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Reinventando la sociología crítica y la revolución social (1)

René Martínez Pineda (Sociólogo, UES y ULS)

Producto de los hechos políticos y sociales que se han dado en el país a partir de 2018 -pasando por la cuarentena mundial de 2020- estamos viviendo un tiempo-espacio que demanda que las soluciones a los problemas políticos sean culturales -o no serán soluciones- y que sean debatidas en el territorio del conocimiento social, teniendo como eje la epistemología de lo cotidiano de cara a reeditar la teoría sociológica crítica y la revolución social que es su objeto de estudio desde que surgió como ciencia. En este momento, lo cultural es la premisa de lo político, pues vivimos un tiempo paradójico que nos crea, por un lado, un sentimiento de urgencia por la vida, el cual se juntó con el sentimiento de más urgencia (la otra) por combatir la delincuencia verticalmente (ningún plan de nación es factible con una delincuencia galopante), pero esa otra urgencia es de larga duración y demanda el uso de la destrucción productiva que vuelve más complejo lo que ya lo es, pues implica nuevas estatalidades y la digitalización del Estado. En ese marco se instala la urgencia teórica por redefinir la sociología crítica y la revolución social, sobre todo en esta coyuntura en la que las ciencias sociales son dirigidas, en lo burocrático, por la derecha religiosa más oscura e incompetente que promueve una sociología sin compromiso social ni posición frente a la realidad.

Al decodificar el contexto en el que lo complejo se hace más complejo y lo simple más simple -la causa de los problemas sociales es más bien el efecto cultural de los mismos- descubrimos que, desde la cotidianidad y la nostalgia, estamos en medio de una refundación de la sociedad y de los procesos que, tradicionalmente, se usan para cambiarla, en el sentido que: o redefinimos la revolución social y sus sujetos revolucionarios en este “otro” contexto y, a partir de ello, construimos una sociedad distinta, o somos destruidos por la sociedad actual mientras hablamos de revolución con un whisky en la mano derecha y un sobresueldo mal habido en la izquierda. El siglo XXI nos enseña que no sólo se puede tomar el poder con las armas guerrilleras, como en la segunda mitad del siglo XX, sino que, también, esa toma del poder puede ser producto de verdaderas rebeliones electorales que redefinan la idea de insurrección popular. Sin embargo, ya no basta con tomar el poder, sino que, a partir de las condiciones heredadas y los sujetos históricos emergentes y divergentes, hay que reconstruirlo como voluntad colectiva para que tenga el poder -un poder con poder- de transformar la realidad en beneficio de la inmensa mayoría, debido a que la transformación de la sociedad inicia con la superación paulatina de la desigualdad social y la construcción de la hegemonía cultural como premisa de lo política.

Si eso es así, la sociología crítica y el concepto mismo de revolución social deben ser reinventados y, al mismo tiempo, deben reinventarse los instrumentos que fueron creados para lograr la llamada “liberación nacional” (revolución social en lo estructural por la vía de las armas), ante todo porque las experiencias de revoluciones sin cambios revolucionarios, o que se han convertido en opresoras económicas e ideológicas del pueblo, han dado resultados perversos (mas no debido a una errada teoría revolucionaria, sino a líderes revolucionarios corruptos), como en el caso de Nicaragua y El Salvador, aunque en este último no se tomó el poder por las armas, pero las armas sirvieron para acceder a una cuota de poder que fue cooptada más temprano que tarde.

Esas lecciones amargas nos obligan a pensar en una revolución social que no caiga en situaciones en las que: se violan los derechos humanos -o se permite que grupos criminales lo hagan- para, supuestamente, preservarlos en el patético marco de las libertades liberales; se destruye la democracia, aparentemente para defenderla; se destruye la vida, aparentemente para defenderla (por lo menos 28,100 fueron asesinados en el período de 2014 a 2021, según cifras oficiales de la PNC). Ese tipo de paradojas son las que nos obligan a reinventar el concepto de revolución social -que no tema a las reformas-, desde las premisas marxianas y, por tanto, a reinventar la sociología crítica de lo crítico. No cabe duda de que la revolución es el motor de la historia, pero ese proceso puede derivar, ungida por la corrupción, en una falsa revolución social o en una involución social, ya sea que se trate de lo estrictamente social o de lo tecnocientífico que puede destruir lo social, tal como lo está haciendo la digitalización de las relaciones sociales que destruye la formación de la conciencia y la identidad. En ese sentido, los pueblos tienen que crear una revolución revolucionaria para no entrar en el laberinto de la soledad de las falsas revoluciones, y en mi opinión eso fue lo que le ocurrió a la izquierda oficial en El Salvador: una revolución que no revolucionó nada y que se alejó del pueblo.

En ese sentido, la idea subyacente en la propuesta de reinventar la revolución social y la sociología crítica, es que los tiempos se han hecho más complejos y las premisas prácticas de las revoluciones pasadas han terminado reproduciendo el sistema capitalista en lugar de transformarlo -o al menos reformarlo- para que los progresos de éste lleguen a las mayorías y, con ello, se sienten nuevas bases para darle continuidad a la búsqueda continua de una sociedad justa. Esas ideas de complejidad, traiciones y urgencias que están en la base de proponer nuevos constructos teóricos que se reinventen así mismos (la crítica a la sociología crítica) y reinventen los procesos político-sociales que transforman la sociedad, tienen el objetivo de aclarar las acciones concretas de mediano y largo plazo (la estrategia y la táctica para construir una nueva sociedad con fronteras bien delimitadas entre ellas) en función de construir las alianzas más adecuadas con todos los sectores que estén dispuestos a darle prioridad a las tácticas progresistas (la revolución democrática burguesa puede ser progresista frente a una oligarquía feroz) como premisa de las estrategias necesarias para revolucionar el camino hacia otro nivel de sociedad a partir de las condiciones heredadas, situación que no comprenden -o no quieren comprender, por razones inicuas- los sociólogos más reaccionarios.

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