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Reflexiones sobre la izquierda desde América Latina

Norma Fernández*
OtherNews – 2 de junio de 2021

En estos últimos tiempos están apareciendo reflexiones variadas sobre categorías que antes parecían más claras. Es el caso del concepto de izquierda. Me parece saludable intercambiar ideas que sirvan para alimentar los debates necesarios en esta época de tanta incertidumbre (y no me refiero solo al covid…).

Pensando este tema desde Europa la cuestión parece más sencilla,  sobre todo frente al avance de nuevos partidos neofascistas por todos lados. Allí, a pesar de las ambigüedades históricas y más allá de sus diversidades y alianzas coyunturales, izquierda y derecha (con lo que eso signifique hoy) disputan el escenario político en partidos y frentes más o menos evidentes.   De ahí la necesidad urgente de unir a las izquierdas en un frente común que pueda oponerse con algunas posibilidades de éxito a los crecientes expresiones de derecha.

No se nada de cómo se dirimen estas tensiones en Africa o Asia (solo lo que entreví en algunos Foros Sociales Mundiales). Pero de América Latina puedo comentar algunas impresiones, por experiencia acumulada, para volcar al debate abierto. Aquí las cosas son diferentes, imposibles de etiquetar en los rubros tradicionales.

Los movimientos políticos

En primer lugar, porque somos países colonizados, históricamente de España y Portugal, luego del imperialismo  norteamericano y también de algunos otros que intentan sacar tajada de  bienes naturales y mano de obra barata. Eso implicó, de manera estructural, que todas las luchas sociales y políticas de masas tuvieran como enemigo principal al colonialismo/ imperialismo/neocolonialismo y sus aliados locales. Esa confrontación, con todas sus variantes coyunturales, se identificó con luchas de liberación nacionales, que no encajan exactamente en el “nacionalismo” ligado a la derecha que ven en los países centrales. A su vez, esa contradicción  fue más fuerte que la oposición de clase clásica, por la composición de sus sociedades.

Salvo algunas excepciones, no hubo por acá una fuerte burguesía local (sí gerentes de las burguesías centrales, y ahora del difuso capitalismo financiero y de control  digital). No hubo tampoco proletariado tradicional ni enfrentamiento claro entre capital y trabajo. Argentina fue lo más cercano a eso, con su extendido y fuerte sindicalismo, junto a algunas zonas industriales de Brasil o México. La mayoría de los sectores populares latinoamericanos son trabajadores informales de la economía social, y los descendientes del campesinado de antaño se hacinan hoy en las villas miseria de las grandes ciudades, con alto riesgo de cooptación por iglesias evangélicas ligadas a la derecha.

Todo ello tuvo como consecuencia  que históricamente los partidos políticos representaran –por derecha, “centro” e izquierda– a sectores muy mezclados de la población, con intereses territoriales, clientelares,  coyunturales, diferentes. Fueron más articulaciones políticas locales con objetivos electorales, sobre todo a partir de la segunda parte del siglo XX. Las mayores expresiones políticas y sociales transformadoras en América Latina fueron los grandes movimientos políticos, poco encuadrables en la estructura de partidos por su carácter  policlasista dentro del campo “nacional y popular”, que iba desde poblaciones en la miseria, trabajadores formales e informales hasta la pequeña y mediana industria nacional, con sectores progresistas de la iglesia y en algunas ocasiones de las fuerzas armadas.

De pureza ideológica, nada. Sin embargo, históricamente fueron estos movimientos (no solo los clásicos zapatismo, peronismo y varguismo, sino varias otras expresiones nacionales no tan visibilizadas, como hubo en Paraguay, Bolivia, Perú y Uruguay en el Cono Sur, sumadas a dispares experiencias de América Central) quienes hicieron la mayor redistribución de la riqueza en sus países cuando llegaron al Estado y en algunos casos –sin éxito– el intento de Reforma Agraria. Esos gobiernos no son socialistas sino  expresión de un capitalismo keynesiano con ampliación de derechos sociales y políticos: voto femenino en 1952, extensión de la educación y la salud pública, industrialización y sindicalización, etc.

Son nuestros llamados (desde afuera) “populismos”, que son sí  nacionalistas (dada la histórica confrontación con los Imperios), centralizadores del poder estatal y con algunos rasgos personalistas y autoritarios (muy semejante al socialismo “real”…), pero no fascistas ni nazis como suelen creer los europeos. Entre otras cosas porque no son racistas, sino multiculturales y morenos, abiertos a la inmigración de todos lados, asumidos como  socialmente mestizos, criollos y mezclados. En la Argentina, el  ”ser nacional” incluye indígenas y criollos, descendientes de europeos, judíos y “turcos” (nombre dado a una amplia categoría de árabes, turcos, armenios y rusos) más algunos grupos de afrodescendientes y gitanos dispersos en las regiones.

Este rasgo multicultural fue uno de los más reprimidos por los sí fascistas gobiernos que los derrocaron (generalmente por golpes de Estado de las élites colonizadas y el Imperio), que hicieron de la relación racial-clasista su principal enemigo histórico (“los cabecitas negras” por aquí).

A mí me gusta mucho el término Sudacas que nos endilgan con desprecio desde el primer mundo: me parece una categoría geopolítica a reivindicar, porque expresa esa identidad multicultural, de clases populares, situada  y  resistente a la dominación.

En un avance histórico de nuestros nacionalismos hacia la convergencia regional (coincidente con la distracción del Imperio hacia Medio Oriente), estos “populismos” se reciclaron a comienzos del siglo XXI en nuevos movimientos políticos (Brasil, Venezuela, Argentina, Bolivia, Ecuador, Uruguay) que fueron protagonistas de la mejor década de América Latina post dictaduras y neoliberalismo: No al ALCA, UNASUR, BANCO  REGIONAL DEL SUR, MERCOSUR, alineación internacional multilateralista, cancelación de deudas externas, etc. Hubo fuertes asignaturas pendientes, que continúan hoy  dividiendo al  progresismo, como el  extractivismo, los pueblos originarios, los derechos de la naturaleza (aún en los países donde se dieron constituciones multiculturales).

¿Es todo eso izquierda? Técnicamente no, pero tampoco derecha. El “movimientismo”, con sus pro y sus contra, ha sido la expresión política más permanente en América Latina.

Los Partidos Políticos

Esos movimientos políticos tuvieron también sus propios partidos, limitados a las estrategias electorales, la institucionalización y la burocracia estatal, con líneas internas a veces enfrentadas ideológicamente. Pero el poder popular no estaba en los partidos sino en los movimientos y sus formas organizativas; cuando se confundieron las dos cosas se debilitaron ambas y vinieron las derrotas. Con fuerte tendencia a construir Frentes políticos, estos partidos fueron muy cambiantes en alianzas y estrategias según movieran sus piezas el enemigo del Norte y sus socios locales. Sus gobiernos fueron desplazados en los últimos años –luego de los avances de la “década ganada”–  bombardeados  por los nuevos “golpes blandos” desde el poder económico, la Justicia y los medios de comunicación.

Con respecto a los partidos autodenominados de izquierda, salvo los potentes grupos socialistas y anarquistas que llegaron con la inmigración europea de fines del siglo XIX y comienzos del XX, la historia posterior de sus organizaciones  tradicionales en estas regiones fue de histórica ceguera ante estas complejas realidades vernáculas. Ya Mariátegui había advertido el  error de querer aplicar linealmente el marxismo de raíz europeo-occidental a estas tierras mestizas, cultural y socialmente diversas. Con la única excepción de Cuba (que mantuvo su alineamiento ideológico internacional pero supo articular políticas estratégicas con las experiencias más progresistas de la región) y de Chile (un frente de izquierda de masas en los 70), la mayoría de ellos continuaron iguales a través del tiempo, con ínfimos resultados electorales, aliándose coyunturalmente con la derecha  frente a su enemigo principal: el “populismo” y el “progresismo”. Hoy algunos de ellos representan un problema adicional porque se alían a ciertos grupos sectoriales con visibilidad en los países centrales y aquí apoyan golpes (Bolivia) o partidos de derecha (Ecuador).

Los movimientos sociales y frentes políticos de masas, así como los grandes sindicatos y las redes globales  hace mucho que están ausentes de los partidos políticos “de izquierda”. También juegan por afuera de ellos las nuevas irrupciones de jóvenes en la región ( Chile, Perú, Colombia), con una fuerza arrolladora, escasa organicidad y preocupación por cuestiones de época bastante ajenas a nuestras viejas categorías. Para las grandes transformaciones que necesitamos con urgencia, son bienvenidos todos los que quieran otro mundo posible, anticolonial/racista, anticapitalista y antipatriarcal, se llamen como sea. No pongamos demasiado énfasis en las denominaciones.

El desafío actual

A estas confusiones políticas regionales  se suman ahora  algunos grupos sectoriales que las agudizan, particularmente  ciertos referentes ecologistas, feministas e indígenas ligados a  ONG del Norte, que se unen a los pequeños partidos de izquierda equivalentes. No es casual que hayan aparecido juntos frente a procesos como los del golpe en Bolivia o las elecciones en Ecuador (con la CONAIE dividida), en actitudes funcionales a la derecha. Parece un nuevo Caballo de Troya desembarcado  en estas tierras. Impone una contradicción muy difícil de resolver tanto para los movimientos sociales que siguen resistiendo en los territorios como para los intelectuales comprometidos con esos procesos, porque apelan a algunas de nuestras banderas: feminismo, ecologismo, pueblos indígenas.

Pero al interior de sus discursos crece  una dirección muy diferente a la de las luchas históricas de estos sectores, que termina confluyendo con posturas y demandas de la derecha, tanto del Norte como local. La excusa  es, nuevamente, el “progresismo” como enemigo principal:  enfatizan  algunos de sus errores y defecciones, sacándolos del contexto de gobiernos muy condicionados por los poderes externos, que avanzan con dificultad hacia frágiles democracias populares. Como si los gobiernos de derecha a  los que se acercan (o respecto a los cuales se mantienen “neutrales”) pudieran ser menos extractivistas, patriarcales y racistas…

Estos grupos han introducido un escenario donde ya no hay clara  división entre derecha e izquierda, ni entre colonialismo y periferia, ni entre progresismo y  organismos transnacionales. Todo se ha mezclado allí y surgen combinaciones  incomprensibles para nuestras viejas percepciones del mundo, pero que sobre todo dividen y enfrentan al campo popular. Esto, que se vio nítidamente en Bolivia y  Ecuador, puede extenderse en la región como mancha de aceite a los otros procesos políticos  en danza, con elecciones y constituyentes. Me pregunto a quiénes benefician estas extrañas confrontaciones contemporáneas en América Latina. No es muy difícil la respuesta. Si no logramos clarificar un poco esta confusión ideológica vamos a terminar peleando entre nosotros en uno de los momentos globales con mayor necesidad de unión estratégica del campo popular.


* Catedrática  Argentina. Periodista, documentalista, militante de Derechos Humanos, Profesora de Antropología en la Universidad Nacional de Córdoba.

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