Wilfredo Arriola
Me pregunto: ¿Qué hago yo, volviendo a libros del pasado? Cuando procuro responderme, me asalta la nostalgia de los días que ya no están y fueron parte de lecturas que marcaron mi vida. Cada lector tiene una batería de libros en espera, otros que quisiéramos leer y por alguna circunstancia de tiempo no hemos podido, o simplemente porque no los tenemos de ninguna manera, ni electrónico ni en físico.
Esa tentación del olor a páginas nuevas, que se equilibra entre las tintas utilizadas, el pegamento que adhirió sus páginas, el papel que ha permanecido esperando por ti, y me gustaría agregarle ese componente cósmico que detona las ansias de quererlo devorar enseguida. En la actualidad, se suscitan diversas formas de orgullo, que van desde fotografiarlo y colgarlo a las redes sociales y presumir la tenencia del título o ser seguidor de un escritor al cual seguimos con total devoción, otros procuran fotografiar epígrafes con frases emblemáticas al inicio del libro como antesala, que es como una referencia de lo venidero que nos atrapa. Recuerdo algunas dedicatorias y palabras preliminares, Saramago en su libro Caín, dedica su libro a la periodista española Pilar del Rio, quien fue su pareja de vida, con unas fulminantes palabras: “A Pilar, como si dijera agua”. Rosa Montero, en una de sus últimas novelas, Los tiempos del odio, remata al inicio de su libro: “Para todos los hombres que he amado en mi vida, incluso aquellos que no se lo merecieron, y para todos los hombres que me han amado en la vida, incluso aquellos a quienes no merecí”. Es el recibimiento para poder adentrarnos en su mundo mientras dure nuestra estadía en ellos, pero… hay tantos, y en muchas ocasiones, solemos volver a los mismos.
Es recurrente que uno vuelva a libros de formación, libros que en su momento nos han develado partes importantes de cordura, tal es el caso de la Biblia, donde es muy natural, que se vuelva al libro de los Salmos, Proverbios o a la sabiduría de Salomón, es normal que volvamos a ellos, pero quizá a unos con complicidad, con integra alevosía. Los libros que nos marcan siempre se leen de los veinticinco años hacia abajo, lo demás son paliativos que se ganan nuestra admiración, pero desde otro peldaño con más atención y otras maneras de reconocimiento. Pero la emoción, siempre les pertenece a otros, a lo que volvemos. ¿Volveremos para recordar las épocas del tiempo en que lo leímos? Sí fuimos felices, sí atravesábamos momentos de tristeza y en ese momento, aquel personaje o personajes nos atraparon en su compañía. Un libro es una ventana al pasado donde conforme pasa el tiempo el paisaje cambia, aquellas montañas ya no son verdes y aquel árbol ya desojó su follaje, a veces, en vez de sol, hay luna y por momentos llueve, no siempre está como en aquel entonces nos cautivó, no obstante, volvemos para ver si todo está igual o si nosotros somos los de aquel entonces… Aunque casi siempre lo que cambia es nuestra mirada y la nostalgia se viste de su portada, su olor a viejo y aquellas huellas de nuestras manos que lo sostuvieron por largas horas permanecen ahí. Una cita con nuestro pasado, aunque sea por 10 páginas, un receso a la vida, para volver a maravillarse. Cerrar sus páginas por un momento y pensar: ahora me resulta con más sentido o incluso, esto no me parece tan genial como en su primer momento. Cualesquiera sea el resultado, ese ejercicio es una lealtad con el pasado.
Tengo los míos, los guardo, los veo como viejos amigos, descansan en la librera, me ven y los veo, con mi ritmo acelerado de vida. Hay momentos en que sé que les debo un café pendiente, a lo mejor tendrán algo nuevo que contarme de acuerdo con mis nuevas experiencias o yo tendré algo nuevo que decirles conforme a las cosas que me niego a aceptar. Están ahí, no como el libro que son, o el título que representan sino también como una etapa de mi vida donde fueron parte y me enseñaron a su modo lo que soy, por eso vuelvo, por fidelidad a los viejos amigos, porque en su momento preguntaron por mí, más que las personas que esperé algún día lo hicieran. Volver es una lealtad con mi pasado, con mi propia historia.