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Renacer en las ideas revolucionarias

Oscar A. Fernández O.

No hay nada más difícil de emprender, malady ni más dudoso de lograr, sickness ni más peligroso de manejar que aventurarse a introducir nuevas instituciones; porque quien las ha introducido tiene como enemigos a todos aquellos que se beneficiaban con el viejo orden, cure y sólo tiene tibios defensores en aquellos que se benefician con el nuevo orden. La tibieza en ellos proviene por un lado del temor a los adversarios que tienen la legislación antigua de su parte, también por otro de la incredulidad de los hombres en las cosas nuevas si no ven ya realizada una experiencia segura”, sostiene N. Maquiavelo (El Príncipe: 1513)

En plena crisis económica, política, social, cultural y moral, sin ver todavía la luz al final del túnel, parece como si no hubiera otra alternativa que acatar las recetas de austeridad y desregulación que imponen las élites hegemónicas para los pueblos. Pero sí la hay, porque sin alternativa histórica sucumbiría la civilización.

Aunque las derechas neoliberales ortodoxas mantengan algún nivel de poder, en América Latina es indiscutible el avance de las fuerzas progresistas e izquierdistas en el contexto mismo de la democracia liberal. Es decir, que las fuerzas derechistas están perdiendo importantes cuotas del poder político porque ya no son capaces de sostener, a pesar de su insistencia, las enraizadas reglas de un sistema capitalista depredador y polarizante y por consiguiente la ilusión del desarrollo sobre la base del libre mercado.

Sin embargo, no olvidemos nunca que el capital, el capitalismo, los capitalistas son insaciables, y como experimentamos estos días, su voracidad no tiene límite, de forma que la única forma de defender nuestros derechos es luchar por ellos desde el primer día, pues el sometimiento sólo conduce a más explotación y peores condiciones de trabajo y de vida.

En las izquierdas, aunque tarde en algunos casos, hemos entendido que la fuerza de las armas y con que se actuó frente a las sanguinarias dictaduras en el pasado –lo cual fue lógico, necesario y razonado-, debe ser sustituido por la prevalencia de las ideas, la reflexión y el pluralismo, pues en las sociedades actuales coexisten otros intereses no hegemonistas que deben ser respetados, pero sin olvidar que la lucha en el capitalismo es en esencia una lucha de clases y no perder de vista nuestro compromiso histórico con la clase trabajadora.

Guste o no guste, dice Bobbio, las democracias suelen favorecer a los moderados y castigan a los extremistas (que no es lo mismo que radical, sostengo) Aunque, puede discutirse si esta realidad es políticamente incorrecta, en nuestras circunstancias hay que jugar con las reglas de la democracia liberal y saber que los resultados nos favorecerán si somos eficientes y logramos su profundización a través de un proceso, en el cual hemos de ser moderados cuando se requiera y radicales cuando las circunstancias, la estructura de los problemas y las acciones de nuestros contrarios lo determinen. Esto no quiere decir que nos constituyamos en una fuerza sin rumbo o de ocasión, pues nuestra estrategia apunta indefectiblemente a la construcción de una nación cualitativamente superior en su calidad de vida, una nación socialista.

En el caso salvadoreño, el FMLN ha intensificado la batalla política para reafirmar sus principios revolucionarios al mismo tiempo que continúa promoviendo el rescate popular de la democracia y la Constitución, aunque éstas respondan hoy a los intereses de una oligarquía propietaria contrainsurgente, que desprecia los principios liberales con que fueron creadas. Nuestra lucha es convertirlas en instrumento de desarrollo de la lucha popular.

Refinamos nuestra maquinaria partidaria para continuar agitando con nuevos bríos, las históricas banderas por la defensa de los derechos de los pueblos, la igualdad, la libertad, la justicia, la solidaridad y el internacionalismo con los pueblos del mundo.

Las derechas nos inducen a olvidar el deber original del Estado producto de un contrato social, al que consideran un vicio y una carga y que en cambio, nos dejemos guiar por el mercado. Las izquierdas convertidas en partidos electorales, se habían limitado a denunciar abusos y hablar en nombre de un pueblo que ha comenzado a recuperar su propia voz, pero que aún no logra modificar la cultura de desigualdad que caracteriza a la oligarquía económico-política rectora del sistema social, más allá de un mínimo cambio a favor de sus más elementales derechos.

En la actualidad, uno de los primeros signos de renovación en el pensamiento clásico de las izquierdas revolucionarias, debe ser reconocer el resurgimiento de los actores sociales en la lucha política, campo reservado exclusivamente a los partidos políticos. El siguiente paso es entender que los sectores populares, sobretodo los más desprotegidos, no se plantean un alzamiento contra la dominación, el derrocamiento de un régimen o la construcción de un socialismo de manual, sino más bien reclaman una vida con dignidad y el desarrollo de su cultura frente a un orden institucional que ya resulta ineficaz y muchas veces, represivo al no apoyar las reivindicaciones de igualdad y solidaridad.

Resulta relativamente fácil identificar a nuestros enemigos cuando ellos adoptan un programa político de choque o represión a cara descubierta, como en las décadas pasadas. Pero el asunto se complica notablemente cuando los sectores de poder tradicional intentan neutralizar al campo popular apelando discursivamente a una simbología “progresista”.

Desde los fracasos de su propia estructura, el aggiornamento neoliberal, por ejemplo, revalorizó el papel del Estado y por ende, una mayor intervención pública con fines distributivos, óptica ésta que sugiere un distanciamiento de la ortodoxia. Sin embargo, al mismo tiempo se aboga por una intervención moderada, “amistosa con el mercado” y más aún se auspicia la generalización de criterios y mecanismos del mercado en El Estado, incluso en servicios públicos como salud y educación por ejemplo, en los procedimientos de asignación de recursos estatales o el arancelamiento de varias prestaciones. “Se trata de una intervención mercantilizada” (Ana M. Ezcurra: 1998)

Frente a planteamientos y acciones como estos, y a pesar de atravesar la más grande crisis económica del capitalismo, navegar en el tormentoso océano de la lucha de clases se vuelve más complejo y delicado. Por tanto, la consideración principal de las izquierdas políticas es cambiar la lógica de la defensa de los derechos sociales desde la institucionalidad actual por la lógica del movimiento social, pasando de la respuesta contestataria a la creación de un espacio político que reconozca que los conflictos sociales son parte de la construcción y el desarrollo de la democracia, la justicia, la igualdad y la equidad en el reparto de la riqueza. Por lo tanto, hay que trabajar para la convergencia de toda una serie de experiencias y de corrientes sociales y políticos progresistas, sobre la base de una comprensión común de los acontecimientos y de las tareas que exigen los nuevos tiempos.

Se trata de construir los cambios que, insisto, nos llevarán por la senda del proyecto socialista salvadoreño, a través de una reeditada revolución. “La revolución, decía Trotski, es un momento de sublime inspiración de la historia”. Esa “inspiración” surge de la ruptura, de la discontinuidad o, volviendo a la terminología acuñada por el propio Lenin, surge de esa crisis nacional que representa “un momento de verdad política y actúa como un revelador de las líneas de frente desdibujadas por las alucinaciones místicas de la mercancía”. (¿Qué Hacer?; Cap. III; 1902)

Entonces solamente, y no en virtud de una inevitable maduración histórica, el proletariado puede ser transfigurado y “convertirse en lo que es” El mundo camina hacia nuevas experiencias de las que será necesario aprender y que pueden revestir incluso un carácter fundador desde el punto de vista de la estrategia revolucionaria para el nuevo siglo (L. Rabell: 2007)

La globalización no significa la superación de las leyes y contradicciones propias del capitalismo tal como las descubrió Marx, sino más bien su verificación a escala planetaria y, en ese sentido, inédita. El capitalismo trata de hacer del mundo entero y de la propia naturaleza una mercancía. Pero el motor del desenfreno mercantilista –y de la barbarie que lo acompaña– sigue siendo la lucha incesante del capital por nuevas y más brutales formas de acumulación de riquezas, inscritas en su propia composición orgánica.

Ante el fracaso del sueño neoliberal, los últimos acontecimientos sociales y las urnas nos demuestran la existencia de una cada vez menos difusa y evidente aparición de lo que podríamos llamar izquierda social, que reclama equidad y mayor democracia. Esta expresión anti neoliberal ha sido ignorada por el poder fáctico pero cuenta sin embargo, con un apoyo cada vez mayor de las izquierdas políticas, sobretodo del FMLN. No obstante, si se pretende que  tal acercamiento funcione, es inequívoco que el partido no debe vulnerar la autonomía de pensamiento y acción naturalmente democrática de las fuerzas sociales, que ya nos demuestran su capacidad para  defender derechos propios y hacer propuestas inteligentes. La encarnizada propaganda derechista para desfigurar esta expresión democrática y el carácter de un nuevo gobierno de cambios, también está fracasando frente a los hechos. El pueblo ha comenzado a tener su propia voz, y eso hay que defenderlo y alentarlo siempre.

La situación no se aleja mucho de lo que predijo Marx hace dos siglos. Las crisis del capitalismo son cada vez más profundas y más difíciles de superar. La concentración del capital, la economía especulativa, la explotación de la clase trabajadora, el agotamiento de los recursos naturales son problemas que no pueden solucionar los llamados eufemísticamente “mercados”. La única y urgente solución es poner la economía al servicio de las personas, democratizarla, es decir, lo que se ha denominado socialismo.

El deber es entonces defender e impulsar la lucha por todas las reformas en las que se interesa el movimiento de masas. No porque confiemos en la paulatina regeneración de un sistema en decadencia, sino porque brindan la oportunidad a los trabajadores de probar sus fuerzas, lograr victorias que las tensen y desarrollar la confianza para fijarse objetivos mayores, con nuevos bríos e ideas frescas y lúcidas.

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