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Relatos de un púber en plena guerra civil salvadoreña

Óscar Sánchez
Investigador académico

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Uno de diciembre de 1983. El reloj marcaba las 6:30 horas de la mañana. Jorge y Antonio tocaban la puerta del restaurante Gondinas, viagra un establecimiento de comida vegetariana a cargo del movimiento religioso Khishna. Este lugar estaba ubicado sobre la 25 Avenida Norte o Avenida Mártires Caídos del 30 de Julio a inmediaciones del Monumento “Al mar”, clinic mal llamado “Fuente luminosa”, sale en el local que ahora ocupa un súper mercado.
Los dos visitantes se extrañaron ver en el interior un regular número de estudiantes o religiosos de esta congregación preparándose para los quehaceres del día: Unos se disponían ir al mercado La Tiendona para abastecer el comedor, otros organizaban sus instrumentos musicales (tambores o mridangas  y panderos o kártalos)  que servían para acompañar los recitales y  cantos que contienen el mantra «hare krisna» cuyo compás se bailaba por los iniciados en las principales calles de San Salvador; otro grupo se disponía a distribuir textos hinduistas vendiéndolos en autobuses u otros lugares populares.
Antonio no tenía otro lugar donde ir, no contaba con familiares, amigos o conocidos que le dieran estadía en la capital. Estudiando el curso de Filosofía en su primer año de bachillerato en el INIM se dio cuenta de la presencia de esta asociación y desertando de la Fuerza Armada (Tercera Brigada de Infantería en San Miguel), con ayuda de Jorge, pensó que era un lugar seguro mientras se adaptaba a su nueva vida.
Los miembros del movimiento religioso le dieron una cálida recepción. Unas tortas de espinaca y un picado de verduras fue el desayuno que le acompañó su nuevo amigo Jorge. Éste se despidió y retornó a la ciudad de San Miguel.
El cuerpo de doctrina en este movimiento religioso para un devoto soltero tenía sus  ritos, liturgias y sacramentos que Antonio consideró interesantes: el corte de pelo rapado con una incipiente cola, el uso de vestimentas (una especie de bata o túnica con pantalones) de color naranja llamadas dhotis, el participar en las calles recitando y bailando  el mantra «hare krisna», la renuncia a lo material, el recitar cuantas veces fuera el mantra, la alimentación exclusiva a base de vegetales y el distribuir la pras?da (comida vegetariana presentada y ofrecida a Krisná), eran unas de las  reglas establecidas para permanecer  en la institución. Sobre esta última actividad a Antonio le asignaron la cocina destinada a proporcionar almuerzos a indigentes, desempleados, pobres, míseros, estudiantes universitarios, entre otros, quienes no tenían los suficientes medios para subsistir y preferían ir a este lugar: Un galerón sobre una parte del parqueo, muy bien distribuido y con capacidad de alimentar a más de cien personas. Este comedor subsistía de las “ganancias” obtenidas del restaurante Gondinas.
Casi tres meses le bastaron a Antonio para retirarse del lugar; el no poder resistirse a la práctica del celibato (una especie de voto de castidad) y el recitar  tantas rondas de mantras al día le parecieron incoherentes y sentía estar al borde de la locura. Ser el responsable de la cocina y distribuir pras?da la  le permitió interlocutar con estudiantes de  Agronomía de la Universidad de El Salvador –UES- quienes estaban en el exilio y tenían la sede, precisamente cerca del Gondinas. Fue el “gato” Alemán quien le recomendó estudiar en el Instituto Nacional “Francisco Menéndez” –INFRAMEN- y continuara sus estudios de bachillerato. Fue el mismo Alemán quien le consiguió un cuarto en Cuscatancingo para que viviera ahí y le ofreció un trabajo a medio tiempo como tipógrafo en una modesta imprenta cerca del parque Centanario.
Para finales de 1985, Antonio ya estaba organizado en una de las estructuras políticos militares de las Fuerzas Populares de Liberación “Farabundo Martí” –FPL- (una de las cinco organizaciones que conformaban el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional –FMLN-) y tenía como responsabilidad la reproducción clandestina de comunicados, panfletos y otros materiales divulgativos de la coyuntura y la correlación de fuerzas del momento.
Dentro de una estrategia de la guerra y de movilización de masas denominado Movimiento Popular Patriótico –MPP- (lo que para finales de los 80´s cambió al Movimiento Pan, Tierra, Trabajo y Libertad –MPTL-) se destacó el de combinar las acciones de guerra tanto en el campo como en la ciudad; ya que inicialmente se concentró en la campiña salvadoreña. Para ello se constituyeron brigadas especiales denominadas “comandos urbanos”. Éstos, como se comentó en las ediciones pasadas, eran como una especie de fuerzas especiales destacadas en la ciudad que tenían como objetivo atacar puestos militares estratégicos como comandancias locales, retenes, garitones a inmediaciones de puentes (los garitones eran pequeñas fortalezas donde cabían pocos soldados y podían repeler cualquier ataque armado) y realizar sabotajes a  la red de del sistema eléctrico, la telefonía u otra actividad considerada estratégica.
Estos atentados tenían por finalidad socavar la economía del país, ya que la reconstrucción de las obras destruidas no se invertiría en armamento militar o a otras actividades contrainsurgentes.
Antonio, como comando urbano, participó en muchas actividades relevantes, de mucho riesgo y valor, entre éstas se destacan el detonar bombas de “propa” o propaganda y el derribar postes del tendido eléctrico. Las primeras consistían en “embutir”, disfrazar u ocultar en una caja de regalo un mortero de alto poder (mayor o igual a cinco pulgadas) con las hojas informativas que divulgaban mensajes de la Comandancia General o de algún frente de guerra. La mecha se dejaba fuera, la caja de regalo se decoraba como tal y el que detonaría la bomba se desplazaba a un lugar, preferentemente, concurrido.
Esta actividad requería de mucha planificación, generalmente participaban tres personas: el que hacía estallar el explosivo; uno o dos periféricos o logísticos quienes se aseguraban que no había presencia del enemigo (soldados, policías o la guardia), además quienes hacían la labor de seguridad, disponiendo para ello de un arma corta para cuidar la vida del compañero y  garantizar que la «actividad de calle» saliera tal cual se planificó. El responsable de la detonación iba fumando, se detenía en el lugar indicado y se agachaba simulando amarrarse las cintas de los zapatos, encendía la mecha y se retiraba como si nada.  La onda expansiva hacía una especie de trampolín lanzando la papelería a una gran altura y extensión territorial que abarcaba hasta los 100 metros.
El derribar los postes era un poco más complejo y peligroso. La carga de dinamita se era asignada y no era una tarea aislada. Se planificaba una serie de atentados dinamiteros simultáneamente donde otros comandos urbanos, de manera cronometrada, realizaban la misma labor. Los postes con transformadores eran los indicados. La carga se elaboraba contando con los siguientes dispositivos: la carga de TNT o dinamita, una cápsula detonante, una mecha (cada centímetro de mecha equivale a un segundo de tiempo) y un tiraflector o “chispero” que encendería la mecha. Igual que la actividad anterior se disponía de tres personas con cargos similares. Generalmente se hacía uso de un vehículo para salir del perímetro de ataques.
Para la ofensiva “hasta el tope” de noviembre de 1989, Antonio participó en la zona de Mejicanos combatiendo y conduciendo a las tropas guerrilleras a zonas de seguridad de los ataques de la aviación.
Unos meses previos a la firma de los Acuerdos de Paz su responsable le solicita entregue todos los pertrechos asignados (municiones, armas y demás instrumentos) porque la negociación de la paz es inminente. Iniciaba el mes de noviembre de 1991 y Antonio regresando de entregar sus suministros militares es asesinado por una ráfaga de arma larga de un vehículo conducido a alta velocidad a inmediaciones de la colonia Jardín de Mejicanos. Quedó tendido boca arriba, con los ojos abiertos, con una facción de satisfacción, como quien diría: “misión cumplida”.
Mientras tanto la mujer que le robó su corazón: Hilda Sofía, comentan los allegados de Antonio que regresó de los Estados Unidos preguntando a sus amigos de San Miguel si sabían algo él; Juan Carlos, hoy día, es un reconocido profesor de ciencias sociales de la región oriental del país y Jorge murió en el 2004 de una enfermedad oportunista como resultado de su infección en etapa SIDA.

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