René Martínez Pineda *
Regresar de puntillas sobre ideas, demonios y afirmaciones dudosas ya escritas, podrá parecer un atentado alevoso contra los gerundios y letras, o una forma fácil de velar la falta de inspiración que se me prende del cuello cuando lo que me inspira –la utopía social en su versión de carne y huesos; la indesnudable Christine del fantasma de la ópera, mi Flor particular; la foto que le huye a la cámara de la esperanza agónica- no me rebota la mirada, los roces, el gesto y los desenfrenos del análisis sociológico. Pero a mí todas esas imputaciones de la fe dogmática y escatológica no me quitan el insomnio en el que sueño despierto, porque más que repetir lo escrito, más bien reinvento, readecuo, deshago o actualizo la realidad presente con los hechos del pasado que no han sido enmendados elocuentemente.
Y entonces pasa que algunos de esos regresos, a los que con cariño teórico llamo regeneraciones de la nostalgia, me nacen con la tajante contundencia y la misma necedad con que (más allá de los ánimos claros o prietos; del sándalo inconfeso o de la muerte sin burocrático proceso) se nos muestra por igual -sin distingos de color, religión, equipo de fútbol o ideología- la inenarrable luz lunar y sus gatos anaranjados, aunque estemos siendo azotados y ungidos, día y noche, por un temporal furioso y desquiciadamente denso. En esas regeneraciones y paradojas, la sociología de las ausencias y la sociología de las emergencias se juntan como un todo dialéctico en la construcción de lo histórico desde la noción del sujeto que agoniza toda su vida esperando lo que nunca llegará, con la misma congoja que hizo célebre al “coronel que no tiene quien le escriba”.
Ese rutinario milagro, que es fascinante por no ser falaz modernidad ni retrógrada posmodernidad, no deja perplejos a quienes, por tener una educación notoria, saben cómo se dibuja y cómo se usa la cartografía del todo, tanto de los cuerpos-sentimientos como de los astros del cielo y los duendes que deambulan en ellos, o sea las alucinaciones utopistas de futuro para usar la entrañable y feraz entelequia de Boaventura de Sousa. Pero hay otras regeneraciones de morfina y parafina -en mi caso las de la sociología de la nostalgia y las poéticas- que sólo son tangibles en el imperio del imaginario social, ese tiempo-espacio simbólico e ininteligible en términos cuantitativos; regeneraciones que habitan y pernoctan en los hondos intersticios de lo cotidiano, esa territorialidad sin geografía ni relojería donde las leyes de la vida desconocen a las leyes de la Física y se aplican, siempre e impensadamente, con lo que existe y lo que en apariencia no existe, pero que se recrea en la nostalgia.
La sociología de la nostalgia (regeneraciones como acto comprensivo) parte de la premisa de que: lo que no existe no existe porque se nos ha hecho creer que no existe –aunque sea lo subjetivo objetivado, así como lo que en verdad no existe, pero que creemos que existe porque la ideología dominante así lo ha decido- es ideado para no existir y, por ello, para no objetivarse como comportamiento colectivo. Tanto laberinto de la soledad para decir que en la madrugada entré, de nuevo, en la territorialidad del hidrogel coloide de la conciencia social –empujado por las intentonas de Golpe de Estado que usa la impaciencia como argumento y lo constitucional como proclama- y que trato de contárselo a aquellos que también viven esas regeneraciones y, como yo, no las desechan como meras locuras de la nostalgia sociológica o como meras mercancías.
Desde hace cuarenta años que conozco a Marx y desde hace cincuenta que admiro su prodigiosa capacidad de teórico de la revolución, esa revuelta deliberada que nace en el estómago o en la imaginación como anticipo de la utopía. Aceptar que la revolución social nazca en el estómago o en la imaginación es pisar la dimensión epistémica de la sociología. El punto es que la revolución social sigue siendo un concepto vital en la modernidad occidental, ante todo porque ésta ha sido armada en torno a una tensión entre: control y emancipación social; orden y progreso; regeneraciones de la nostalgia y la apología del presente ya decidido (horóscopo); y entre una sociedad llena de problemas y la posibilidad táctica de resolverlos en otra mejor, que es la estrategia de la utopía con memoria. Entonces es una sociedad que tiene como memoria los olvidos; que se amamanta de esa tensión entre experiencias corrientes de la gente (que a veces son malas, desdichadas, disímiles) y la utopía de una vida mejor, de una sociedad mejor, de una revolución revolucionaria. Esa novedad es parida por las regeneraciones, pues en las sociedades pre-revolucionarias lo cotidiano coincidía con las expectativas objetivas: quien nacía pobre, moría pobre; quien nacía iletrado, moría iletrado. Ahora, sojuzgados por el consumismo y la publicidad, lo que no existe se ha hecho que exista en el imaginario: quien nace pobre “cree” que puede morir rico; y quien nace en una familia de analfabetas “cree” que puede morir como doctor o conferencista internacional.
Desde el fondo de la caverna fumante, gótica y llena de barbas con figuras del Che y de bellas criaturas del sexo opuesto, leí a Marx y a su quinteto. El marxismo no impide pensar (la teoría tiene sus tropiezos inevitables y es en esos huecos transitorios donde uno se reencuentra con la utopía y vuelve a su mundo mental trepado en la nostalgia). Yo había pensado en eso leyendo a Marx, aunque no comprendía todo en las lecturas nocturnas, y después llegó el intervalo de la sociología y Marx cruzó el local de la sociedad estudiantil para encontrarse conmigo y la mujer desnuda que lo abrumaba eróticamente. Siempre un poco perdido, un poco en otra cosa, sentí que entonces estaba más allá que nunca de lo que la gente llama “normal” porque yo ya era “anormal”. Y desde entonces las regeneraciones de la nostalgia saben a sándalo y los cambios huelen a fusil. La angustia y deslumbramiento de la nostalgia batallan en un largo silencio que no logra adivinar lo que viene y en los ojos de la mujer desnuda con quien soñaba Marx. Pero en la sociología de la nostalgia no hay nada que adivinar, la silueta está desnuda y la fantasía cumplida. Hoy ya nada importa; anoche fuimos cuatro, anoche lo vimos junto a nosotros desde el otro lado: la utopía de mí amada Flor.