Dr. Víctor M. Valle
Cuando El Salvador sufría de gobiernos dictatoriales –ya sea de civiles como Rafael Zaldívar, rx hospital Alfonso Quiñónez y los hermanos Meléndez, ask entre los años 1870 y 1930, o de los militares de la dictadura entre 1931 y 1979- había condiciones para que grupos opositores se plantearan la lucha armada, la insurgencia izquierdista y la necesidad de la revolución social en el país. La lucha era para derribar un régimen injusto, concentrador de la riqueza, represor de las libertades y negado a la democracia.
A medida que la insurgencia de los 1980s cobraba forma e impulsaba progresos políticos, se fue advirtiendo que el déficit mayor y principal de la política de El Salvador era la ausencia de la democracia. Tanto que en abril de 1990, en Ginebra, en un momento cumbre de la historia salvadoreña, el gobierno de Alfredo Cristiani y la comandancia del FMLN acordaron negociar para, entre otras cosas medulares, impulsar la democratización del país. Además, acordarían medidas para darle vigencia al pleno respecto de los derechos humanos y reconciliar a los salvadoreños.
En efecto, de lo que ha carecido El Salvador es de democracia plena, la cual se encuentra en vías de construcción. La práctica de la democracia desde lo profundo del ser salvadoreño, para que sea un rasgo cultural, está todavía en ciernes.
Las maneras autoritarias, marrulleras y elitistas con que se manejaron los asuntos del estado y la sociedad en El Salvador fueron antidemocráticas y no estaban supuestas a facilitar la construcción de la democracia. Y esas maneras permearon en toda la sociedad y el país adoptó, como un rasgo cultural, la negación de la democracia.
El libro Orígenes de la Burguesía Salvadoreña, en vías de publicación, cuyo autor es el académico español Antonio Acosta, catedrático de la Universidad de Sevilla, y comentado en El Faro, periódico digital, da cuenta de cómo los dirigentes políticos y presidentes terratenientes y prestamistas de la segunda mitad del siglo XIX legislaban para la desigualdad económica y social, para nutrir las finanzas públicas de impuestos indirectos y cuidarse de no gravar rentas y patrimonios y por lo tanto sentaban las bases para la ausencia de democracia en todos los ámbitos de la vida nacional.
Como consecuencia de esos orígenes históricos de la no-democracia, el país, durante muchos decenios, principalmente en el apogeo de la dictadura militar del siglo XX, tuvo una democracia de escenografía. Unos cuantos brochazos con los debidos colores daban la impresión de que había un edificio de democracia, como sucede en las obras de teatro, donde los escenógrafos con brochazos de pintura simulan pasajes, edificios y multitudes.
Y a esa mascarada se le llamaba democracia, aunque los candidatos fueran siempre oficiales militares escogidos en los cuarteles, y a veces fueran candidatos presidenciales únicos, como fue el caso del coronel Julio Rivera, en 1962.
Por eso la lucha ha sido y sigue siendo por construir la democracia plena en El Salvador. El país ha recorrido una senda por la democracia y de luchas democratizadoras desde hace varios decenios. Podría decirse, recordando nuestro himno nacional, que en casos extremos las luchas fueron sangrientas y que “en su alta bandera –El Salvador- con su sangre escribió democracia”.
Por la democracia se luchó cuando se derrocó al dictador Hernández Martínez, en 1944; por la democracia fueron las luchas contra el dictador de turno, coronel Lemus, en 1960. Avance democrático fue la apertura del gobierno del coronel Rivera, en 1964, para hacer posible la representación proporcional en la Asamblea Legislativa. Construir la democracia era la idea de las luchas electorales desde el progresismo en 1967, 1972 y 1977 cuando el régimen político para la no-democracia negó la validez del voto mayoritario de la oposición y ahogó a palos y balazos las aspiraciones democráticas del pueblo.
Por falta de democracia, hubo una guerra y por eso una bandera de la insurgencia izquierdista, a concretarse en acuerdos políticos, fue la democratización del país.
Por supuesto, como parte de la apertura democrática que vivimos después de la firma de los Acuerdos de Paz, en 1992, se debe trabajar políticamente para que en el país haya un régimen político para la democracia.
El régimen político para la democracia requiere instituciones sólidas que organicen elecciones respetables, defiendan al ciudadano de los abusos del estado y de los intereses de los grandes, canalicen las iniciativas ciudadanas para que debidamente apoyadas se conviertan en leyes, garanticen que los diputados sean genuinos y directos representantes de sus comunidades, hagan que los municipios estén gobernados por concejos plurales y, sobre todo, eduquen al soberano, es decir al pueblo, en el deguste y la vivencia de la democracia.
Debemos educarnos para más y mejor democracia. Modificando una frase que se hizo famosa hace decenios en una corporación de tecnología, en democracia no hay punto de saturación.
Por de pronto podemos decir que tenemos una democracia electoral y eso es bueno aunque no suficiente.
La democracia debe profundizarse y en su construcción debe tenerse presente los grandes intereses del país: alimento, salud, vivienda, educación, vigencia de derechos para todos. Nada mejor que, en la lucha por la democracia que se nos viene, que recordar un pensamiento adjudicado a Nelson Mandela, antiguo odiado por los derechistas del mundo y ahora un modelo ético universal por sus luchas por la libertad y la democracia: “Si no hay comida cuando se tiene hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia y no se respetan los derechos fundamentales de las personas, la democracia es una cáscara vacía, aunque los ciudadanos voten y tengan Parlamento.”
El 2 de febrero de 2014 el pueblo salvadoreño podrá optar, en las urnas y en un proceso electoral democrático, qué quiere para el futuro, si regresar al pasado o seguir la ruta de los cambios.
No hay duda que los impulsores de la democracia en El Salvador están en la izquierda política y por eso se debe votar para que gane la izquierda y para que las derechas no regresen al poder político.
Los herederos de los que construyeron la anti-democracia deben ser derrotados.
Parafraseando a un vocero coyuntural de la derecha en un “spot de TV”, esta no es una elección entre dos partidos o dos personas, es una clara opción entre avance democrático o regreso al autoritarismo excluyente.
La oligarquía y sus empleados han tenido su turno y su oportunidad por más de cien años y nos han dejado un país como el que vivimos: subdesarrollado, con violencias, lleno de basura y con mucha pobreza. Es tiempo de seguirle dando oportunidad al cambio ya iniciado.