas de la UCA, etc. Son esa cordura y esa esperanza las que contrarrestan las voces que llaman al caos, la violencia y al irrespeto de unas reglas de juego que quienes vivimos en este país debemos respetar; y si queremos cambiarlas, debemos hacerlo usando la razón y el marco legal establecido.
En definitiva, veo en El Salvador actual dos grandes tendencias: una que mantiene vigentes rasgos negativos del pasado –intolerancia, fanatismo, desprecio del debate de ideas y una cultura mesiánica. Otra, que expresa lo mejor del pasado histórico: compromiso, uso de la razón, tolerancia, espíritu de diálogo, que lamentablemente no es algo que permee a toda la sociedad. El reto es superar lo negativo con un cambio cultural de envergadura que pasa por procesos educativos populares, críticos y rigurosos, que ayuden a cada uno a analizar, comparar, juzgar y actuar a partir de lo que la realidad ofrece, y no desde prejuicios, falta de información o amnesia histórica.
1Y también de violencia física.
2Relativamente novedosos, porque ya a finales de los años noventa (o antes) se sentía su presencia en el país.
3Porque, además, las casas encuestadoras han aumentado.
4En alguna ocasión pude identificar 3 evaluaciones, realizadas por la misma casa encuestadora, del gobierno de Sánchez Cerén en un año. Está pendiente de realizar una investigación sobre el número y calidad de las encuestas los diferentes procesos electorales desde 1992.
5En el gobierno de Sánchez Cerén se ha creado el IES-ANSP.