Por David Alfaro
04/09/2024
Hannah Arendt, filósofa e historiadora alemana, en su análisis sobre los totalitarismos del siglo XX nos ofreció una visión profunda sobre la naturaleza del mal y la manipulación en las sociedades contemporáneas. Su concepto de la «banalidad del mal» y su reflexión sobre la mentira como herramienta de poder político revelan una estrategia que trasciende el tiempo y se aplica con inquietante precisión a los regímenes modernos.
Una de sus citas más poderosas advierte sobre el peligro de la mentira constante: no busca que la gente crea en ella, sino que, al destruir la capacidad de distinguir entre verdad y falsedad, somete a la sociedad al reino de la mentira. En este marco teórico, el caso del dictador Nayib Bukele se presenta como un ejemplo contemporáneo de cómo la propaganda sistemática y la distorsión de la realidad se convierten en pilares fundamentales de una política de Estado.
Bukele ha construido su liderazgo sobre una narrativa omnipresente de propaganda y manipulación de la información. Desde su llegada al poder, ha manejado los medios de comunicación, las redes sociales y las instituciones del Estado con una destreza comunicativa que enmascara las contradicciones y las falencias de su gobierno. Lo que en un principio fue visto como un cambio generacional en la política salvadoreña, rápidamente se transformó en una maquinaria propagandística destinada a moldear la percepción pública de manera absoluta.
El control de Bukele sobre la verdad se manifiesta en múltiples dimensiones. Primero, en la construcción de una imagen mesiánica que lo posiciona como el salvador de la nación. Sus discursos y actos se presentan siempre como logros heroicos, aun cuando la realidad de su gestión no se alinee con estos relatos. La exageración de los éxitos y la minimización o negación de los fracasos son estrategias recurrentes. Este tipo de manipulación, como señaló Arendt, busca desorientar a la sociedad al punto en que ya no pueda distinguir lo que es verdadero de lo que es falso.
La narrativa del «orden» bajo su régimen es otra faceta de esta estrategia de desinformación. El Estado de Excepción, bajo la bandera de una lucha implacable contra las pandillas, ha sido utilizado para justificar violaciones sistemáticas de derechos humanos, desde arrestos arbitrarios hasta el control absoluto de los poderes del Estado.
Mientras Bukele asegura que ha restaurado la paz y la seguridad, la realidad es que la represión ha silenciado cualquier forma de disidencia. El precio de esta «paz» ha sido el deterioro de las libertades civiles y la institucionalización del miedo, aspectos que la propaganda del régimen invisibiliza cuidadosamente.
La omnipresencia de la mentira es tan penetrante que incluso la economía ha sido víctima de la narrativa oficial. La adopción del Bitcoin, por ejemplo, fue promovida como una medida innovadora que, dijo Bukele, colocaría a El Salvador a la vanguardia financiera global. Sin embargo, la realidad ha sido muy distinta, con pérdidas millonarias para el país y una aceptación mínima entre la población. Pero la narrativa oficial sigue insistiendo en el éxito del experimento, y cualquier cuestionamiento es desestimado como ataque a la nación.
La consecuencia más insidiosa de esta estrategia de propaganda es la erosión de la capacidad crítica de la sociedad. Arendt advirtió que un pueblo que ya no puede distinguir entre la verdad y la mentira pierde también la capacidad de discernir entre el bien y el mal. En El Salvador, este fenómeno se refleja en la creciente apatía y aceptación de prácticas que, bajo circunstancias normales, serían inaceptables. El culto a la personalidad de Bukele y la demonización de sus opositores ha generado una polarización extrema, donde la verdad ya no es relevante, y lo único que importa es la lealtad al líder.
Reflexión final
La manipulación de la verdad no es solo una herramienta política, es la base sobre la cual se sostiene el poder autoritario de Bukele. Como lo observó Arendt, el objetivo de la mentira constante no es convencer a la gente de una sola falsedad, sino destruir la capacidad de discernir. En El Salvador, la política de Estado basada en la propaganda y la manipulación ha sumido al país en un estado de confusión moral, donde el autoritarismo se disfraza de democracia y la represión de seguridad.
La advertencia de Arendt sobre los peligros de la mentira es más relevante que nunca. La sociedad salvadoreña, sometida al reino de la mentira, se encuentra en un punto crítico. Recuperar la verdad y el juicio moral no es solo una cuestión de restaurar la democracia, sino de salvaguardar la esencia misma de lo humano: la capacidad de pensar, discernir y actuar con libertad. La historia nos enseña que los regímenes basados en la mentira tarde o temprano se desmoronan, pero el daño que dejan a su paso puede perdurar por generaciones.
Bukele ha apostado todo a su control sobre la narrativa, pero la verdad, como el tiempo, tiene una forma de imponerse. La tarea pendiente para El Salvador será reconstruir no solo sus instituciones, sino también su conciencia colectiva, liberándola del yugo de la propaganda y devolviéndole el poder de pensar por sí misma.
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