Por Leonel Herrera*
“Periodismo es la interpretación del presente”, plantea Lorenzo Gomis, en su célebre libro “Teoría del periodismo: cómo se forma el presente”. Para este profesor español, el periodismo tiene la fundamental tarea de proporcionar a la ciudadanía la información que necesita para entender su realidad y transformarla.
Menuda labor la que nos manda este periodista y teórico catalán, sobre todo en el actual contexto dominado por la desinformación, la posverdad y todos sus derivados: realidades paralelas, versiones conspiranoicas, discursos de odio, manipulación “neuromarketera” y “autocracias desinformativas” como las de Bukele, Milei, Trump, Bolsonaro y demás populistas que generan percepciones en lugar de soluciones.
La básica pero esencial definición del periodismo dada por Gomis establece diferencias radicales entre periodismo y propaganda política, publicidad comercial y comunicación institucional; y el rol de intérprete de la realidad asignado a los periodistas, deja como impostor a cualquier periodista mediocre, deshistorizado, descontextualizado, sesgado o ideologizado.
Refiriéndose al destacado trabajo de su colega británico Robert Fisk, el corresponsal irlandés Patrick Cockburn dijo que los periodistas somos los “historiadores del presente”; y para que esa historia sea bien contada, Ryszard Kapuściński propuso que la perspectiva sean siempre los derechos y las aspiraciones de la gente. Así el cronista polaco zanjó cualquier discusión confusa o malintencionada sobre “objetividad”, “neutralidad” o “imparcialidad”.
En una perspectiva sorprendentemente beligerante, Joseph Pulitzer otorgó tres funciones al periodismo: “defender la democracia y la reforma”, “denunciar las injusticias” y “combatir a los demagogos”. Aunque la mayoría de periodistas y medios estadounidenses actúan lejos de estos fines del periodismo, es importante recordar a su fundador de origen húngaro.
Desde el periodismo comunitario -en el que me desempeñé durante más de una década- el periodista es, además, un facilitador, gestor y provocador de procesos comunicativos horizontales, participativos y alternativos con clave emancipatoria, donde la realidad es narrada por las propias comunidades que la viven y buscan transformarla. Aquí el periodismo acompaña a la gente, milita en sus luchas y abraza sus utopías.
Este 31 de julio, día de las y las periodistas salvadoreños, anduve pensando en éstas y otras definiciones y referencias del periodismo; y contrastándolas con las posibilidades y los límites que en El Salvador tiene el ejercicio de esta labor profesional, considerada por el literato colombiano Gabriel Garcías Márquez como “el mejor oficio del mundo”.
Actualmente en nuestro país, un sector importante de los periodistas y medios, incluso de la prensa tradicional, han decidido asumir el papel que corresponde al periodismo en una dictadura que los considera “enemigos”. Lo hacen desafiando la difamación y estigmatización con la que Nayib Bukele y sus secuaces buscan no sólo intimidarlos, sino -principalmente- descalificarlos para minar su credibilidad ante la población.
Además de este tipo de “muerte civil al mensajero”, el presidente inconstitucional y sus cómplices han puesto un brutal cerrojo al acceso a la información pública y mantienen diversas formas de represión, hostigamiento y persecución que van desde negar la pauta de publicidad estatal, impedir el acceso a frecuencias radioeléctricas, ordenar auditorías fiscales, entre otras.
Informes de la Asociación de Periodistas de El Salvador (APES) dan cuenta de cientos de vulneraciones contra la libertad de prensa y agresiones contra el ejercicio periodístico que suceden cada año, con tendencia creciente desde la llegada del autócrata que gobierna al país como su finca personal o su empresas familiar. Los periodistas y medios valientes también enfrentan intentos nefastos de criminalizar la labor informativa.
Es posible que ante la información crítica difundida por el periodismo investigativo a pesar del bloqueo gubernamental, el régimen antidemocrático apruebe leyes o reformas para promover más censura y autocensura, que permitan perseguir judicialmente y condenar penalmente a periodistas. Ya lo intentó con la fallida reforma que prohibía hablar sobre las pandillas.
También he recordado hoy a Julian Assange, liberado hace un mes después de declararse culpable de cargos de espionaje ante un tribunal estadounidense en ultramar. Felizmente el periodista australiano está libre luego de doce años de injusta y arbitraria detención; pero el periodismo queda criminalizado, pues la resolución que lo absolvió sienta un precedente peligroso que podría alentar a gobiernos autoritarios a establecer como delito la filtración de información de interés público.
Sin embargo, el mensaje en este “Día del Periodista” es seguir, no tener miedo y cumplir la función sagrada del periodismo. Las posibilidades de retomar una agenda democrática y de construir un país justo, incluyente, pacífico, equitativo, sustentable y digno pasa porque las y los periodistas no abandonemos la trinchera de verdad.
*Periodista y activista social.