René Martínez Pineda (Sociólogo, UES y ULS)
En esa lógica, que puede parecer ilógica, la sociología crítica reinventada, o por reinventar, busca el vínculo orgánico entre los conceptos de reforma y revolución -como constructos no antagónicos per se, o para siempre- para poder comprender, aprehender y movilizar la coyuntura a partir de nuevos sujetos históricos y, así, darle viabilidad (y darle la vialidad) a los hechos, para que los cambios sociales (propios de las reformas) se conviertan en transformaciones sociales (propias de las revoluciones), lo cual no es un simple juego de palabras. La reforma, tal como la habíamos manejado hasta hoy, ha sido el proceso de cambios a través de elecciones, lo que parecía imposible o incompleto en el siglo XX porque no se veía como factor para acceder a una sociedad más allá del capitalismo, o como factor que pusiera las bases para hacerlo menos desigual. Sin embargo, hoy tenemos procesos reformistas que caben muy bien en la definición de revolucionarios si consideramos la objetividad-subjetividad de las condiciones heredadas. Asimismo, hemos tenido procesos revolucionarios -o que se originaron como tales en el marco de cruentas dictaduras militares- y que terminaron siendo reformistas en favor del neoliberalismo, como el de la izquierda salvadoreña que se convirtió, para desilusión de muchos de sus militantes y observadores, en una revolución sin cambios revolucionarios, situación que no despinta -y mucho menos desacredita- el proceso originario de la misma ni su imaginario utopista, sino que pone en el púlpito de los acusados a la dirigencia que se oficializó a sí misma para actuar como los partidos políticos oficiales a los que se enfrentó durante una guerra civil que tuvo más de ochenta mil muertos y unos diez mil desaparecidos, según el ojo del buen cubero del pueblo.
En tal sentido, la sociología crítica se critica a sí misma en sus constructos teóricos y en su papel en la sociedad para poder reinventar la revolución social, y eso nos lleva a otro aspecto vital a considerar: la relación entre teoría y práctica, entendiéndolas a ambas en su fase académica y político-práctica, porque en las movilizaciones populares hay un componente académico por decodificar, y en la teoría hay un componente militante a descubrir e incorporar en el marco del compromiso social de las ciencias. Y es que nunca antes -ni siquiera en la época del positivismo remozado- la distancia, el divorcio de facto, el antagonismo y la desafinación entre sociología crítica para la revolución social y la práctica concreta de tal revolución ha sido tan marcada como en los últimos treinta años. ¿Cuáles son las razones de esa desafinación, aparte del fetiche del dinero que tiene un poder de fuego y de invasión mucho mayor que cualquier ejército o guerrilla? En mi opinión, porque la teoría crítica más consultada fue gestada en latitudes muy diferentes -en sus imaginarios y contextos- a los sitios donde fue puesta en práctica en función de la transformación social; y, además, por la incomprensión de los textos marxistas que, más que como referentes teóricos, fueron usados como depredados manuales de afiliación, tan frívolos como lineales, en el menor tiempo posible.
A lo anterior habría que agregar que, en los últimos veinte años, producto del desarrollo del capitalismo digital y de la complejidad creciente de las ciudadanías, surgieron nuevos sujetos sociales e históricos; nuevos grupos gobernantes y nuevos grupos de gobernados; nuevas alianzas en función de impulsar la revolución democrático-burguesa como premisa para una revolución social de los trabajadores; nuevas formas de hacer la lucha social, política e ideológica que, sin teoría a la mano, reinventaron la idea de insurrección popular desde el pueblo mismo; otras formas de construir una nueva sociedad de la dignidad social y del bienestar colectivo que no están teorizadas ni justificadas por una sociología crítica; y nuevos movimientos sociales que buscan salir de las viejas concepciones y papeles tradicionales que los burocratizan o fanatizan.
Bajo esas premisas elementales es que la relación entre teoría y práctica debe ser reivindicada, para que la práctica no sea un espectro y para que la teoría no sea un ente inerte. En ese contexto de reinvenciones, resulta evidente que no se necesita pensar en alternativas conceptuales por sí mismas, sino que, en un tipo de pensamiento sociológico alterno, es decir, una sociología crítica que se critique a sí misma para que sea reconocida como referente del accionar político y social y recupere su pertinencia histórica como ciencia social. Esto último requiere de un diagnóstico -la autocrítica como crítica epistemológica- que revele las condiciones heredadas -no las deseadas-, pues a partir de ellas es que la revolución social puede ser reformulada y aplicada, tanto en lo teórico como en lo práctico, como una comprensión incluyente del mundo en la que lo cultural es la premisa de lo político, y la solución de los problemas, en tanto tales, es anterior a la solución de las causas de los mismos.
Por tal razón es que se hace necesario y urgente -por ser elemental- gestar el conocimiento social a partir de lo social del conocimiento, y ello implica reconocer la diversidad social que muta incansablemente. Ahora bien, cuando hablamos de reinventar la revolución social hay que ser más preciso y afirmar que hay que reinventar las revoluciones sociales como procesos únicos que son políticos, siempre y cuando sean simultáneamente -o previamente- culturales. Lo mismo vale decir para la redefinición -teórica y práctica- tanto del Estado como de la democracia; tanto del poder político como del poder popular; tanto de la opresión como de la presión social; y tanto de la gobernabilidad como de la cultura política democrática (en la que se funde el individuo con identidad sociocultural con la sociedad que lo identifica) que es su sustento estructural.