José M. Tojeira
Hablamos de acuerdos nacionales para salir de las diversas crisis que desde hace ya bastantes años vive El Salvador. Vemos los problemas de violencia, viagra pobreza, sale corrupción, sovaldi debilidad de las instituciones, baja productividad, pobres niveles educativos y un largo etcétera de contradicciones y diversidades en pugna. Nos encanta enumerar soluciones para cada uno de los problemas cuando participamos en mesas de diálogo. Y con frecuencia coincidimos tanto en la visión de la realidad (¿quién puede negar la violencia existente?), así como en muchas de las medidas que se deben tomar. Pero nos empantanamos cuando pasamos a la acción. Porque no hay dinero, porque los resultados no son inmediatos, porque nos acusamos mutuamente de querer utilizar políticamente (mejor dicho, partidistamente) las medidas que se implementan. El nivel de diálogo es evidente que ha crecido en el país. Más allá de los ataques mutuos en la Asamblea, que están pensados más como espectáculo mediático que como debate serio, cuando se trabaja en comisiones y consejos el diálogo suele ser bastante positivo y civilizado. Pero la capacidad de actuar acordes y unánimes es mucho más rara, difícil y compleja. Cuesta reconocer lo positivo del que hemos clasificado como contrario al igual que se nos hace difícil establecer un camino con metas concretas y evaluaciones independientes hacia un fin común de bienestar y justicia para todos.
Rara vez pensamos el país en su conjunto. Cuando Mons. Romero enfocaba el tema de la violencia de su época, distinta de la actual, decía que la violencia no desaparecería de El Salvador mientras hubiera injusticia social. Era una manera de mirar a El Salvador como un todo que necesitaba pensarse desde la justicia social. Y Mons. Romero sabía de sobra, desde su conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia, que cuando hablaba de justicia social se refería a que todos los habitantes de El Salvador tuvieran cubiertos y protegidos sus derechos básicos. No sólo los civiles y políticos, sino también los económicos, sociales y culturales. Cuánto nos cuesta eso, cuánto tiempo necesitamos, qué sacrificios debemos hacer para llegar hasta ahí, a quiénes le toca poner mayor esfuerzo y aporte, en qué hay que estar unidos y en qué podemos discutir, cómo y cuándo debemos evaluar los pasos que vayamos dando son preguntas que debemos hacernos si queremos lograr un objetivo básico y común. Hoy no podemos fijarnos un proyecto de realización común sin un debate muy amplio y sin escuchar muchas voces. Y si no logramos establecer un proyecto nacional de realización común, difícilmente saldremos de las plagas sociales, políticas y culturales que nos enferman y golpean.
En el pasado salvadoreño ha habido proyectos de realización común, pero diseñados desde intereses de grupos reducidos y donde la mayor parte de los beneficios del proyecto caminaban hacia los bolsillos de minorías. Eran proyectos pensados desde el poder o desde la ambición que pensaban que si unos pocos lideraban y empujaban un determinado modelo de país, además de beneficiarse ellos mismos, se beneficiaría todo el país. Así se desarrolló el proyecto de convertir a El Salvador en un país agroexportador cafetalero. Y así se desarrollaron también otros proyectos, incluido el último de convertir a El Salvador en una plataforma de servicios. Pero todos fallaron, aunque algunos beneficios hayan traído, porque fueron construidos desde arriba y porque olvidaron las necesidades básicas y centrales de los salvadoreños. O incluso multiplicaron necesidades erróneas, poniendo más empeño en acrecentar el consumo que en mejorar la producción.
Hoy la derecha acusa a la izquierda de no tener proyecto y de ineficacia en la gestión. La izquierda responde acusando a la derecha de estar como estamos a causa del egoísmo neoliberal y la corrupción e irresponsabilidad de los gobiernos oligárquicos anteriores. Pero ni izquierdas ni derechas proponen proyectos que entusiasmen al conjunto de la población. Como tampoco entusiasman los “Enades” y demás proclamas del gran capital o las empresas. Parecen incapaces, tanto unos como otros, de reflexionar sobre la causa del poco entusiasmo que levantan. Y aunque la causa del poco entusiasmo de la gente sobre la posibilidad de una solución eficaz a nuestros problemas es sin duda compleja, no sería malo investigar si no será por la imposibilidad del liderazgo del país, económico o político, a la hora de ponerse de acuerdo en proyectos de bien común realizados en conjunto. De hecho, la mayor movilización popular de la posguerra ha sido en torno a la figura de Mons. Romero, el día de su beatificación. Una persona que sin lugar a dudas pensaba en soluciones de conjunto para El Salvador. Un líder religioso que tenía claros los derechos fundamentales de la gente y que defendía a los más débiles, convirtiéndose en voz de los sin voz. Y desde ellos, desde los últimos del país, lanzaba la esperanza de todos hacia un futuro más fraterno. Recordar a Mons. Romero cuando la Iglesia lo declaró mártir y santo nos unió, porque su mensaje había sido de unión fraterna, solidaridad con las víctimas de una situación muy dura, y desarrollo justo y equitativo. Ver que 35 años después moviliza tan espectacularmente a nuestro pueblo debería ayudarnos a buscar soluciones comunes a los problemas de hoy. Pensar y repensar hoy El Salvador, desde nuestra realidad violenta y sangrante, tiene que ser una tarea común.