René Martínez Pineda
Estuve presente en el acto central para hermanar varias ciudades de México con Mejicanos, y la experiencia fue alucinante por las posibilidades de desarrollo, cultura y memoria que se abren, y eso me llevó a pensar en el imaginario colectivo. Y es que México y El Salvador comparten una historia similar construida sobre la búsqueda de la identidad y de gestas históricas loables, y eso data de los Olmecas y Mayas, pasando por el oscuro período post-independencia en el que, cada quien, tuvo su laberinto de la soledad, tal como definió Octavio Paz la ardua lucha por construir la identidad sociocultural y darle otro significado a las historias frustradas de nuestros pueblos que han sido traicionados por políticos corruptos que, desde sus cuentas de ahorro y autos clásicos comprados con dinero ajeno, abanderaron revoluciones sin cambios revolucionarios. Los referentes alegóricos –no los más felices- del vínculo México-El Salvador son: 1) cuando los conquistadores españoles arribaron al territorio salvadoreño (1524), acompañados de un grupo de indígenas del valle de México que incluían a Tlaxcaltecas, Acolhuas y Mexicas. De ahí surge el nombre: Mejicanos, lugar de refugio de los Mexicas; y 2) en Mejicanos se libró una batalla, el 7 de febrero de 1823, entre las tropas imperialistas mexicanas de Vicente Filísola y las salvadoreñas que se oponían a la anexión de la Provincia al gobierno del emperador Agustín de Iturbide, resultando vencedoras las tropas imperiales. No obstante, lo importante no fue el resultado de la batalla, sino el hecho de que se diera, y eso sugiere que se debería decretar el 7 de febrero como Día de la Dignidad Mejicanense para iniciar la recuperación de la identidad.
Que Mejicanos busque una relación cotidiana con municipios de México (Michoacán, específicamente) es la forma de transformar, para bien, la desgracia de la Colonia y la soledad de la pesadilla de las dictaduras militares del siglo XX y el bipartidismo de facto que hizo de la corrupción su plato típico. Para mexicanos y salvadoreños, por igual, es triste que la independencia no sembrara la justicia, desarrollo e igualdad social que juraban las actas solemnes que se firmaron. Embarcados en la ilusión de progreso capitalista (segunda mitad del siglo XIX), nuestras libertades colectivas mutaron en individuales: las libertades individuales de los oligarcas cafetaleros que, bajo el influjo liberal, negaron la identidad e imaginario del pueblo, provocando un sismo sociocultural y económico cuyos daños son mayores al sismo que cimbró al municipio, el 19 de marzo de 1873, y destruyó San Salvador.
Dos siglos después de la independencia, y setenta y cuatro años después de que Mejicanos fuese reconocida como ciudad (11 de septiembre, 1948), se ha comprendido que la paz, identidad y desarrollo son fruto de la justicia social, la cual debe ser impulsada concretando Municipios Extraterritoriales por la Justicia Social que garanticen los derechos básicos de sus poblaciones, recuperando sus imaginarios y construyendo la gobernabilidad en territorio, tanto en México como en El Salvador. La pobreza, desigualdad social, corrupción, impunidad, traición al pueblo -esa que maldijo Benito Juárez- y la falta de democracia real fueron los detonantes de una tragedia común.
Hoy, hay retos nuevos con almas viejas: lucha contra la pobreza, desigualdad, desempleo, exclusión, impunidad, delincuencia, aislamiento, boicot comercial y, en los últimos dos años, el capitalismo digital, que son las raíces de la inseguridad y la migración forzada. La misión de un hermanamiento es descubrirnos en nuestros rostros, abrirnos al otro, tomar conciencia de nuestras identidades como parte de una historia compartida. Desde siempre hemos tenido muchos factores que nos unen a los mexicanos, los que van desde la religión y culto a la Virgen, hasta una gastronomía tan florida como nuestros paisajes, en torno a la que nuestros pueblos comparten, hablan, construyen y sueñan ser lo que soñaron ser en sus sueños. El hermanamiento entre nuestros pueblos debe llevarnos a construir el bienestar social como tributo sagrado, en el caso mexicano, a la Virgen de Guadalupe que los protege de todo mal –incluido el mal de la soledad- y a la Virgen de la Asunción, la Virgen del Tránsito que marca el recorrido hacia el cielo, en el caso de Mejicanos.
Esa relación a construir es una travesía de búsqueda y de hallazgo de imaginarios colectivos. La rebelión de los votantes en México y El Salvador ha recreado, en ambos, la cultura política democrática, una de cuyas caras es el vínculo de futuro con otras ciudades para recrear la identidad propia en la diferencia, una diferencia que no es tan diferente. Hermanar ciudades es potenciar la fecundidad milagrosa de la cultura como imaginario vital y sustento originario de una sociedad justa a partir del desarrollo local. Se trata, pues, de vincular el trabajo del municipio con los mexicanos para que, cual reconversión cultural, el nombre “mejicanos” tenga un sentido identitario tangible.
Y es que la Reconversión Cultural Municipal a impulsar en Mejicanos, y en otros municipios, debe buscar reconstruir el territorio en el corazón de la comunidad y reconstruir la comunidad en la identidad cultural, imaginario y sentido de pertenencia, ese sentimiento que esgrimen los mexicanos porque es la forma de protegerse de invasiones extranjeras. La Reconversión Cultural es, entonces, un hecho social común porque, como pueblos con raíces comunes, para ambos sus limitaciones dependen de la geopolítica gringa que quiere mantenernos aislados, y es además un proceso en el que el hermanamiento es un paso. Como toda reconversión desde el territorio, el objetivo elemental es transformar el municipio mediante el despliegue económico y sociocultural para instaurar una democracia municipal sin traiciones al pueblo. Esos cambios a impulsar junto a los mexicanos nos revelarían nuestro verdadero ser, nuestro rostro humano, un rostro que es al mismo tiempo conocido e incógnito, un rostro nuevo con nuevas visiones que sepulten viejas perversiones. Siendo así, se debe inventar un Mejicanos fiel a sí mismo, a su cultura y a su gente, para que se sienta orgullosa de su territorio. Las preguntas son: ¿cómo recrear un municipio, cultura, dignidad y desarrollo social que no niegue nuestra colectividad? ¿cómo fortalecer la razón, la fe y la utopía que nos lleve a superar la desnudez, la mentira y la soledad? Hermanarse es dejar de estar solos, es quitarse la máscara del malinchismo para que el rostro tome la palabra de la trascendencia solidaria.
Mejicanos –mi patria interina- es un municipio cuyo recurso más importante es su pueblo; un municipio que ha crecido mucho poblacionalmente -de 3,000 habs. (1908), a 213,857 (2020)- y lo que sueño es que crezca aún más en desarrollo cultural y bienestar colectivo, teniendo como meta a largo plazo hacer del territorio un patrimonio cultural de la humanidad, como Morelia, la capital de Michoacán. La Reconversión Cultural es la gran ruptura con la tristeza, es la identidad como ruptura y negación de lo perverso. En este hermanamiento imagino que se sientan en la misma mesa los chongos zamoranos con la yuca para inventar el platillo típico sin fronteras: el desarrollo social para los pueblos.