Henry Mendoza,
Educador Para la Salud y Salubrista.
Recuerdo mis días en la escuela, como si hubiese sido ayer. Aquellas calles polvorientas para llegar a la famosa escuelita donde cursé hasta sexto grado. Recuerdo que cada viaje de regreso a casa, era una aventura llena de travesuras, risas, y guindas.
Pero lo que más recuerdo, es la apatía que me generaban algunas clases y algunos profesores. Siempre fui un niño inquieto, y hasta cierto punto considerado rebelde. Quizá por esa razón, al menos en la escuela, nunca encajé como “estudiante ejemplar”.
Todo me parecía militarizado. En la puerta de la escuela, un par de profesores fungiendo un rol de vigilantes, con unos lentes que parecían tener escáner para identificar la más mínima expresión fuera de la normalización y las reglas. Pobre de aquel que pensara llegar con cualquier tipo de corte de cabello que no fuera el establecido -Francesa Oscuro-, o que simplemente se levantara un par de mechas queriendo similar la ola, porque el pobre prójimo tenía dos opciones; o lo regresaban a su casa, o le pasaban la tijera para nivelarle el corte. Hoy en día creo que eso ha cambiado un poco en algunos centros de adoctrinamiento.
Y qué decir, si por falta de dinero de los padres, el pobre muchacho llegaba con cualquier otro tipo de zapatos que no fueran los establecidos, aquel pobre no podía ni siquiera asomarse al portón de la escuela, porque ya sabía a lo que se atenía.
Recuerdo, además, aquellas mañanas de insolación haciendo reverencia a un pedazo de tela color azul y blanco, escuchando cómo los “estudiantes ejemplares” que eran seleccionados, dejaban su alma y espíritu en la oración a la bandera salvadoreña. Recuerdo, aquellas miradas acusadoras, fruncidas, expectantes y vigilantes que hacían los profesores hacía aquellos que rehusaran poner su mano en el pecho, para simbólicamente prometer servir a su patria al son de las estrofas del himno nacional. Y pobre de aquellos que irrespetaran tal acto, porque como medida correctiva, tendrían que hacer la limpieza en toda la escuela, cuando era poco.
Quizá esa sea una de las razones por las que hoy en día, hasta en los más solemnes actos, en los cuales he podido participar, me rehúso reverenciar a esos símbolos que solo han servido a unos pocos, pero se han olvidado de la mayoría.
Otro de mis más gratos recuerdos en la escuela, son las clases de matemáticas, con sus tan alegres y empáticos profesores. “¿Cuánto es nueve por siete?” no había terminado de preguntar la señora, cuando el pobre sin luz -alumno- ya había recibido un buen reglazo en la palma de las manos, luego era enviado a sentarse y repasar las tablas. Pero, si era de los inadaptados tenía que esperar hasta tres reglazos más, antes de sentarse. Hoy en día ya no se utilizan mucho los golpes, pero claro que se utilizan otros métodos psicológicos; como la ridiculización, la marginación y la exclusión.
Y que ni hablar de las clases de ciencia, salud y medio ambiente. Pura teorización y nada de práctica. Todo alejado de la realidad en la que coexistíamos. Al hablar del cuerpo humano, todo se reducía a imágenes. A la hora de hablar de órganos sexuales, todo era reproductivo, y la academia no permitía en sus textos presentar a una mujer o un hombre desnudo, todo quedaba a la imaginación y a la enseñanza sexual que se aprendía entre pasillos y en la calle.
Las clases de lenguaje y literatura, reducidas a realizar lectura comprensiva. Lo más emocionante eran aquellas tareas de leer ciertas obras literarias, y para tal fecha… llevar un resumen. Pero hasta ahí moría todo. Hoy en día cualquiera encuentra un resumen de obras en internet, y ¡Puff! ¡la tarea ya está hecha!
Con las ciencias sociales, solo recuerdo en bachillerato un profesor que, con mucho entusiasmo y fervor por la causa, nos hablaba de los hechos enmarcados en el conflicto armado, sobre las situaciones de represión que representaban las fuerzas uniformadas, pero lo demás, todo era insignificante.
Recuerdo, por otro lado, los días de entrega de notas y clausura. Una desesperación, sin saber si había pasado de grado. La educación medida en peldaños, en supuestos objetivos pedagógicos. “Queremos hacer mención de los alumnos destacados, los que han mostrado dedicación y han logrado las mejores notas”. De nada les sirvió a muchos pobres, que, tras ser ejemplo de dedicación, su entramado social los condenó a servir hamburguesas en esos restaurantes donde hay payasos. Hoy en día dirán algunos, que esos sistemas de mérito, ya no existen, que ahora a todos se les reconoce el esfuerzo. Por su puesto que a todos se les reconoce el esfuerzo, pero a unos cuantos se les entrega medalla de cualquier tipo de metal, mientras que, para los otros, basta recortar papel para simular una medalla.
Recuerdo los ejercicios en el MS-DOS. Todo un ¡BUM! en su momento, y luego emigramos a otro sistema operativo que no voy a mencionar en estas líneas. Pero recuerdo a los profesores de informática, muy reacios a explicar más de dos veces los ejercicios propuestos a los estudiantes del género masculino, pero muy entregados y dados a la paciencia con las compañeras.
Años después, como quien despierta de coma, me sorprendí, al reconocer que gran parte de los nuevos trabajadores, de los explotados en el rubro de comercio y servicios debían utilizar una computadora -muy bien el ¡BUM! sirvió a los intereses del mercado-.
Otro de los aspectos que recuerdo de la escuela, era su sistema de disciplina en general. Por diferentes razones después de sexto grado, migré a un colegio. Una mañana en horas de clase, como siempre distraído e inquieto, me dispuse a tirar un papel en forma de avión, cuando de repente… nada menos que el director del colegio. No había terminado de sorprenderme, cuando sentí el coscorrón en la cabeza. Bastante famoso era el susodicho por sus coscorrones.
Aunque mis recuerdos aquí mencionados con la escuela no sean muy gratos, reconozco que existían -así como lo existen ahora- algunos profesores, que se esforzaban en promover la capacidad analítica de sus estudiantes, que fomentaban el cuestionamiento de las cosas, y que reconocían no solo un tipo de inteligencia, que va más allá de puro repetir, y repetir tablas de multiplicación.
Pero de estos últimos hay pocos. Desde el rompimiento de la educación para la vida a través de la vida, que se desarrollaba en la comunidad primitiva, todo el sistema educativo se volvió cosa de unos pocos, al servicio de pocos, y útil para pocos.
Hasta la escuela misma es victima del sistema social determinado, siempre al servicio del mantenimiento del orden social. No en vano, actualmente el ¡BUM! es el aprendizaje del idioma Ingles, si posteriormente los mismos estudiantes serán parte de la nueva forma de explotación: el Call Center!
No quiero, además, con mis remembranzas, hacer pensar que la educación es vana. Soy más que consciente que la educación, siempre y cuando sea analítica, cuestionadora, y liberadora, es una herramienta indispensable para la vida.
Pero ya hubiera querido yo, que mi rebeldía fuera reorientada hacía el cuestionamiento de las cosas, hacía el reconocimiento y denuncia de las inequidades, e injusticias sociales. Pero ahora comprendo que no se pude esperar más de un sistema educativo diseñado para tal fin… el mantenimiento del poder para unos cuantos.
<<La llamada “neutralidad escolar” solo tiene por objeto substraer al niño de la verdadera realidad social: la realidad de las luchas de clase y de la explotación capitalista; capciosa “neutralidad escolar” que durante mucho tiempo sirvió a la burguesía para disimular mejor sus fundamentos y defender así sus intereses>>. Ponce Anibal.
Próximamente iniciará un nuevo año escolar, y espero que el entramado social no robe los sueños de tanto talento escondido en nuestra niñez y adolescencia. Y espero que la educación se transforme hacía una educación libertadora. Y que juntos cantemos a una sola voz, como reza mi Alma Mater. “Hacía la libertad por la cultura”