W. GABRIEL RAMIREZ RUIZ
Escritor
De mi mente a las fotos, malady sin artefactos de por medio, pilule los recuerdos se plasman a una velocidad vertiginosa.
Mi historia es la de alguien que trató de alcanzar el éxito y cuando creyó tenerlo a la mano, cialis este bruscamente desapareció. Qué intenta decirnos pensarán ustedes, de qué diablos habla. Sucedió hace poco y hace mucho. Fue el año que el equipo blanco pulverizó todos los records en materia futbolística, (no el de Mou, sino el otro, el de Carlo), a la selección de mi país la eliminaron otra vez rumbo al mundial.
Empecé con el futbol, porque no había nada más donde me tocó nacer. Es decir, era lo único bueno que había. Desempleo, pobreza, abandono gubernamental, falta de acceso a los servicios básicos, eran la constante donde yo nací, un grupo de casas pobres cerca de una línea férrea y muy cerca también de un centro comercial donde sólo los ricos compran. No me confundan, no soy uno de esos tipos que llegan a ser un gánster en las películas y luego se apagan de forma violenta, y la gente los idolatra hasta el fin de sus días, pero de algún modo hay que iniciar esta historia, aunque algunos juzguen mi origen trágico y otros, romántico.
Recuerdo a un vecino desempleado que pasaba los días escuchando discos de jazz, leyendo no sólo libros sino todo lo que estuviera a su alcance y escribiendo poemas. El fallecería en la vorágine de violencia que afectó al país a fines de los años diez, pero yo no lo sabré nunca. Quisiera tener sus palabras para escribir esta nota, contarla como él lo hubiera hecho.
Mi infancia fue dura, sobra decirlo, pero siempre el balón me distrajo de mi realidad y marcó un camino a seguir. Bueno, en esa época era yo y el futbol. Como deportista profesional podría ser alguien en la vida. Lo supe desde aquellas tardes en que viendo la televisión conocí la historia de grandes futbolistas que surgieron en barrios como el mío y llegaron a ser leyendas. Aunque ya por esos tiempos lo de ser leyenda no me fascinaba; lo que quería era el dinero, y no significa que yo era un codicioso, no, era sólo que quería dejar de ser pobre, y sobre todo, irme de un lugar donde la gente “normal” es capaz de matar por algo tan trivial como un parqueo. Y todos los años al finalizar diciembre sentía que estaba un poco más cerca de mi destino, un destino que no era el peor dentro de la historia del mundo, a pesar de ser modesto. Un año después de cumplir quince, entré en la escuela de futbol del Macedonia FC, el equipo más importante de esa zona del país.
Un dos de febrero de un año que he olvidado, debuté en el primer equipo. El delantero vive de los goles, en cambio el arquero vive en la sombra, esperando, solo frente al peligro. El peligro lo enfrenté partido a partido y nunca tuve miedo, aunque suene inhumano.
Hay demasiados partidos y demasiadas cosas que contar. Recuerdo esa vez que jugamos un amistoso, contra la reserva del mejor equipo de la primera división, todo el partido bajo la lluvia, el árbitro en contra, aguantando la presión del rival, atajé un penalti y varios tiros a marco, mantuvimos el cero en nuestra portería, hasta que el Tiberio, el capitán, anotó el gol que nos dio la victoria al minuto 89. Aquello era algo que no se podía entender, como encontrar algo que creías perdido al cabo de un siglo o tres. Ya casi intensamente lejos o cada vez más cerca, sabía que ahí estaba mi destino.
Una vez soñé con una biblioteca cuyos libros relataban el futuro, otra vez un edificio sólido como la piedra donde el tiempo había detenido su insomnio; apacible a pesar la dureza que reflejaba.
Hay veces que el presente y el anhelo coinciden. Ganamos casi todos los partidos esa temporada, de tal manera que justo al final del verano, íbamos rumbo a disputar la final por el ascenso directo a primera división. En la serie a dos partidos, ganamos el primero de visita al Heracles CD, el otro equipo fuerte de la zona. Con un empate en casa clasificábamos a la final, donde enfrentaríamos al campeón de la temporada pasada, que por cierto no era el Heracles CD, por un boleto directo a primera división. Dudo que ese día en el mundo hubieran once más felices que nosotros.
El Heracles C.D era propiedad de don Hernán, el empresario mafioso más importante de la región, quien había invertido demasiado dinero como para aceptar que su equipo no subiera a primera división, “el circuito de privilegio”, como algunos le llaman. Decidió que un equipo donde jugaban unos pobres diablos como yo, no podía, de ninguna manera, ganarle el partido decisivo a su equipo, así que envió al empleado de confianza, don Marcos, a hablar con Tiberio, el capitán de nuestro equipo. Porque así lo dictaban las reglas de la competencia, la mejor posición en la tabla del Heracles CD le aseguraba el pase a la final con solo ganar 1-0 el encuentro de ida.
Don Marcos habló claro: el Heracles debía pasar a la siguiente ronda y disputar la clasificación directa a la primera división del futbol nacional; entonces, para asegurar el resultado que los clasificaba a la siguiente fase, ofreció una cifra alta de dinero, que debía repartirse entre todos los jugadores del Macedonia FC. “Premio” fue la brutal palabra que utilizó. Ni el técnico, ni nadie más debían saberlo. Tiberio aceptó, no sin antes hacer que don Marcos doblase la cifra; nos reunió a todos después del último entreno un día antes del partido y nos propuso el acuerdo: debíamos dejarnos ganar sin importar el marcador. Lo fundamental era que yo aceptara, porque sin el arquero ningún acuerdo de esta clase puede funcionar. Todos los jugadores decidieron aceptar. Dije que sí después de pensarlo un rato, pero en mis adentros sabía que, a pesar de mis palabras, aun no había decidido qué iba a hacer en la cancha. Tenía una noche para pensarlo, pasara lo que pasara, ese plazo era mi derecho.
Créanme, no fue fácil resolverse. El dinero era una cifra sólida e impresionante. Por otro lado, si perdíamos probablemente no habría otra oportunidad de pelear la clasificación a la primera división, era ahora o nunca. También estaba el instinto de supervivencia, mezclado con el materialismo de esta época, porque yo quería escapar de mi realidad, quería irme a vivir a un lugar donde no hubiera un homicidio diario en promedio, ¿quién no iba a querer hacerlo? Pero me resistía a la idea de venderme, era como haber crecido y luchado tantas décadas solo para ser la servilleta desechable de un ladrón y un asesino como don Hernán, sencillamente no podía aceptarlo. También tenía claro lo que pasaría si no cumplía mi parte del negocio después que a Tiberio le habían entregado el dinero y este lo iba a repartir después del partido, era fácil saber que este iba a huir si las cosas no salían como debían. Pensé mucho, hacia las dos de la madrugada aun no sabía qué hacer, y entonces llegue a una conclusión.
Nos gusta creer que todo lo malo es obra del destino, eso amargamente nos absuelve de tantos remordimientos que puede llegar a ser fatal alguna vez. Es decir, nos consuela que lo malo es inevitable, que no se puede hacer nada al respecto; algo en mí no me dejaba creer tal cosa. Yo puedo pelear la final para subir a primera división, pensé, qué importa que los otros hayan aceptado, si yo no lo hago y atajo todo en la portería avanzamos hacia la final. Eso era mi destino, no ser la servilleta de don Hernán, que se vaya al diablo este viejo, él no se partió la espalda por años entrenando bajo el sol y la lluvia en una cancha podrida, a él no le fracturaron el brazo en un partido y siguió jugando. No está dándome nada, me lo está quitando todo, pensé.
Creí hacerlo por mí mismo, por mi familia, por la gente que me vió crecer, pero realmente lo hice por todos, no sólo por los que me apreciaban, sino aun por los que me detestan o me ignoran, aun por los que no saben que este equipo, que este país, existen. Allí donde nuestra imagen, el humo y los sueños son casi la misma materia, comprendí. El valor no era un fantasma para mí, era acaso de las pocas cosas que siempre me acompañaron.
Ese día el aire era alto y frio en nuestra república dorada. Inútil tratar de describir ese cielo. Antes del partido llovió a cántaros, toda la gente de mi ciudad parecía estar en el estadio ese día, las tribunas llenas, todos ellos parecían un inmenso símbolo de gratitud, porque en medio de todos sus problemas y abandono, este equipo no les había fallado, a veces todos los demás sí. Lobos y estrellas, realidad e ilusión, nada cambia. Cuando sonó el pitazo inicial, ya me había decidido.
Jugando el partido, un defensa de mi equipo cometió una falta salvaje en el área a propósito para que se cobrara penalti. El árbitro lo decretó y yo lo atajé. Era el minuto 30 del primer tiempo.
Entonces el defensa central del equipo me dijo:
-¿Que hacés?.
Nada- respondí-Hay que hacerlo bien para que no sospechen.
Terminó el primer tiempo y el marcador estaba 0 a 0. En el descanso Tiberio me dijo:
-Mirá, si no perdemos nos van a…
-Perdé cuidado- le dije- Solo hagan otro penal y yo me quedo quieto en el centro.
Después se fue a hablar con el DT. Le pidió que me sustituyeran. Suerte que el DT no sabía nada.
– ¿Cómo lo voy a sustituir? Estás loco, es nuestro arquero estrella y está teniendo un partido extraordinario.
Ignoro la razón pero el árbitro, a pesar de las innumerables faltas cometidas en nuestra área a los delanteros del Heracles CD, decretó penalti hasta el minuto 89. Quizá no quería ser cuestionado toda la semana por haber influido en el resultado, quizá sospechaba algo y no quería ser parte de esto tan fácilmente. Hubo silencio en el estadio, algo de terror, de fábula, inimaginable haber llegado hasta ese momento. Entonces el jugador del equipo rival ejecuta el tiro de castigo y lo detengo, casi casualmente, con el pie izquierdo cuando me lanzo hacia la derecha sin adivinar el tiro, al hacerlo le corté los hilos a la marioneta para siempre. Y después el estruendo adentro y afuera de la cancha, el árbitro, con un gesto extraño en su rostro, pitando el final del partido, después del silencio el ruido. El ruido adentro del corazón y en el aire.
Siempre recordaré esa vez que me levantaron en hombros después del partido. El brillo del sol, lo verde del césped. La alegría de la gente. Ellos eran yo en la cancha, en la tribuna yo era ellos. Los sueños cumplidos, y los sueños que faltan. “La memoria es el espacio en que una cosa ocurre por segunda vez” leí en ese libro de Auster hace ya tantos años que se me desvanecen las letras y todo lo demás, hasta que al final soy esa frase.
Al día siguiente en el comedor de doña Isabel, yo fui el primero en llegar. No tardaron en ir a buscarme los hombres de don Hernán. Uno afuera vigilando, los otros entran al comedor y me llaman. Dos balazos eficaces para terminar con todo. La policía llegando cuando ya no hay nada que hacerle, la noticia perdida entre tantas otras idénticas. Siempre recordaré esa vez que me levantaron en hombros después del partido.
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